En tus manos, Padre Santo
y Misericordioso,
ponemos nuestra vida.
Tú nos la diste,
guíala y llénala de tus dones.
Tú estás a nuestro lado,
como roca sólida y amigo fiel,
aún cuando nos olvidamos de tí.
Pero ahora volvemos a tí.
Queremos agarrarnos
a la guía segura de tus
manos,
que nos conducen a la Cruz.
Sentimos la necesidad de meditar
y de callar mucho,
sentimos también la necesidad
de hablar para darte gracias,
y para dar a conocer a todos los hombres
las maravillas de tu amor.
Nos separamos de tí, fuente de la vida,
y encontramos la muerte.
Tu Hijo sin embargo no se paró
ante el pecado y la muerte,
sino que con la fuerza del amor,
destruyó el pecado,
redimió el dolor, venció la muerte.
es más fuerte que todo,
el don misterioso y fecundo,
que mana de la cruz,
es el Espíritu Santo,
que nos hace partícipes,
de la obediencia filial de Jesús.
Nos comunica tu voluntad
de atraer a todo hombre
a la alegría de una vida
reconciliada y renovada
por el AMOR.
Amén.
(Cardenal Martini, sj)
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