El P. Francisco de Posadas, beatificado el 20 de septiembre
de 1818, es una figura especialmente vinculado a nuestra comunidad. Cordobés de
nacimiento, ingresó a la Orden
dominicana y profesó como hijo del convento de Santo Domingo de Scala Coeli. Había
nacido junto al convento de San Pablo, también dominicano, el 25 de noviembre
de 1644. Fallece en la ciudad de la que tantas veces salió para predicar, el 20
de septiembre de 1713. Su cuerpo se venera en la iglesia de San Pablo, nuestro
antiguo convento, en Córdoba.
Del P.Posadas se ha dicho que tenía la pobreza de San
Francisco de Asís, la austeridad y poder taumatúrgico de San Francisco de
Paula, la dulzura y sabiduría de San Francisco de Sales, el celo por la fe de
San Francisco de Regis, la obediencia y temple de San Francisco Javier.
Fray Francisco de Posadas es un personaje relativamente
moderno: dejó esta vida cuando el siglo XVIII iba a cumplir tres lustros. Su
biografía es simple, casi esquemática, aunque colmada de peripecias
vocacionales y éxitos apostólicos. Por fortuna, su mismo confesor, el padre
maestro fray Pedro de Alcalá, más tarde provincial de los dominicos de
Andalucía, escribió al detalle la vida y milagros del nuevo "San Vicente
Ferrer" —como le llamaba la gente— en un libro de tomo, lomo y más de 800
páginas; ésa es la fuente auténtica y gozosa de todos los biógrafos
posteriores. Y en ella se ha inspirado directamente la semblanza que aquí
pergeñamos.
Oriundos de Galicia, estirpe hidalga de sangre y de casa solariega con renombre
—capitanes (un bisabuelo suyo conquistó Cheves y Monforte, rindiendo a fuerza
de coraje las dos villas lusas), canónigos e inquisidores, eran honra y prez de
la familia—, Esteban Martín Losada y María Fernández-Pardo y Posadas, tuvieron
una luna de miel amarga: los vasallos de Juan de Braganza arrasaron Lama de
Arcos y, como desquite, cebaron el deseo de venganza contra viejas derrotas en
la casa infanzona del joven matrimonio, que huyó, en busca de clima y economía
más propicios, a Córdoba. Allí montaron una tienda de panadería. Ni les fue
bien en el negocio ni en el matrimonio; aquél se arruinó; éste vio malograrse
reiteradamente las esperanzas de sucesión. Don Esteban Martín abre una nueva
tienda de naranjas y limones y especiería en la plaza del Salvador, en una casa
contigua a la puerta principal del convento de San Pablo, según se sale a mano
derecha; María Fernández-Pardo y Posadas acude a la Virgen de la Fuensanta implorando
fecundidad y ofreciendo de antemano el primer fruto de sus entrañas a la
celestial Señora. Y el día 25 de noviembre de 1644 nace, en la casatienda, un
niño a quien, el 4 de diciembre, en la parroquial de San Andrés, pusieron por
nombre Francisco.
Cinco años más tarde, otra vez la desgracia vino a rondar el humilde hogar.
