viernes, 21 de septiembre de 2012

Otoño



Oda al otoño

Estación de las nieblas y fecundas sazones, 
colaboradora íntima de un sol que ya madura, 
conspirando con él cómo llenar de fruto 
y bendecir las viñas que corren por las bardas, 
encorvar con manzanas los árboles del huerto 
y colmar todo fruto de madurez profunda; 
la calabaza hinchas y engordas avellanas 
con un dulce interior; haces brotar tardías 
y numerosas flores hasta que las abejas 
los días calurosos creen interminables 
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas. 

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes? 
Quienquiera que te busque ha de encontrarte 
sentada con descuido en un granero 
aventado el cabello dulcemente, 
o en surco no segado sumida en hondo sueño 
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta 
la próxima gavilla de entrelazadas flores; 
o te mantienes firme como una espigadora 
cargada la cabeza al cruzar un arroyo, 
o al lado de un lagar con paciente mirada 
ves rezumar la última sidra hora tras hora. 

¿En dónde con sus cantos está la primavera? 
No pienses más en ellos sino en tu propia música. 
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo 
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado, 
cual lastimero coro los mosquitos se quejan 
en los sauces del río, alzados, descendiendo 
conforme el leve viento se reaviva o muere; 
y los corderos balan allá por las colinas, 
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo 
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta 
y trinan por los cielos bandos de golondrinas. 


John Keats (1795-1821)

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