viernes, 28 de septiembre de 2012



En tus manos, Padre Santo y Misericordioso,
ponemos nuestra vida.
Tú nos la diste,
guíala y llénala de tus dones.


Tú estás a nuestro lado,
como roca sólida y amigo fiel,
aún cuando nos olvidamos de tí.
Pero ahora volvemos a tí.
Queremos agarrarnos

a la guía segura de tus manos,
que nos conducen a la Cruz.


Sentimos la necesidad de meditar
y de callar mucho,
sentimos también la necesidad
de hablar para darte gracias,
y para dar a conocer a todos los hombres
las maravillas de tu amor.


Nos separamos de tí, fuente de la vida,
y encontramos la muerte.
Tu Hijo sin embargo no se paró
ante el pecado y la muerte,
sino que con la fuerza del amor,
destruyó el pecado,
redimió el dolor, venció la muerte.


La Cruz de Cristo nos revela que tu amor,
es más fuerte que todo,
el don misterioso y fecundo,
que mana de la cruz,
es el Espíritu Santo,
que nos hace partícipes,
de la obediencia filial de Jesús.
Nos comunica tu voluntad
de atraer a todo hombre

a la alegría de una vida
reconciliada y renovada 
por el AMOR.

Amén.


(Cardenal Martini, sj)

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