COMENZAMOS EL CAMINO DE LA CUARESMA
con el BEATO DOMINICO JUAN DE FIÉSOLE,
para el mundo entero conocido como
FRA ANGELICO
y
con las palabras pronunciadas hoy por el Papa Francisco en la
Basílica de Santa Sabina, de la Orden de Predicadores, en Roma,
lugar donde es tradición que los Papas celebren la misa de Miércoles de Ceniza,
con la que se abren los ritos litúrgicos de la Cuaresma.
y
con las palabras pronunciadas hoy por el Papa Francisco en la
Basílica de Santa Sabina, de la Orden de Predicadores, en Roma,
lugar donde es tradición que los Papas celebren la misa de Miércoles de Ceniza,
con la que se abren los ritos litúrgicos de la Cuaresma.
Como pueblo de Dios hoy comenzamos el camino de la Cuaresma, un
tiempo en el que tratamos de unirnos más estrechamente al Señor
Jesucristo, para compartir el misterio de su pasión y resurrección.
La liturgia del miércoles de Ceniza nos propone ante todo el
pasaje del profeta Joel, enviado por Dios para llamar a la gente al
arrepentimiento y a la conversión, a causa de una calamidad (una
invasión de langostas) que devasta Judea. Sólo el Señor puede salvar del
flagelo y por lo tanto es necesario suplicarle con oraciones y ayunos,
confesando el propio pecado.
El profeta insiste en la conversión interior: «Vuelvan a mí de
todo corazón» (2:12). Regresar al Señor "con todo el corazón" significa
emprender el camino de una conversión no superficial y transitoria, sino
un itinerario espiritual que tiene que ver con el lugar más íntimo de
nuestra persona. El corazón, de hecho, es el centro de nuestros
sentimientos, el centro en el que maduran nuestras decisiones, nuestras
actitudes.
Aquel "vuelvan a mí de todo corazón" no implica sólo el individuo,
sino que se extiende a la entera comunidad, es una convocación dirigida
a todos: « ¡reúnan al pueblo, convoquen a la asamblea, congreguen a los
ancianos, reúnan a los pequeños y a los niños de pecho! ¡Que el recién
casado salga de su alcoba y la recién casada de su lecho nupcial!» (v.
16).
El profeta se detiene en particular en las oraciones de los
sacerdotes, haciendo observar que debe estar acompañada de lágrimas. Nos
hará bien pedir, al comienzo de esta Cuaresma, el don de las lágrimas,
para hacer así nuestra oración y nuestro camino de conversión siempre
más auténticos y sin hipocresía.
Justamente éste es el mensaje del Evangelio de hoy. En el pasaje
de Mateo, Jesús vuelve a leer las tres obras de piedad previstas por la
ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno. Con el tiempo, estas
disposiciones se habían corroído por la herrumbre del formalismo
exterior, o incluso habían mutado en un signo de superioridad social.
Jesús pone en evidencia una tentación común en estas tres obras, que se
pueden resumir en la hipocresía (la cita tres veces): «Tengan cuidado de
no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos... cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como
hacen los hipócritas... Cuando ustedes oren, no hagan como los
hipócritas... a ellos les gusta orar de pie... para ser vistos... Cuando
ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas» (Mt
6,1.2.5.16).
Cuando se cumple algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros
el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para
obtener una satisfacción. Jesús nos invita a cumplir estas obras sin
ostentación alguna, y a confiar sólo en la recompensa del Padre «que ve
en lo secreto» (Mt 6,4.6.18).
Queridos hermanos y hermanas, el Señor no se cansa jamás de tener
misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón,
invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal,
para tomar parte de su gozo. ¿Cómo acoger esta invitación? Nos lo
sugiere San Pablo en la segunda lectura de hoy: «les suplicamos en
nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios» (2 Cor 5:20). Este
esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. La reconciliación
entre nosotros y Dios es posible gracias a la misericordia del Padre
que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo unigénito. De
hecho, el Cristo, que era justo y sin pecado, fue hecho pecado por
nosotros (v. 21) cuando sobre la cruz cargó con nuestros pecados, y así
nos rescató y redimió ante Dios. «En Él», nosotros podemos volvernos
justos, en Él podemos cambiar, si acogemos la gracia de Dios y no
dejamos pasar en vano el «momento favorable» (6,2).
Con esta conciencia, iniciamos confiados y gozosos el itinerario
cuaresmal. Que María Inmaculada sostenga nuestra lucha espiritual contra
el pecado, nos acompañe en este momento favorable, para que podamos
llegar a cantar juntos la alegría de la victoria en la Pascua de
Resurrección.
Dentro de poco cumpliremos el gesto de la imposición de las
cenizas en la cabeza. El celebrante pronuncia estas palabras: «eres
polvo y al polvo volverás» (Gen 3:19), o también repite la exhortación
de Jesús: « Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15). Ambas
fórmulas constituyen un llamado a la verdad de la existencia humana:
somos criaturas limitadas, pecadores siempre necesitados de
arrepentimiento y conversión. ¡Cuán importante es para escuchar y acoger
este llamado en nuestro tiempo! La invitación a la conversión es
entonces un impulso a regresar, como hizo el hijo de la parábola, entre
los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a confiarnos de Él y a
confiarnos a Él.
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