De historia
Ya indicó Darwin que, si nos empeñamos en rebuscar
en el pasado histórico para repetirlo, perpetramos un gran error. La historia,
devenir por sí misma, es la suma integral que, en la continuidad y en la humanización
del tiempo vivido, tiene uno de sus mayores logros. Noble es el oficio del historiador
que levanta acta de eventos importantes del pasado y hermoso es su oficio
cuando se limita a fijar el acontecer humano en sus precisos términos de tiempo
y espacio.
Otra cosa muy distinta es cuando nos ofrecen los
logros de su quehacer como tarea a cumplir en el tiempo presente, como si la
máquina del tiempo se hubiera detenido en el punto y hora que ellos estudian. Estimo
que ésta es una discutible pretensión de no pocas efemérides de nuestras
devociones e instituciones religiosas. Los hechos evocados (fundación,
apariciones, devociones…) fueron lo que fueron, y con toda seguridad en grado
de excelencia, lo que no significa que sean las formas y usos más adecuados
para el presente, ni que aquellas instituciones haya que recuperarlas hoy.
Sería lo más fácil en el complicado presente e incierto futuro, pero también lo
más anacrónico.
La Orden de Predicadores cumplió ocho siglos poco
tiempo ha, y el compromiso colectivo que surgió de tal jubileo fue asumir la
esperanza como el mejor reto para acompañar a los creyentes hoy, en particular
a la humanidad doliente y buscadora, y amar cada instante de la historia de
nuestro mundo como lugar teológico donde predicar y servir la Palabra a toda
criatura. Bueno será, a este propósito, no olvidar la carta de fr. Bruno Cadoré
que escribió como conclusión operativa del jubileo 800 de la Orden. Es una
llamada convincente para amar sin reservas nuestro mundo –fecundo en heridas y
abundante en dolores- y no convertirnos en estatuas de sal que no saben mirar
el corazón de todas las criaturas: la humanidad merece toda la atención y espera
desarrollemos nuestra vocación de servicio como lo hizo Jesús de Nazaret.
Fr. Jesús Duque OP.