Falleció don Esteban Martín Losada. Francisco saboreó el pan de la temprana
orfandad. La pobreza había obscurecido totalmente el esplendor de la sangre
hidalga; pero empezaba a florecer, en la tierra árida de la miseria, la
hidalguía de la gracia. Madre e hijo forman un bloque natural y
sobrenaturalmente irrompible; ella, fiel al voto; él, piadoso, bien dispuesto
siempre a la obediencia y al amor. La viuda casó en segundas nupcias con Juan
Pérez Cerezo; fue un padrastro con Francisco. No consintió que el niño fuese al
colegio de la Compañía
de Jesús; era un gran sacrificio, y el egoísmo del nuevo jefe de familia
triunfó sobre el ideal —sangre y promesa— de la madre; cuatro años de oficial
aprendiz de cordonero pasó el joven en un taller sito en las Casillas, en el
campo de San Antón; cuatro años de galeras bajo el rigor de un hombre de
"indigesta condición" que más parecía un cómitre que un maestro
artesano. Francisco aprendió lo que es ganar el pan con el sudor de la frente y
del alma. Impávido y fervoroso aguantó el rudo noviciado de la vida pobre,
acrisolándosele el espíritu. Su madre seguía soñando. El maestro o cómitre se
convenció que el camino vocacional del aprendiz no iba por allí; era un hombre
de Dios. Lo había demostrado hasta el heroísmo. Pero el padrastro no cede. Dios
vino en ayuda de la madre y del hijo. El padre maestro fray Miguel de Villalón
le buscó acomodo en San Pablo y le dio clases de latín. El "hijo de la
vendedera", con dieciséis años al hombro, empezó a rumiar declinaciones y
conjugaciones,
En este tiempo muere el padrastro, fracasa la tienda y Francisco retorna al
hogar. La madre se dedica a recovera, es decir, a revender huevos por las
calles; sacar el hijo adelante, ofrecérselo a la Virgen. No piensa en
otra cosa. Francisco siente también la ineludible llamada de la gracia. Pide el
hábito; pero el convento dominicano de San Pablo de Córdoba es nido de águilas,
fragua de sabios y crisol de sangre. La flor y nata de las familias cordobesas
se glorían de tener allí hijos que son ya obispos o maestros en teología. Los
estatutos de limpieza de sangre y el orgullo aristocrático velan por la
ejecutoria del convento. No le faltaban a Francisco nobleza de sangre y nobleza
de alma, pero era notoria su calidad de hijo de la "vendedera".
Estaban cerradas las puertas de San Pablo para él; la madre apuró el contratiempo;
buscó otro monasterio y fue admitido. Estaba todo a punto para la toma de
hábito; Francisco acudió a despedirse de la Virgen del Rosario, en su capilla de San Pablo,
como quien se ve obligado a decir adiós a una Madre celestial; rompió en llanto
y regresó al lado de la madre terrena que le había preparado ya el modesto
hatillo para su nueva vida. Francisco estaba inconsolable; a pesar de todo,
quería ser "fraile de la
Virgen ". El protector, padre Villalón, lo envió a
Escalaceli, extramuros de la ciudad, convento dominicano pobre, donde San
Alvaro de Córdoba empezó la reforma de la Orden a raíz de la Claustra , donde se
santificó y escribió fray Luis de Granada; Escalaceli era una cuna de santos,
mientras San Pablo era forja de sabios. Para Dios no hay racismos; fray Andrés
Mellado, prior a la sazón, lo recibió de buen grado. Y el 23 de noviembre de
1672 le dio el hábito. Se enfureció el prior de San Pablo; ya era tarde: el
novicio había salido muy de madrugada hacia Jaén, donde haría el noviciado. En
el ínterin vacó el provincialato y el cargo recayó, por derecho, en el prior de
San Pablo; dio órdenes de expulsión del novicio, pero los frailes de Jaén se
opusieron con razones y con ruegos. Por prudencia tuvo que acceder a que el
novicio profesase, pero le prohibió que, de regreso a Escalaceli, entrase en
Córdoba, ni siquiera a dar un abrazo a su madre, "Ia vendedora"...
El nuevo provincial lo destinó a San Pablo para hacer los cursos de artes,
filosofía y teología. Ante la oposición del padre prior, enconado enemigo de
fray Francisco, optó por enviarlo a Sanlúcar de Barrameda. Allí se granjeó una
no común estima por su talento y virtud. El padre Tirso González, andando el
tiempo prepósito general de la
Compañía de Jesús, conoció y admiró al joven dominico, cuando
aquél estuvo en Sanlúcar predicando. Fray Francisco era su más entusiasta
oyente, Por fin, a finales de 1678, se fue a Guadix; el obispo, fray Diego de
Silva y Pacheco, le ordenó de sacerdote el 22 de diciembre. Pocos días después
cantó su primera misa en el altar de la Virgen de la Fuensanta , apadrinado por el padre Villalón y don
Andrés Fernández de Córdoba, señor de Zuheros.
