Hacer sitio
Una de las obviedades que con frecuencia olvidamos
es aquella que apunta a que cada uno de nosotros tenemos un sitio propio,
acreditamos un espacio, no siempre reconocido ni respetado ni reivindicado. Por
otra parte, cuando nos adentramos en nuestra vivencia creyente, llama la
atención el que Jesús de Nazaret siempre hizo sitio a sus discípulos, quienes
dispusieron en todo momento de tiempo para hablar, escuchar, preguntar. O dicho
de otro modo, el Maestro no solo dejó que sus discípulos se ratificasen en su
seguimiento, sino que hizo algo más. Mucho más. Se dio a sí mismo para que ese
espacio propio de cada discípulo dispusiera de toda la densidad necesaria para
creer, para conectar con el dial del rostro de Dios.
No es creíble nuestro compromiso creyente si a
este hacer sitio, su sitio, a cada hermano, no implica oferta de servicio, de
compañía, de saber estar al lado ocupados en la escucha y en la oferta, en el
compromiso y en la generosidad. La Palabra predicada cuando es servicio
evangélico tiene esta virtualidad: hace sitio y acompaña, abre espacios de luz
en nuestro corazón y busca compromiso, perfila nuestra personal imagen como
seguidor y crea maneras de crecimiento.
Los predicadores de la Familia Dominicana nos han
dejado el legado de un servicio a la Palabra en el que destacó siempre el que Dios
disponga de un espacio en la vida de cada uno de sus hijos, pues no en balde
predicamos el evangelio de Jesús de Nazaret como mejor exponente del sitio
vital donde, de verdad, respiramos, vivimos y esperamos.
Fr. Jesús Duque OP.