Evento pascual
No aludo a la Pascua en sí como evento, que sería tamaña redundancia, ya que es el acontecimiento central sobre el que gravita la fe de la comunidad cristiana. Sí, por el contrario, al signo de la gracia que a los creyentes nos sitúa al inicio y al término de nuestra dinámica creyente, el bautismo. Quizá los usos que sobre este sacramento hoy están vigentes, no nos dejan ver la dura preparación personal del catecúmeno -el que ha de ser bautizado-, habilitando así un acto de preparación y fe que el Señor viene a sellar con el don del Espíritu Santo en la comunidad. Mas el bautismo y toda la pedagogía de inserción en la comunidad cristiana origina un progreso en la fe y permite al iniciado el acceso a misterios mayores; porque la gracia hace pasar al creyente del estado imperfecto de su fe, al estado adulto y maduro, testimonial y responsable, contrastado con la comunidad que vive la fe del Resucitado. Ex fide in fidem (desde la fe hacia la fe), decía el clásico.
Hasta el siglo IV de nuestro tiempo era muy distinta la práctica bautismal; otrora, precisaba de un largo período de preparación –de dos a cuatro años- y de uno corto e intensivo que tomaba cuerpo y catequesis evangélica con la Cuaresma. En cualquier caso la noche pascual era sobre todo noche bautismal; los nuevos incorporados recibían las aguas regeneradoras esa noche, y el domingo siguiente al día en que actuó el Señor, y vestidos de blanco –in albis- eran los indudables protagonistas de la asamblea cristiana que se congregaba para celebrar la muerte y resurrección del Señor en la eucaristía. El que se bautizaba en la noche pascual ya había transitado por un largo camino de evangelización y catequesis. La comunidad reconocía el título de hijo de Dios al bautizado porque ya compartía con él la suerte de estar sepultados en la muerte del Señor para resucitar con Él a una vida nueva. Notad que ya está dentro / en la historia de sus hijos / que hoy damos brillo / a nuestra bautismal insignia, rezaba un pregón pascual.
Fr. Jesús Duque OP.