Notas sobre la primera jornada
“Fortalecer los corazones y salir de la actitud egoísta de la
indiferencia”. Estos son –tomados de la Carta del Papa Francisco para la
Cuaresma 2015- los objetivos primeros que nos ha presentado el P. José Antonio
Segovia O.P. a los participantes en los Ejercicios Espirituales para seglares
dominicos que hemos comenzado en este fin de semana del 6 al 8 de este mes de
Febrero, en Santo Domingo de Scala Coeli.
Respecto a la primera de las afirmaciones, el Evangelista San
Juan (Jn. 10,1-10) nos identifica a Jesús como la puerta que quien la abre consigue
vida y en abundancia; y en el libro del Apocalipsis (Ap. 3,20-22) somos
nosotros mismos esa puerta que si nos abrimos, si vivimos en actitud abierta,
es el mismo Jesús/Dios quien entra en nosotros y nos da la fuerza, la gracia,
el reconstituyente que todos necesitamos.
En cuanto a la segunda de las afirmaciones, la lucha contra
la indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios, la hemos de ver desde dos
ámbitos:
- + Indiferencia
en la Iglesia: En I Corintios 12,26 encontramos que “si un miembro sufre, todos
sufrimos con él”. La Iglesia, misionera por naturaleza, y formando un solo
cuerpo se envía a todos los hombres. Lo que cada uno recibe de la Iglesia, lo
debemos irradiar a todos los demás; sólo se puede testimoniar, lo que antes se
ha experimentado (el “contemplar y dar lo contemplado” dominicano). Las
comunidades cristianas deben –debemos- ser rescoldos, islas de misericordia en
medio del mar de la indiferencia.
-
+ Indiferencia
en cada creyente: También como individuos tenemos la tentación de la
indiferencia. En este mundo actual de las noticias e imágenes al segundo, en el
que sobre todo se destaca el sufrimiento humano, podemos llegar a caer en la
tentación de creer que, individualmente, somos incapaces para dar una solución.
Pero, ¿qué se puede hacer, aunque sea
de una manera individual, para no caer en la falta de ilusión, para no caer en
la tentación de la indiferencia? Podemos concretarlo en tres actuaciones:
- Orar en comunión con los demás
miembros de la Iglesia.
- Tener gestos de caridad, individual
y a través de las numerosas organizaciones de caridad existentes.
- Recordar que la necesidad de cada
hermano nos demuestra la fragilidad de nuestra propia vida, que el sufrimiento
del otro constituye una llamada a nuestra propia conversión.
Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón
débil y frio, sino fuerte, firme y apasionado; abierto a Dios y, por tanto,
abierto a vivir la fe y las relaciones por y para los demás; un corazón celoso,
apasionado hacia los demás.
A.-J. R.H.
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