viernes, 4 de febrero de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (I)

 


 

 PRIMER MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

  

“En el primero se inclinaba ante el altar, como si Cristo, en él representado, estuviera allí real y personalmente, y no sólo de manera simbólica. Según está escrito: La oración del que se humilla traspasará las nubes (Si 35, 21). Algunas veces recordaba a los frailes las palabras de Judit: Siempre te fue grata la súplica de los humildes y de los pacíficos (Jdt 9, 16). Por la humildad obtuvieron lo que pedían la cananea (Mt 15, 21-28) y el hijo pródigo (Lc 15, 18-24). Y también: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). Humilla más, Señor, mi espíritu, pues ante ti, Señor, me he humillado en todo momento (Sal 108, 107).

Y así el santo padre, puesto en pie, inclinaba con humildad la cabeza y el cuerpo ante Cristo, su cabeza, considerando su condición de siervo y la preeminencia de Cristo, y se entregada entero a reverenciarlo.

Enseñaba a los frailes que hicieran otro tanto siempre que pasaran ante el crucifijo, de modo que Cristo, que se rebajó por nuestra causa hasta el extremo, nos viera a nosotros inclinados ante su majestad. Y les mandaba además que reverenciaran de esta manera a la Trinidad, cuando se recitara solemne el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Este modo, tal como se describe en la figura, con una inclinación profunda, era el comienzo de su devoción.”

 

El punto de partida no podía ser más que la humildad, el reconocimiento de la propia pequeñez ante la inmensidad del amor de Dios y de la necesidad de crecer permanentemente en esta convicción.

Santo Domingo parte de una posición erguida. El ponernos en pie, uno de los rasgos que distingue al ser humano del resto de los animales, es un símbolo de nuestra dignidad y libertad como hijos e hijas de Dios que utilizamos en la vida cotidiana para expresar también disponibilidad, atención, prontitud… Al comenzar a orar hemos de hacerlo tomando conciencia de que cada uno de nosotros es un milagro del Señor, de lo importantes que somos para Él. Acercarnos, pues, con la confianza y la intimidad de quien se encuentra con quien mejor le conoce, con aquel que le ama sin condiciones, tal y como es. Pero es fundamental saber, igualmente, que ese encuentro orante va a ser exigente, va a desinstalarte, supondrá un cambio en tu vida.

A continuación, el santo de Caleruega, se inclina ante la cruz. El cuerpo se mueve hacia el suelo, hacia el barro que somos, admitiendo que se es solo una criatura, que nuestro paso por esta tierra es fugaz, que sabemos o comprendemos muy poco de todo… que, de ninguna manera estamos a la altura de tanto Amor. La persona capaz de vivir conforme a esa, su verdad, es la que experimenta la humildad verdadera: la que te lleva a ver al hermano sin superioridad ni paternalismos sino como compañero necesario en el viaje; la que te permite reconocer y disfrutar tus valores o aciertos, pero no únicamente como un mérito propio sino como don divino; la que orienta tu existir hacia el servicio, al cumplimiento de la vocación que se te ha regalado y no solo para ti mismo.

En la humildad hay admiración, gratitud, alegría, confianza, fortaleza, entrega…amor. Domingo sabe que experimentar esto es pura Gracia, por eso nos enseña a empezar desde ahí nuestra oración: dando gracias por la humildad y rogando para que crezcamos más y más en ella.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP

 

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