Más
allá de la Cuaresma
En los medios creyentes se sostiene que la razón
de ser del tiempo que llamamos Cuaresma es la Pascua, la Resurrección del
Señor. La horquilla de tiempo que discurre entre el miércoles de Ceniza y la
noche de la Vigilia Pascual se nos pondera como tiempo fuerte, lapso de gracia
sin igual, donde el camino a recorrer es fecundo y ascensional en todas sus
acepciones, pues no en balde la Palabra de Dios hace el camino con nosotros.
Tanto es así que por costumbre o por prácticas reiteradas damos la impresión
que en este espacio cuaresmal es donde hay que echar el resto; se multiplican
los actos religiosos, las presencias externas de nuestras devociones, las
invitaciones a revisar nuestra vida cristiana, las imágenes religiosas desfilan
por nuestras calles…, todo lo que hay que hacer en cuestión religiosa externa lo
hacemos en esta cuarentena de días religiosos, primavera de frutos pascuales.
Por el contrario, la cincuentena pascual la
dejamos resbalar por el tobogán de devociones y solemnidades religiosas que,
para nosotros, tienen sentido por sí mismas (Ascensión, Pentecostés, Trinidad,
Corpus Christi…) y las vivimos con toda su luz del misterio de Cristo, pero en
ocasiones despojadas de su mensaje pascual. La Cuaresma preñada de mensajes y
sugerencias de la Palabra; la Pascua, como tiempo que languidece camino del
verano. La Pascua disfruta de centralidad doctrinal en la teología cristiana,
cierto es, pero en la práctica la tensión pastoral, litúrgica y existencial
llega a su cenit con el primer día de la semana, el día en el que actuó el Señor, para desparramarse el resto de los
días pascuales. ¿Por qué no corregir el enfoque celebrativo en la pastoral de
cada día, abrir la pascua en el inicio de la Cuaresma y concluirla en el Tiempo
Ordinario? La Pascua merece más cultivo y mimo en nuestras comunidades.
Fr. Jesús Duque OP.