Alternativa a la ceniza
El orden litúrgico vigente mantiene el signo de la
imposición de la ceniza como gesto identificador del inicio del tiempo
cuaresmal y, a la vez, invitación a que dispongamos de un corazón penitente que
busca la misericordia del Señor. Sin embargo, mi modesta experiencia pastoral
me ofrece no pocas dudas sobre la elocuencia del signo de la ceniza como punto de
partida de una marcha hacia la Pascua. Bien porque aún quedan cristianos que
demandan la imposición de la ceniza al margen de la comunidad en su vivencia
eucarística, y dándole a la ceniza un sentido casi sacramental del que carece,
cual si fuera un amuleto salvador; o bien por estar aún vigente la antigua
fórmula que aludía al polvo en que con la muerte nos convertiremos; bien por el
escaso éxito habido por las explicaciones pastorales al uso.
Lo cierto es que la ceniza como tal no facilita la
conexión con el sentir del ciudadano medio de hoy, o al menos el rito provoca a
algunos no pocas dudas en su aplicación, porque entienden que es un signo más
propio del Viejo que del Nuevo Testamento. Por otra parte, no faltan iniciativas
de cambio que merecen ser atendidas con respeto. Una de ellas es que, en opción
libre, el creyente que inicia su itinerario cuaresmal se acerque al que preside
la celebración y, con las manos en la Biblia o en los Evangelios, escuche la
invitación que le conmina a que se convierta y crea en el Evangelio; a esta
proclama puede responder con diversas expresiones de asentimiento e implicación.
Porque de lo que se trata no es precisamente de evocar razones disciplinantes de
negación y muerte, de penitencia por sí misma, sino todo lo contrario; se
quiere subrayar el volver a Dios Padre, buscar su rostro, descubrir su tierna
misericordia y vivir el Evangelio del Señor Jesús, la Buena Noticia del muerto
y resucitado por nosotros. Porque si nuestra cuaresma no tiene tensión evangélica
y pascual lo más seguro es que quede como linda tradición, pero perfectamente
inútil para avanzar en la construcción del Reino de Dios y su justicia, tarea
cuaresmal por excelencia.
Fr. Jesús Duque OP.