Predicar con la luz
El decurso inexorable del tiempo nos indica que el
mes de febrero se nos está yendo de las manos; y si detener el tiempo es inútil
pretensión, no lo es echar la vista atrás aunque solo sea por un breve instante
en el escueto espacio de este blog. El calendario puso ante nuestra mirada el
fecundo caudal de unos hermanos predicadores que han puesto el listón del
seguimiento de Cristo al estilo de Domingo de Guzmán en rango de excelencia.
Éstos son, entre otros, fray Reginaldo de Orleans, fray Jordán de Sajonia, fray
Álvaro de Córdoba y el predicador de la luz, fr. Juan de Fiésole, nuestro
querido fray Angélico. Éste, además, quedó camuflado por la coincidencia del
día del Señor, el pasado 18.
Este buen fraile dominico predicó con su arte, con
los colores, conjugándolos de tal guisa que, al admirarlos, nos facilita la
acogida del recado evangélico con sencillez y hondura. Sus trazos desafían
nuestra admiración que, al tiempo, dejan espacio para la interiorización serena
y contemplativa del amor de Dios en los gestos orantes y serenos de sus
cristos, vírgenes y frailes. Fe y belleza, predicación y regalo para los ojos
del alma, paleta de colores que sirven el necesario equilibrio en el que suele
moverse el buscador de Dios a través de la santidad y la belleza. Fray Angélico
nos permite disfrutar con los luminosos colores de su pintura y con la palabra
de vida que pespuntean sus pinceles, porque su arte es predicación que rezuma
fuerza para vivir y gracia salvadora. En su biografía no hubo conflicto entre
su vocación de predicador y su bien logrado perfil artístico; quizá por eso nos
traslada, también hoy, el impagable regalo de su palabra serena que nos invita
a dejar para siempre la oscuridad de nuestros desequilibrios. Somos mendicantes
de gracia y luz, y en este menester fray Angélico es impagable ayuda.
Fr. Jesús Duque OP.