Retornó a Sanlúcar y empezó a predicar, Santidad y sabiduría brillaban en el
joven predicador tanto que el padre Enrique de Guzmán, nombrado regente de la Minerva de Roma y luego
vicario general de la Orden ,
quiso llevárselo consigo. No accedió al honor; era impiedad dejar para siempre
a su anciana y bendita madre; era infidelidad a la vocación buscar cátedra en
lugar de púlpito. La fama pregonaba maravillas de sus sermones; el prior de San
Pablo, que no era ya el que le persiguió con tan malévola constancia, le invitó
a predicar en la iglesia del convento; pero los aristócratas maestros en
teología amenazaron con quemar el púlpito si ponía en él los pies el hijo de la
"vendedora". Pero la gracia acabó por vencer al pecado; la humildad,
a la obstinación. El padre Posadas fue destinado al hospicio u hospedería. que
en Córdoba tenía el convento de Escalaceli; un ángel lo recibió al llegar,
diciéndole: "Esta será tu cruz". Se dedicó a predicar con gran fruto.
Una calumnia fue motivo para que le quitasen de allí y lo mandasen reintegrarse
al convento de la sierra; falló, por grave enfermedad, un maestro de San Pablo
encargado de dar unas misiones cuaresmales en Almadén y Chillón; el padre
Posadas lo reemplazó en última instancia, pero con ventaja. Al regresar, el
calumniador estaba arrepentido. Y el prior de Escalaceli pidió perdón al padre
Posadas y volvió a encomendarle el hospicio, que en adelante será conocido con
el nombre de "Hospitalico del padre Posadas".
Y aquí empieza la "vida pública", la vida del profeta en su patria,
la vida del milagro y del sacrificio total. La hora de la acción apostólica. El
mensaje misionero y espiritual del padre Posadas tiene dos facetas entrelazadas
por un fin común: la del predicador y la del escritor.
1. Predicador. Predicaba en las iglesias, en las calles y en las plazas. En
plan de misionero infatigable. Cantaba el pueblo con él coplas devotas;
recitaban la doctrina cristiana; rezaban en alta voz el rosario. Un crucifijo
presidía siempre la procesión. Entraba en las cárceles, en los monasterios.
"Poníase sobre una pequeña mesa, donde la piedad del que pasa a vista de
la cárcel pone la limosna a los presos, y como no podía sobresalir para dominar
a tanto auditorio, sacaron el púlpito de la inmediata iglesia de Nuestra Señora
del Socorro"; oíanle muchedumbres; también los maestros en teología,
incluso el anciano prior que tanto le persiguió, se había rendido, y no faltaba
nunca a sus sermones, mezclándose entre la gente; "aseguraban muchos el
lugar desde por la mañana... sin cuidar del alimento del cuerpo";
inquisidores, obispos y cardenales lo escuchaban atónitos lo mismo que las
masas enfervorizadas. Treinta años pasó predicando en Córdoba, salvo algunas
temporadas breves en que misionaba por la provincia. Realmente, era un caso
excepcional, extraordinario. Nadie se acordaba ya de su humilde origen; él, sí;
lo repetía con exquisita humildad para acallar los elogios, para ahuyentar la
tentación de los honores: prioratos y mitras, ambición de tantos humanos,
fueron quedándose a sus pies. Renunciaba a todo lo que no fuese humildad:
santidad. Ningún predicador había arrastrado las muchedumbres así desde tiempos
de San Vicente Ferrer. Como ejemplo de la eficacia de su predicación, hay uno
muy significativo: se empeñó en desterrar las comedias y cerrar el teatro y lo
consiguió. Como es lógico, era una tarea difícil. Pero ahí está, después de una
lucha de resistencias y tiras y aflojas, el decreto del ayuntamiento de Córdoba
que decide suprimir y demoler el teatro público a 11 de octubre de 1694.
Córdoba vio y vivió los mejores tiempos de su cristianismo con el padre Posadas.
El 20 de septiembre de 1713 celebró misa muy tempranico; se sentó luego en el
confesonario; se despidió de sus confesandos; a las diez treinta se retiró
diciendo adiós a todos; a las once treinta le dio un ataque de apoplejía, que
muchos confundieron con uno de sus frecuentes raptos; a las siete treinta de la
tarde expiró. Tenía sesenta y nueve años; lo trasladaron aquella misma noche al
convento de San Pablo; no lo habían querido recibir vivo y lo recibieron —y con
grandes honores—muerto. Repicaron todas las campanas de la ciudad; el pueblo
acudió en masa a venerarlo y se retrasó dos días el entierro; el Ayuntamiento
le costeó una lujosa sepultura en el capítulo, revestida de seda, teniendo que
sacar los restos de los dos padres maestros que más le habían perseguido para
depositar en su lugar los restos mortales del padre Posadas; sobre su tumba se
grabó un epitafio historiado.
