Ahora vengamos al misterio al glorioso del Nacimiento de nuestro Salvador. Porque sin duda, entre todos los pasos y misterios de su vida santísima, uno de los más dulces y más devotos y más llenos de maravillas y doctrinas es este de su glorioso Nacimiento. En este día, dice la Iglesia, los cielos están destilando gotas de miel por todo el mundo, y en este día nos amaneció el día de la Redención nueva, de la Reparación antigua y de la Felicidad eterna.
Salid, pues, ahora, hijas de Sión, dice la Esposa de los Cantares, y veréis al rey Salomón con la corona que lo coronó su madre en el día de su desposorio y en el día de la alegría de su corazón.
¡Oh, almas devotas y amadoras de Cristo!, ¡salid ahora con el espíritu de todos los cuidados y negocios del mundo y, recogidos en uno todos vuestros pensamientos y sentidos, poneos a contemplar al verdadero Salomón, pacificador de los cielos y de la tierra no con la corona que lo coronó su Padre cuando lo engendró eternalmente y le comunicó la gloria de su deidad, sino con la que le coronó su madre cuando lo parió temporalmente y lo vistió de nuestra humanidad!
Venid a ver al Hijo de Dios, no en el seno del Padre, sino en los brazos de la Madre; no entre los coros de los ángeles, sino entre unos viles animales, no sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, sino reclinado en un pesebre de bestias; no tronando ni relampagueando en el cielo, sino llorando y temblando de frío en un portal.
Venid a celebrar este día de su desposorio, donde sale, ya del tálamo virginal casado con la naturaleza humana con tan estrecho vínculo de matrimonio, que ni en vida ni en muerte se haya de desatar. Este es el día de la alegría secreta de su corazón, cuando, llorando por defuera como niño pequeñito, se alegraba de dentro por nuestro remedio como verdadero Redentor.
Fr. Luis de Granada, "Vida de Cristo". Del nacimiento de Nuestro Señor.
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