A
muchos cristianos les cuesta rezar porque creen que se trata de repetir
cansinamente una serie de fórmulas hechas. Sienten una separación entre lo que
dicen y sus sentimientos y preocupaciones diarias. Les gustaría hablar con Dios
de sus asuntos cotidianos, más sencillos, más simplemente, con sus palabras.
Hoy
les proponemos la oración de Santo Tomás Moro, un hombre que supo orar con
sencillez, con realismo, con alegría e incluso con sentido del humor.
Tomás
Moro fue canciller de Inglaterra, intelectual de fama europea, casado dos veces
y padre de familia, era reconocida su fama de juez honrado y valiente, en
defensa de los intereses de los más humildes.
Por
no aceptar el divorcio del rey Enrique VIII y su declaración como cabeza de la Iglesia fue ajusticiado el
7 de julio de 1535 en Londres. Suya es una plegaria singular, una oración para
pedir buen humor:
Señor, dame una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
y el sentido común necesario
para conservarla lo mejor posible.
Concédeme, Señor, un alma santa
que no pierda nunca de vista lo que es bueno y puro,
que no se asuste al mirar el pecado,
sino que encuentre el modo
de volver a poner todo en orden.
Concédeme un alma
que no conozca el aburrimiento,
que no sea quejica, que ande siempre entre suspiros y lamentaciones.
No permitas que me preocupe demasiado de mí mismo,
ni que me conceda demasiada importancia.
Dios mío, concédeme, el sentido del humor,
la gracia de comprender las bromas,
para que saboree un poco la felicidad de la vida
y sepa transmitírsela a los demás.
Amén.
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
y el sentido común necesario
para conservarla lo mejor posible.
Concédeme, Señor, un alma santa
que no pierda nunca de vista lo que es bueno y puro,
que no se asuste al mirar el pecado,
sino que encuentre el modo
de volver a poner todo en orden.
Concédeme un alma
que no conozca el aburrimiento,
que no sea quejica, que ande siempre entre suspiros y lamentaciones.
No permitas que me preocupe demasiado de mí mismo,
ni que me conceda demasiada importancia.
Dios mío, concédeme, el sentido del humor,
la gracia de comprender las bromas,
para que saboree un poco la felicidad de la vida
y sepa transmitírsela a los demás.
Amén.
Tomás
Moro, seglar comprometido y realista, sabía de la importancia de la salud y la
responsabilidad que tenemos que mantenerla frente a los excesos, si queremos poder
vivir, trabajar y amar. No andar obsesionados por hacer nuestros los criterios
estéticos que nos imponen sin tener en cuenta nuestras características
personales. Tampoco despreciar la atención a la salud y agredir el propio
cuerpo y la propia mente.
Era
consciente de que el pecado es un mal pero que, a veces, es el miedo al pecado
cometido el que nos paraliza para enfrentarnos con él, reconocerlo, pedir
perdón y corregir el error. Es bueno sentirse responsable del mal cometido para
buscar remedio, pero un sentido de culpabilidad que angustia y paraliza en el
escrúpulo sin buscar el perdón nos vuelve enfermos.
Le
importa su estado de ánimo, mostrarse alegre o triste influye en nosotros y en
nuestra manera de relacionarnos. La persona quejumbrosa, siempre triste y
lastimera, se amarga y amarga a los demás.
Se
daba cuenta de que el egoismo nace de darse demasiada importancia, de creer que
nosotros o nuestros asuntos son el centro del mundo y de que en consecuencia
vivir en constante preocupación por uno mismo sin relativizar sanamente.
Y,
sobre todo, notaba la necesidad del sentido del humor, de la gracia y de las
bromas para saborear la felicidad y así poder hacer felices a los demás.
Tomás
Moro –que supo morir por el evangelio y la fidelidad a su conciencia- pedía ser
sana y alegremente humano.
Nosotros
también podemos orar de este modo, desde esas pequeñas cosas que nos permiten
ver la vida como don del Padre Dios, que quiere lo mejor para nosotros.
Buscando su fuerza y su alegría para enfrentarnos a la tristeza y al dolor. Sin
encerrarnos en nosotros mismos o en nuestros problemas, sino abriéndonos a la
comunicación y a la solidaridad. Sabiendo que pase lo que pase estamos en
buenas manos.
P. Francisco-José Rodríguez Fassio
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