Sobre su tumba siguen los cordobeses desgranando súplicas y lágrimas. Y el
padre Posadas los escucha con la bondad de siempre. Desde el cielo.
2. Escritor. El padre Posadas, extraordinario representante de la oratoria
sagrada española en los últimos tiempos, fue también un gran maestro y escritor
espiritual. Su biógrafo, padre Alcalá, se admiraba cómo podía tener tiempo para
escribir un hombre que pasaba todo el día predicando, confesando y orando. Pero
ahí están sus obras, que revelan un digno continuador de la gran escuela
mística del siglo XVI. Cultivó el género biográfico, dejándonos tres
biografías: una de Santo Domingo, muy alabada y reeditada; y otra del extremeño
padre Cristóbal de Santa Catalina, presbítero y fundador del Hospital de Jesús
Nazareno, dirigido espiritual suyo; y una tercera de la madre Leonor María de
Cristo, monja dominica de Santa María de los Angeles, de Jaén; cultivó, además,
el género didáctico, escribiendo un bello libro contra Molinos, el maestro
espiritual condenado; también ensayó el género poético en más de una ocasión,
aunque sin insistencia; sólo algunos versos suyos vieron la luz, quedando
inéditos otros muchos, como el que empieza:
En las aras de mi amor
peno y gozo a un mismo tiempo...
Pero, sobre todo, escribió muchos tratados espirituales en forma de sermones;
cinco tomos de estos escritos publicó su confesor con el título de Obras
póstumas.
"Crióle Dios naturalmente retórico." El alcance de este juicio, hecho
por quien lo trató tantos años, puede descentrarse si se prescinde de la época
en que actúa, de la constante dedicación a la predicación y de las dotes
psicofísicas de que estaba adornado. Cuerpo robusto, carácter sanguíneo,
incendiado en el amor de Dios y de la
Virgen , incendiador de almas. Su estilo literario es barroco,
viril, vital; pese a las metáforas —siempre apropiadas, rebuscadas en las
fuentes bíblicas las más de las veces, finas a lo Góngora siempre—, su estilo
logra un contacto directo con la realidad cotidiana; es plástico, como conviene
a un misionero; florido, para rendir tributo al gusto del tiempo; docto, como
convenía a un ingenio doblemente feliz: por don de naturaleza y del arte. En el
Llanto de las virtudes —sus tratados llevan siempre epígrafes metafóricos:
Silbos, Ladridos, Voces, La mano que abre la puerta del cielo, La mejor Rosa de
Jericó, Místicas espigas de la mejor Ruth, Las casas del olvido, Horas de un
reloj cristiano que despierta al alma del pecador dormido, Caminos para la
conversión del alma, Devoto peregrino del cielo, Colirio, El sueño de la culpa,
Las tradiciones del Alcorán del mundo, etcétera— finge que encuentra "unas
doncellas ricamente vestidas y con honestidad adornadas": "Estaba la
una hincada de rodillas, el semblante devoto, y los ojos en el cielo; la otra
tenía un compás en la mano, con que parece que medía o ajustaba; otra
sustentaba un peso, con que repartía las cosas que pesaba a los circunstantes;
otra estaba de pie en una columna, sin ladearse..." A todas les va
preguntando por los motivos de su llanto; y ellas responden que son las
virtudes y que los motivos del llanto puede preguntárselos al profeta
Jeremías... El diálogo, cabalgando en la metáfora, es encantador; los sermones
sobre el pozo y la fuente de Samaria rezuman una frescura y un gracejo
humanísimos, pero al mismo tiempo revelar ansias espirituales de la mejor ley.
Análogos ejemplos nos ofrecen los Silbos o llamadas de Cristo a las ovejas, o
la descripción de "las tradiciones" del Alcorán del mundo, donde
analiza los principios o decires falsos por los que se rigen los hombres.
Escritor espiritual de talla, amén de predicador infatigable, docto y digno,
enamorado de la Virgen ,
el padre Posadas dejó tras sí una estela de luz y de verdad que no se eclipsan.
(Biografía tomada de catholic.net)
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