domingo, 18 de noviembre de 2018

A propósito de la festividad de San Alberto Magno (y III)

(Tercera parte de la Conferencia pronunciada
ante los miembros de la Fraternidad Laical Dominicana de
Sto. Domingo de Scala Coeli y P. Posadas, de Córdoba)







SAN ALBERTO MAGNO
(1206 - 1280)
CIENTÍFICO Y SANTO



                                                                                   Manuel Antonio Navío Perales, O.P.

   
                                                                                   Fraternidad Laical Dominicana de

                                                                                     Sto. Domingo y P. Posadas - Córdoba
 


4. Su Espiritualidad.

San Alberto es un científico, sin duda alguna. Pero, además y ante todo es un teólogo observante y penitente, hombre de oración constante y amante de la Eucaristía: "Celebraba los Misterios Divinos con la más grande pureza y el más ardiente amor".En él se encarna el carisma dominicano de búsqueda de la Verdad, siendo en todo momento y sobre todo al final de su vida un Contemplativo y Maestro espiritual.

Gran parte del S. XIII no conoció la oposición entre la ciencia y la fe gracias a él. Su obra es una fundamentación pujante y armoniosa, una síntesis de todo lo elaborado, donde la doctrina espiritual coronaba naturalmente una física, una medicina, una lógica, una filosofía y una teología. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios, y se lo propone como meta clara al principio de su obra: “terminaremos todos hablando de las cosas de Dios”.

La contemplación fue definida por él como “Abrazar la Verdad con amor”. Saborear la Verdad con amor, es lo propio de la sabiduría, que es un don del Espíritu Santo, cuando se trata de la Verdad que es Dios. “La contemplación que está empapada de amor, es cálida y lleva siempre a la unión que transforma por asimilación de lo contemplado, no es un conocimiento frío y teórico en las esferas de lo inerte, sino que profundiza en el calor del corazón, latiendo al unísono con la Verdad contemplativa”. Es la descripción que hacen los Maestros de vida mística de la oración contemplativa, que es como un anticipo de la visión beatífica.

Alberto, contempló desde joven la naturaleza, abrazando con gusto la verdad de las cosas creadas, como obras en las que Dios ha estampado su huella, dejándolas, como dicen las criaturas del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz:“vestidas de su hermosura”. Pero a medida que maduró en su vida, el Maestro se vio empujado irresistiblemente a contemplar la Verdad de Dios en sí misma. Por eso, en la plenitud de su vida, contempla casi todos los libros de la Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios.

Es un Maestro Orante. Terminadas sus clases se dedicaba a la meditación y contemplación de las cosas divinas. Fray Tomás de Cantimpré, describe así su vida de maestro: “Lo vi con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a contemplar lo divino y a meditar”.De día y de noche estaba en meditación. Escuchaba ávidamente las palabras suaves del Espíritu Santo, procurándose así las aguas salvadoras de la sabiduría, que tan ardientemente deseaba. De ahí manaba una fuerza íntima, que le llevaba a predicar y a escribir lo que paladeaba en la oración y en su estudio, que también era oración.

Personificó de modo ejemplar el ideal dominicano, predica al pueblo de Dios –admirado por su palabra y su ejemplo de vida– los frutos de su contemplación y busca la Verdad en todas las ciencias humanas y divinas. Ataca el error previniéndolo y afrontándolo.

Son deliciosas las oraciones que dejó escritas como conclusiones de las homilías y la colección de sermones sobre el Corpus Christi, y sobre todo de su relación con la Virgen María. Célebre es su “Mariale”, en el que trata de todas las cuestiones sobre la Teología y Espiritualidad de la Virgen, poniendo de manifiesto su gran devoción para la Madre de Dios, la cual, según tradición –como se ha citado anteriormente–, lo confortó para perseverar en el propósito de la vocación y el estudio. En el prólogo define su relación con la Santísima Virgen: “Ella ha movido mi voluntad, ha guiado mis esfuerzos y ve mi intención”.

Voy terminando… Pese a suscitar en seguida varias formas de devocióntras su muerte, no se le rindió un verdadero culto hasta finales de la Edad Media. Pío II (1459) lo incluyó entre los “santissimi doctores”, siendo beatificado en 1622 por Gregorio XIV. Desde mediados del S. XIX los obispos alemanes habían propuesto –sin éxito–, incluirlo entre los doctores de la Iglesia. Pío XI lo declaró Santo y Doctor, el 16 de diciembre de 1931 mediante la bula “In thesauris sapientiae” (En los tesoros de la sabiduría), donde dice que: “poseyó en el más alto grado el don raro y divino del espíritu científico...”  Destaca la actualidad de su figura, asegurando que: “Es exactamente el tipo de santo que puede inspirar a nuestra época, que busca con tantas ansias la paz y tiene tanta esperanza en sus descubrimientos científicos”.

En 1941, Pío XII lo declaró patrón de los estudiosos de las Ciencias Naturales.

Benedicto XVI, en Audiencia General del 24 de marzo de 2010, loando la actualidad de San Alberto, dice:«tiene mucho que enseñarnos aún […] muestra que entre fe y ciencia no hay oposición, a pesar de algunos episodios de incomprensión que se han registrado en la historia […] recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante recorrido de santidad».

Y termino, destacando la fórmula de santidad que él siguió en su vida: “Querer todo lo que yo quiero para gloria de Dios, como Dios quiere para su gloria todo lo que Él quiere”; es decir, conformarse siempre a la voluntad de Dios para querer y hacer sólo y siempre para su gloria.