Orfandad,
no
Con la mejor de las intenciones, no cabe duda
alguna, las autoridades eclesiales y las mismas comunidades cristianas hacen
todo lo que saben y pueden por hacerse presente en la sociedad, por actualizar
la doctrina, por catequizar a los grupos creyentes en el nuevo lenguaje
requerido por los tiempos que corren. Sí, los esfuerzos son muchos… y loables
para ser testigos del Maestro que un día se fue junto al Padre.
Ahora huérfanos de él, ¿estaremos buscando a Dios,
del que tanto y tan bien nos hablaba Jesús el Señor, como aquel vecino de la
parábola que había perdido la llave en casa y andaba buscándola en la calle
solo porque, decía, había allí más luz? ¿De qué nos vale buscar a Dios, ejercer
de seguidores del Maestro de Galilea, buscarlo en lugares santos si donde habla
y grita es en el Evangelio de Jesús y en Jesús como Evangelio? ¿Por qué no lo dejamos hablar escuchando con
más asiduidad su Palabra? ¿Y por qué no buscarlo en nuestro propio corazón, aunque
sea un lugar no sobrado de luz, pero con probada capacidad para estar ahí
porque así lo ha decidido nuestro Dios Padre-Madre?
No estamos huérfanos; Jesús concluyó su agenda
aquí, y sigue entre nosotros si nos decidimos a lavar nuestros ojos en el agua
de su encuentro y de su Palabra. Se deja ver, seguir y admirar con los ojos de
la fe y con el compromiso de humanizar nuestro mundo y humanizarnos cada día
más y mejor. Es su forma de estar con nosotros siempre, es el mejor remedio
para la orfandad a la que, al parecer, nos condenaba su ausencia.
Fr. Jesús Duque OP.