Dudar
Muchos hemos tenido la fortuna de contar con un fecundo
principio en el aprendizaje de la vida y los conocimientos consistente en asumir
la duda como fuente de saberes; la experiencia confirma a cada paso tan atinado
estímulo. No sólo porque varios de los desajustes de nuestra sociedad se deben
a que los ignorantes aparecen en los medios, en las redes y en la vida pública
como personas sumamente seguras y, en su contra, los inteligentes no ocultan
las muchas dudas que les asaltan. Y es que la duda, al decir de Ortega y
Gasset, es un paisaje marino que inspira a los hombres presunciones de
naufragio, cuando es todo lo contrario. La duda, como actitud y motivación, es
la única que puede presagiar certezas futuras, aunque éstas sean efímeras y, al
tiempo, punto de apoyo para ulteriores dudas. Pero, siempre y cuando esta duda
no sea el oportuno disfraz de un estéril nihilismo, porque lo que parece
probado es que la duda como metodología de la existencia nos inmuniza de
fundamentalismos y postulados fanáticos, tan nefastos para nuestra sociedad y
para el Pueblo de Dios.
Que deliberen los estudiosos sobre el perfil más o
menos religioso de nuestro presente, así como los efectos patentes o no del tan
mentado proceso de secularización; pero tengamos presente que hoy rezamos para
librarnos de una enfermedad, pero también acudimos al médico, aún a pesar de
las listas de espera. A lo mejor nuestra época no abunda tanto en increencia,
como se ha difundido con profusión, sino de duda, de búsqueda. Lo que significa
que las comunidades tenemos que aprender a gestionar la duda en nuestro
compromiso con la humanidad que nos circunda. Hoy nos corresponde a los
creyentes replicar a Nietzsche y decirle que el que está muerto es él, que Dios
sigue vivo, y mucho, a pesar de (o gracias a) nuestras dudas buscadoras. Reto
singular de nuestros días a los que queremos vivir la fe en Jesús el Señor.
Fr. Jesús Duque OP.