(Tercera parte de la Conferencia pronunciada
ante los miembros de la Fraternidad Laical Dominicana de
Sto. Domingo de Scala Coeli y P. Posadas, de Córdoba)
SAN
ALBERTO MAGNO
(1206 - 1280)
CIENTÍFICO
Y SANTO
Manuel
Antonio Navío Perales, O.P.
Fraternidad Laical Dominicana de
Sto.
Domingo y P. Posadas - Córdoba
4. Su Espiritualidad.
San Alberto es un científico, sin duda alguna. Pero,
además y ante todo es un teólogo observante y penitente, hombre de oración constante
y amante de la Eucaristía: "Celebraba los Misterios Divinos con la más
grande pureza y el más ardiente amor".En él se encarna el carisma
dominicano de búsqueda de la Verdad, siendo en todo momento y sobre todo al
final de su vida un Contemplativo y Maestro espiritual.
Gran parte del S. XIII no conoció la oposición
entre la ciencia y la fe gracias a él. Su obra es una fundamentación pujante y
armoniosa, una síntesis de todo lo elaborado, donde la doctrina espiritual
coronaba naturalmente una física, una medicina, una lógica, una filosofía y una
teología. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios, y se lo propone
como meta clara al principio de su obra: “terminaremos
todos hablando de las cosas de Dios”.
La
contemplación fue definida por él como “Abrazar
la Verdad con amor”. Saborear la Verdad con amor, es lo propio de la
sabiduría, que es un don del Espíritu Santo, cuando se trata de la Verdad que
es Dios. “La contemplación que está
empapada de amor, es cálida y lleva siempre a la unión que transforma por
asimilación de lo contemplado, no es un conocimiento frío y teórico en las
esferas de lo inerte, sino que profundiza en el calor del corazón, latiendo al
unísono con la Verdad contemplativa”. Es la descripción que hacen los
Maestros de vida mística de la oración contemplativa, que es como un anticipo
de la visión beatífica.
Alberto, contempló desde joven la naturaleza, abrazando
con gusto la verdad de las cosas creadas, como obras en las que Dios ha estampado
su huella, dejándolas, como dicen las criaturas del Cántico Espiritual de San
Juan de la Cruz:“vestidas de su hermosura”.
Pero a medida que maduró en su vida, el Maestro se vio empujado
irresistiblemente a contemplar la Verdad de Dios en sí misma. Por eso, en la
plenitud de su vida, contempla casi todos los libros de la Sagrada Escritura,
especialmente los Evangelios.
Es un Maestro Orante. Terminadas sus clases se
dedicaba a la meditación y contemplación de las cosas divinas. Fray Tomás de
Cantimpré, describe así su vida de maestro: “Lo
vi con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la
cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a
contemplar lo divino y a meditar”.De día y de noche estaba en meditación.
Escuchaba ávidamente las palabras suaves del Espíritu Santo, procurándose así
las aguas salvadoras de la sabiduría, que tan ardientemente deseaba. De ahí
manaba una fuerza íntima, que le llevaba a predicar y a escribir lo que
paladeaba en la oración y en su estudio, que también era oración.
Personificó de modo ejemplar el ideal
dominicano, predica al pueblo de Dios –admirado por su palabra y su ejemplo de
vida– los frutos de su contemplación y busca la Verdad en todas las ciencias
humanas y divinas. Ataca el error previniéndolo y afrontándolo.
Son deliciosas las oraciones que dejó escritas
como conclusiones de las homilías y la colección de sermones sobre el Corpus
Christi, y sobre todo de su relación con la Virgen María. Célebre es su “Mariale”, en el que trata de todas las cuestiones
sobre la Teología y Espiritualidad de la Virgen, poniendo de manifiesto su gran
devoción para la Madre de Dios, la cual, según tradición –como se ha citado
anteriormente–, lo confortó para perseverar en el propósito de la vocación y el
estudio. En el prólogo define su relación con la Santísima Virgen: “Ella ha movido mi voluntad, ha guiado mis
esfuerzos y ve mi intención”.
Voy terminando… Pese a suscitar en seguida
varias formas de devocióntras su muerte, no se le rindió un verdadero culto
hasta finales de la Edad Media. Pío II (1459) lo incluyó entre los “santissimi doctores”, siendo
beatificado en 1622 por Gregorio XIV. Desde mediados del S. XIX los obispos
alemanes habían propuesto –sin éxito–, incluirlo entre los doctores de la
Iglesia. Pío XI lo declaró Santo y Doctor, el 16 de diciembre de 1931 mediante
la bula “In thesauris sapientiae” (En los
tesoros de la sabiduría), donde dice que: “poseyó en el más alto grado el don raro y divino del espíritu
científico...” Destaca la actualidad
de su figura, asegurando que: “Es
exactamente el tipo de santo que puede inspirar a nuestra época, que busca con
tantas ansias la paz y tiene tanta esperanza en sus descubrimientos científicos”.
En 1941, Pío XII lo declaró patrón de los
estudiosos de las Ciencias Naturales.
Benedicto XVI, en Audiencia General del 24 de
marzo de 2010, loando la actualidad de San Alberto, dice:«tiene mucho que enseñarnos aún […] muestra que entre fe y ciencia no
hay oposición, a pesar de algunos episodios de incomprensión que se han
registrado en la historia […] recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y
que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación al estudio
de la naturaleza, un auténtico y fascinante recorrido de santidad».
Y termino, destacando la fórmula de santidad que
él siguió en su vida: “Querer todo lo que
yo quiero para gloria de Dios, como Dios quiere para su gloria todo lo que Él
quiere”; es decir, conformarse siempre a la voluntad de Dios para querer y
hacer sólo y siempre para su gloria.