Reclamo
de la Pascua
La liturgia de este tiempo nos ofrece sobrados ejemplos
de excelencia teológica y creyente que apuntan a la centralidad del
acontecimiento pascual. Y no es para menos. Celebrar y compartir la fe en
Jesucristo el Señor que vive entre nosotros es un regalo que todo el buscador
de Dios agradece.
A lo largo de la cincuentena pascual la comunidad
tiene ocasión de bendecir al Dios de la vida y de evocar los mejores momentos
de una historia de esperanza que, en debilidad, siempre se escribió con la
fuerza del que vence nuestra muerte. Por eso, me permito reclamar la Pascua por
sí misma, sin motivos añadidos, como
vida y celebración suficientemente hermosa y fecunda como para que sea
distraída con otros argumentos. Cierto es que nuestra herencia cultural nos empuja
a que todo se desarrolle en la Cuaresma y termine, o parezca terminar, en la
Vigilia Pascual o en el día que hizo el
Señor, el domingo por excelencia. Pero habrá que recuperar todos los
domingos de Pascua, sin adjetivos, sin celebraciones añadidas, por bien que
suenen motivos de misericordia y de buen pastoreo para adjetivar algunos días
del Señor.
Es la Pascua, como se nos comunicaba en el pregón
inicial de este tiempo: El Señor ha resucitado y nadie nos arrebatará esta
dicha a los que necesitamos su luz, a los que en Él soñamos vida; a los que
ponemos en el Nazareno todas las ilusiones vivas que dan vida a nuestra muerte
y calor a la sonrisa… porque nuestro Cristo vive y es nuestra Pascua Florida.