viernes, 20 de noviembre de 2020

Curso de Psicología espiritual: El Camino espiritual de la fragilidad (6)

 

 ¿CÓMO TRANSFORMAR LAS HERIDAS EN PERLAS?

 

         En adelante, que nadie me moleste, porque llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. (Gal 6,17). ¡Sus heridas nos han curado! (1Pe 2,24)-

          Las heridas de la crisis mundial provocada por el coronavirus, puede ser también una experiencia de purificación. La fragilidad,  puede ser como “el fuego fundidor y como lejía de las lavanderas” (Mal 3,2) que elevándonos a Dios, nos depura y santifica (Papa Francisco).


1. Necesitamos aprender a transformar las heridas en perlas. ¡Una tarea humana y espiritual!

         a) La perla es espléndida y preciosa, pero nace del dolor. Nace cuando  una ostra es herida. Cuando un cuerpo extraño -una impureza, un granito de arena- penetra en su interior y la inhabita, la concha comienza a producir una sustancia (la madreperla) con la cual lo recubre para proteger el propio cuerpo indefenso. Al final se habrá formado una hermosa perla, brillante y preciosa. Si no es herida, la ostra no podrá nunca producir perlas, porque la perla es una herida cicatrizada.

         b) ¿Cuantas heridas llevamos dentro? ¿Cuántas sustancias impuras nos habitan? Límites, debilidades, pecados, incapacidades, inadaptaciones, fragilidades psicofísicas... ¿Y cuántas heridas en nuestras relaciones interpersonales? Pero la cuestión fundamental para nosotros será ¿qué hacemos con ellas? ¿Cómo las vivimos? La única solución es vendar las heridas con la sustancia cicatrizante del amor. Única posibilidad de ver las propias impurezas convertirse en perlas.

         c)  Es fundamental llegar a comprender la importancia de la presencia de los límites, de las heridas, de las zonas de sombra; comprender, a la luz del Evangelio, que todo lo que de nuestro mundo interior y del de los otros, está marcado por la sombra y el límite, es nuestra única riqueza y que precisamente allí, es posible tener experiencia de nuestra salvación. En fin, que no hay nada dentro de nosotros que merezca ser desechado.

         d) Todo puede ser transformado en gracia, hasta el pecado, decía S. Agustín. Hasta nuestra sexualidad herida o nuestras neurosis, puede ser una ocasión para abrirnos, para acoger la gracia. Por eso haremos mal en despreciarlas. Debemos aprender a hacer buen uso de ellas. Las heridas son también materia de santidad, que finalmente consistirá en  darnos cuenta de nuestra verdad, o bien de que somos heridos, limitados, frágiles, pero al mismo tiempo objeto del amor loco de Dios.

         e)  Jesús nos dice a cada uno: Ama esa parte de ti que no quisieras tener. Envuélvela con el amor y al final comprobarás que tienes en ti una perla preciosa, porque en la herida reconocida, envuelta por el amor, experimentarás el tesoro que llevas dentro. Con insistencia el Evangelio nos exhorta a poner en el centro nuestro límite y nuestra fragilidad (Mc 3,3 y Lc 6,8; Lc 5,19). Poner en el centro nuestras zonas de sombra quiere decir reconocer por una parte su existencia y por otra, que éstas, frente a la resurrección de Cristo, no son la última palabra sobre nuestra humanidad.

 

2. Necesitamos vivir y reconciliarnos con el límite. Tenemos que decidir si optar en la vida por la fuerza o por la debilidad, que lleva la fuerza misma de Dios, según S. Pablo. Cuando soy débil, entonces soy fuerte (2Cor 12,10)  De esta manera, podemos recuperar la realidad del límite y reconciliarnos con ella. Nosotros existimos solo en cuanto limitados. Hemos nacido y moriremos, por lo cual somos limitados en el tiempo. Tenemos un cuerpo cuyos contornos definen nuestro límite con el mundo, y esto nos dice que somos limitados en el espacio. Quisiéramos ser capaces de amar más,  pero cada día hacemos la dura experiencia de estar hechos así. Somos limitados en el amor. Y después está el límite del otro que en cuanto otro distinto de nosotros, no nos permite ser lo que quisiéramos, por lo cual lo percibimos también como limitación. La salvación para nosotros no llegará cuando hayamos vencido nuestras miserias, sino cuando comencemos a vivir en la verdad de nosotros mismos, es decir, aceptándonos con nuestras fragilidades. Nosotros somos nuestras imperfecciones, nuestras heridas, nuestros límites. No somos más que eso, aunque nos escondamos tras las máscaras. Así podremos transformar las heridas en perlas.

