¿Cultura
de corrupción?
No seré yo quien ponga paños calientes a la
corrupción, suceso que alarma con razón a la ciudadanía española, más incluso
que el desempleo o el terrorismo. Me horroriza tanto como al que más. Ni
tampoco incurriré en adjetivarla: si de pobres o de ricos, de la derecha
sociopolítica o de la izquierda, si solo del ámbito económico o del político y
partidista.
Es necesario contemplar la actual corrupción desde
enfoques distantes no poco de la urgencia mediática y partidista que tanto
complica, y oscurece, el panorama de este importante evento. Cabe preguntarse si
es mera casualidad que el género literario narrativo en prosa, titulado como
novela picaresca, sea un hecho característico de la literatura española, aunque
también con expresiones foráneas; fue, ciertamente, un suceso literario que vio
la luz en aquel tiempo a caballo entre el Renacimiento y el Barroco y que tanto
aportó, como literatura, al Siglo de Oro de las letras hispanas. Perfiles
conductuales tales como la truhanería, rufianería y el cohecho dibujan un
panorama donde la amoralidad y la burla de la ley son moneda de uso corriente y
con acierto quedó reflejado en nuestra mejor literatura.
Sin embargo, ¿qué nivel ético ostenta una sociedad
en la que surgen estos hechos? ¿Qué incidencia real tiene en nuestra cultura el
hecho de que, según dicen, estamos en una sociedad de apellido católica para
que por doquier surjan variedades sin cuentos del acto corrupto? ¿Nos
conformamos las comunidades creyentes solo con rechazar hechos tan injustos
como el soborno y las comisiones ilegales? ¿Cómo construimos una cultura no
solo de respeto a la legalidad, sino de conductas alta y positivamente éticas
donde el bien común y el de los más necesitados sea un imperativo
irrenunciable? ¿Qué incidencia real tiene nuestra oferta moral en nuestro
entorno? Aquí tienen las comunidades cristianas tarea irrenunciable para ser
levadura que fermente la masa, y lo hagan al mejor estilo creyente.
Fr. Jesús Duque OP.