Después de 27 siglos
que han transcurrido desde que se escribió este pasaje que hemos escuchado en la 1ª lect. del Libro del Profeta Isaías,
aún sigue vigente en estos momentos actuales. Seguramente nos lo podemos
aplicar hoy con mucha más razón que en aquel entonces, porque “nuestra lógica
no es la de Dios; los planes del Señor no son nuestros planes; nuestros caminos no son los caminos de Dios”.
Y en base a eso, el
profeta Isaías, nos da un perfil del verdadero Dios, que el Profeta nos apremia
a buscar para intentar copiar y ser lo más parecido a Él, y que lo vemos
reflejado en el dueño de la viña del evangelio de hoy.
Ese Dios, nos dice
Isaías, es un Dios que espera que le busquemos, que se deja encontrar, que
siempre se hace cercano, que se apiada de los que le conocen, que es generoso
en el perdón.
¿Mi Dios en el que
creo, es ese Dios? ¿Me parezco a como es Él? ¿Qué empeño pongo para buscarle e
imitarle?
En realidad, buscar al
Señor, no es otra cosa que escuchar su llamada; y escuchar su llamada es
responder a ella; y responder a su llamada es seguirle; y seguirle, como nos
recuerda la parábola del evangelio de hoy, es acceder a trabajar en su
viña. Y su viña, es la iglesia, la
parroquia, la familia, es cáritas, las ONGs, voluntariado, y todo el entramado
social en el que vivimos.
Esa es
la mejor respuesta, y como nos acaba de decir San Pablo, llevar una vida digna
según el Evangelio. Por eso en la 1ª Lect. se nos llama a la conversión una vez
más. Y todos sabemos que convertirnos, consiste fundamentalmente en parecernos
cada día más a nuestro Dios, que como nos acaba de decir el Salmo, es compasivo
y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, el Señor es bueno con
todos, cariñoso con todas sus criaturas, justo en todos sus caminos, bondadoso en todas
sus acciones.
Otra de las sugerencias del evangelio a tener
en cuenta, es que no importa la hora de llegada a su viña ni la cantidad de
trabajo, lo que importa es el amor que hayamos dado a su llamada. Nunca es
tarde para servir a Dios.
Y por
último, hay algo en esta parábola que no debe pasar desapercibido y que quizá
refleja en gran medida ciertas actitudes en la sociedad de hoy.
La jornada laboral en tiempo de Jesús era de
12 horas: desde que empezaba a despuntar el día, hasta que aparecían las
primeras estrellas. Como acabamos de ver, a lo largo de la jornada, el dueño de
la viña, no cesa de llamar trabajadores con el deseo de favorecer a todos,
incluso cuando faltaba tan sólo una hora para finalizar la jornada. Los
jornaleros que murmuran contra el amo, no reclaman un salario mayor de acuerdo
a las horas de trabajo, y aquí está lo curioso, sino que se quejan que los
últimos sean beneficiados. O sea, se envidian del bien ajeno. ¿Estos
últimos perjudicaron en algo a los otros? De ninguna manera. ¿Por qué entonces,
tantas envidias, tanta falta de bondad y generosidad? (nos evoca la actitud del
hijo mayor de la parábola del Hijo Pródigo).
P. Mariano del Prado, o.p.