 

3. Aprovechar los límites, como Jesús, para abrirse al Poder, la Riqueza y Gozo de Dios. Los límites vividos por Jesús los podemos ver  a la luz del relato de  las tentaciones, con las que propone una nueva vida de lucha, dejando que Dios sea la fuerza en la debilidad.

            Los tres tipos de tentación con los que el diablo puso a prueba a Jesús son tan radicales que evocan los sentimientos de todo hombre herido en su propio egoísmo. Es como si el Evangelio, con un «psicoanálisis» anticipado, nos hiciera ver el lugar donde cada persona humana se juega su propio destino de felicidad engañosa, o de obediencia al designio divino. El tentador ofrece visiones, suscita deseos, desafía con promesas cautivadoras, para situarnos engañosamente ante los límites. Con la invitación a hacer un milagro para satisfacer el hambre pone de relieve el límite del placer, como si estuviera en manos del hombre disponer de la felicidad completa y total de los sentidos. Con la sugerencia diabólica de manifestar el poder de Hijo de Dios no sometido a la voluntad del Padre se pone de relieve el límite del poder, el ansia de protagonismo, más allá de la natural debilidad, que siempre anda al acecho. El deseo desmandado de poseer aparece descrito con la propuesta hecha por el diablo, que promete ilusoriamente tener el dominio sobre todo.

         Jesús soporta y vence estos límites universales, del placer, del dominio y del poseer, con la Palabra de Dios, descubriéndolo a Él en esos límites, y nos enseña a  vencer así las tentaciones fundamentales.  Mateo comienza por las necesidades y límites físicas. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Dijo Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,2-3). Dios Padre, que habla conmigo, es mucho más que un alimento ocasional. El hombre nuevo, no tiene solo apetitos;  tiene también relaciones.

         Otro límite se vive cuando las cosas no van como yo quiero: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues está escrito. Dará órdenes a sus ángeles sobre ti, para que te lleven en su manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Dijo Jesús: No tentarás al Señor tu Dios (Mt 4,4). La tentación de forzar las cosas es una tentación especialmente religiosa; tratar de que Dios cambie de ruta. Pero Jesús se fía del Padre. Ese es su proyecto. Venga tu Reino. Manda tú, me fio. Acepto mi puesto de hijo. No lo puedo hacer todo. Soy precario por constitución y tengo una vida frágil, aunque simule que tengo el control. Pero, sobre todo me fio de la voluntad de Dios.

         Y el tercer límite el del afán de riquezas con las que llenar todos los vacios. Todo esto te daré, si te postras y me adoras. Y dijo Jesús: Adorarás a tu Dios y sólo a Él darás culto. Es fundamental llegar a comprender la importancia -en nosotros- de los límites,  las heridas,  y la fragilidad. Porque ahí está también nuestra única riqueza. Pudiendo decir que no hay nada dentro de nosotros que merezca ser despreciado. El límite rechazado aumenta la vulnerabilidad, la precariedad, y la miseria. Pero la Confianza en Dios transforma siempre mis heridas en perlas.


Cuestiones para reflexionar.

·¿Qué me enseña la imagen de “la perla que nace de una ostra herida”?. .

·¿Cuáles son mis sombras, heridas  y límites? ¿Vivo reconciliado/a con ellos?

·¿Qué heridas  de mi vida, quiero y necesito transformar  en perlas?

 

ORACION.

         Señor, Tú ya lo sabes, pero déjame repetirlo: Soy una persona frágil, que llama y suplica, llora, sufre y duda; pero soy también alguien que se entusiasma, canta, ensalza y disfruta de la vida. Soy una persona herida, caída, fracasada; y soy también alguien que revive, se alza e ilusiona cada día de un modo nuevo. Soy aspiraciones sublimes y debilidades infantiles, gritos de fe y llantos desesperados, pregonero de libertad necesitado de  ráfagas de claridad y tinieblas permanentes, coleccionista de  impulsos de generosidad y mezquindad, campo lleno de contradicciones. Pero sobre todo, soy tu hijo, y necesito el contacto de tus manos, el calor de tu aliento, la seguridad de tu regazo, para transformar mis heridas en perlas.                                                                                                                         

Fr. José. Antonio Segovia. O.P.

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