LOS MODOS DE ORAR DE
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
Es de sobra conocido el hecho de que la actividad apostólica de Santo Domingo estaba sólidamente cimentada en su vida de oración. En la naturaleza mientras viajaba, en la necesidad o el sufrimiento de las personas, en las celebraciones… en cualquier lugar y circunstancia nuestro padre era capaz de contemplar el rostro de Dios, pero esta experiencia se intensificaba en la intimidad, de un modo especial ante la cruz del Señor.
La cruz, para todos los cristianos, ha sido siempre el símbolo de la Redención universal y constituye un elemento esencial de la fe cristiana. En la primera carta a los Corintios, san Pablo resume todo el Evangelio como la predicación de la cruz. En ella encontramos la confirmación de la infinita misericordia divina y también de su triunfo sobre el mal y el pecado. Domingo de Guzmán supo saborear intensamente este misterio, confiar en él y amarlo profundamente.
Ese amor de santo Domingo a la cruz supone un deseo de identificación con Jesucristo, un hacer suyos sus padecimientos por toda la humanidad, el inmenso amor redentor que está clavado en el madero, un camino de fidelidad evangélica y, por tanto, una perspectiva diferente desde la que ver el mundo y la propia vida.
Ante el Señor sufriente de la cruz, entre lágrimas, el santo se reencontraba también con el rostro de las personas que padecían por cualquier causa. Ante el Amor más grande que se entrega para quitar el pecado del mundo, él se descubría envuelto en la Gracia de Dios y urgido a comunicar esa Gracia y compasión sin fin a la humanidad. Experimentaba intensamente la misericordia que Dios le regalaba y la que él sentía por la humanidad doliente.
No se trata únicamente una cuestión de justicia social o de dignidad humana, sino que tenía un profundo sentido religioso: presentaba, ante todo, el dolor humano ante Dios y, desde la contemplación se sabía enviado y actuaba.
La vivencia de Santo Domingo era de tal magnitud que no podía ser contenida en un ámbito interior, sino que, necesariamente, era experimentada y expresada con la totalidad del ser, también con su dimensión corporal.
Así nos lo transmiten quienes lo conocieron directamente, también los testigos de su proceso de canonización, una actividad que se recoge en los modos de orar de Santo Domingo, de autor desconocido (c. 1260-1288)
“Con todo, queremos añadir aquí algo sobre la manera de orar, muy frecuentada por el bienaventurado Domingo, según la cual el alma ejercita los miembros del cuerpo para dirigirse con más intensidad a Dios y, al ponerlo en movimiento, es movida por él hasta entrar unas veces en éxtasis, como Pablo (2Cor 12, 2); otras en agonía, como el Salvador (Lc 22, 43); otras en arrobamiento, como el profeta David (Sal 31, 23). Consta que hubo santos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que oraron así algunas veces.
(…) Tal forma de orar incita a la devoción, alternadamente del alma al cuerpo y del cuerpo al alma. En el caso de santo Domingo, lo llevaba a derramar vehementes lágrimas y encendía el fervor de su buena voluntad de tal modo, que la mente no podía impedir que los miembros del cuerpo delatasen su devoción con señales exteriores. Y, por la misma fuerza de la mente en oración, a veces prorrumpía en peticiones, súplicas y acciones de gracias.
Se trata, además, de una práctica que, desde el punto de vista antropológico, podríamos calificar de visionaria pues rompe con el dualismo que, en la época, se establecía entre cuerpo y alma. En sus modos de orar, Santo Domingo experimenta la bondad de la corporeidad como una dimensión necesaria e imprescindible en su espiritualidad, nos transmite una visión holística del ser humano en la que toda nuestra realidad participa de la relación con Dios.
En las sucesivas publicaciones iremos recorriendo, uno a uno, esos modos de orar que el beato Posadas explicaba diciendo que “cada movimiento era una lengua que hablaba de lo que rebosa el corazón” de Santo Domingo. Lo haremos con la intención de que, por un lado, nos permitan ir profundizando en el mejor conocimiento de nuestro fundador y, por otra parte, confiando en que su ejemplo nos descubrirá nuevas posibilidades que enriquezcan nuestra propia vida de oración.
Fr. Félix Hernández Mariano, OP
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