(Primera parte de la Conferencia pronunciada
ante los miembros de la Fraternidad Laical Dominicana de
Sto. Domingo de Scala Coeli y P. Posadas, de Córdoba)
SAN
ALBERTO MAGNO
(1206 - 1280)
CIENTÍFICO
Y SANTO
Manuel
Antonio Navío Perales, O.P.
Fraternidad Laical Dominicana de
Sto.
Domingo y P. Posadas - Córdoba
1. Introducción.
Celebramos
hoy la fiesta en memoria de una de las figuras más insignes de la primera
generación de la Orden de Predicadores, a quien la tradición histórica y
teológica designa –con razón–, con el calificativo “Magnus”(grande), en atención desu gran sabiduría, sus muchos y
variados escritos y porque supo conciliar de modo admirable la ciencia divina
con la sabiduría humana, estableciendo las bases del desarrollo de la Filosofía
y la Teología a lo largo del S.XIII. La extensión y profundidad de su doctrina asociada
a la santidad de vida, le hicieron acreedor de la admiración de sus
contemporáneos que le atribuyeron títulos excelentes. Su discípulo Ulrico de
Estrasburgo, lo definió como:«asombro y
milagro de nuestra época».
Si
san Buenaventura es llamado «doctor seráfico» y santo Tomás de Aquino «doctor
angélico», san Alberto ha sido llamado el «doctor universal», epíteto que
indica el carácter enciclopédico de su obra, que abarcó toda la realidad de su
tiempo en aras de la verdad y del equilibrio del saber humano.
2. Su
Vida.
Nació alrededor de 1206 en Lauingen, pequeña
ciudad asentada a orillas del Danubio, en la Diócesis de Augsburgo (Baviera),
donde su familia (Bollstaedt) de tradición militar al servicio del Emperador
del Sacro Imperio, tenía su solar en un castillo en las inmediaciones de la
población. Allí transcurrió su infancia, iniciando su educación en la escuela
de la catedral al tiempo que afianzaba su corazón en la piedad.Pero la vida del
joven ansiaba horizontes más amplios. No le llamaba la milicia. Desea cursar la
carrera de Leyes por lo que sus padres le envían primero a Bolonia, famosa en
los estudios jurídicos; pasa más adelante a Venecia, y después a Padua, en cuya
Universidad se impartían las llamadas “artes liberales” del Trívium (Gramática,
Dialéctica, Retórica) y Quatrívium (Aritmética, Geometría, Astronomía, Música),
por las que sentía junto a la observación de la naturaleza un especial interés;
aunque ésta no era su única vocación. Sentía pareja la llamada a la santidad.
Por eso frecuenta la iglesia de unos frailes de reciente fundación de los que
se decía habían roto los moldes del monaquismo tradicional y que acompasaban la
institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época.
Su fundador era un español, Domingo de Guzmán, quien quiso que sus religiosos
fueran predicadores y doctores y que, un año antes (1221) había muerto, dejando
la institución en manos de un compatriota de Alberto: Jordán de Sajonia. Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y
convencer a los universitarios, convirtiéndolo en un extraordinario “pescador
de vocaciones” en el caladero de la Universidad. Más de mil vistieron el hábito
durante su gobierno, salidos de las aulas de Nápoles, Bolonia, Padua, París,
Oxford y Colonia. No siendo infrecuente que, al frente de los estudiantes y
capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor. Este
escribió en 1222 a la Beata Diana D’Andalo anunciándole que había admitido en
la Orden a diez postulantes, “dos de ellos hijos de condes alemanes”. Uno de
ellos era Alberto.
La relación intensa con Dios y un sueño en el
que la Virgen le invitaba a hacerse religioso, unido al ejemplo de santidad de
los frailes dominicos, la escucha de los sermones del beato Jordán y su
dirección espiritual, fueron los factores decisivos en el discernimiento
vocacional que le ayudaron a superar toda duda y a vencer también,las fuertes resistencias
familiares. Alberto “cayó en las redes de Jordán”, recibiendo de sus manos en
1223 el hábito de la Orden de Predicadores.
La profesión religiosa no le supuso el abandono
de los estudios universitarios. Domingo quería sabios a sus frailes; sólo que a
la sabiduría clásica debían añadir el conocimiento profundo de las verdades
reveladas. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los
nuevos maestros. El “Chronicon de
Helsford”resume su vida de estos años diciendo que era «humilde, puro, afable, estudioso y muy
entregado a Dios». Por otra parte la “Leyenda
de Rodolfo”lo describe como «un
alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus
compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que
sus condiscípulos y sus maestros le llamaban “el filósofo” ».
Tras ordenarse sacerdote, vuelve a Alemania,
donde iniciará su actividad docente y la carrera de escritor, ocupaciones en
las que consumirá su vida. En 1228, como Lector en Teología, enseña en el
Convento de Colonia, principal escuelade la Orden. Después pasó a regentar Cátedra
en Hildesheim, Friburgo, Estrasburgo, y de nuevo en Colonia, a la que regresó gozando
ya de fama en toda la provincia alemana. Siendo París, el centro intelectual de
Europa Occidental, sus superiores lo envían allí para que obtenga el grado de
Maestro en Teología, que alcanza en 1244; allí continuará la docencia y
distinguirá a su más aventajado discípulo, Tomás de Aquino. La concurrencia de
estudiantes a sus clases era tal que tuvo que enseñar en la plaza pública, que desde
entonces lleva su nombre: la Plaza Maubert (por deformación de“MagnusAlbertus”). Simultaneando la
labor de cátedra con la de escritor, comentó los libros de Aristóteles, los del
Maestro de las Sentencias y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió elogiando
la obra de Alberto: “Ilustraste a todos;
fuiste preclaro por tus escritos; iluminaste al mundo al escribir de todo
cuanto se podía saber”.
El Capítulo General de la Orden, reunido en
París en 1248, decreta la creación del “Studium generale” (Universidad) en
Colonia, designándole su primer Rector, por lo que regresará a su ciudad de
adopción, en compañía de Tomás de Aquino. Inaugura así, una etapa en la que
será depositario de prestigiosas tareas. En 1254 es elegido Provincial de la
Provincia “Teutoniae” (teutónica), distinguiéndose por el celo con que ejerció
su ministerio, recorrió la región a pie, mendigando por el camino el alimento y
el hospedaje, para visitar sus comunidades y recordar a sus hermanos la
fidelidad a las enseñanzas y el ejemplo de santo Domingo.
Para entonces, ya se le llamaba “el doctor
universal” y su prestigio había provocado en los profesores laicos,encabezados
por Guillermo de Saint-Amour, la envidia y el rechazo contra los dominicos, demorando
la obtención del doctorado a los mendicantes, entre ellos a su patrocinado, santo
Tomás de Aquino y el franciscano san Buenaventura. Para defender ante el Papa
el derecho de las Órdenes Mendicantes al ejercicio de la docencia
universitaria, va a Roma en 1256. Su presencia no pasa inadvertida al Papa
Alejandro IV, que le nombra Maestro del Sacro Palacio, es decir, su teólogo y
canonista personal. Vuelto a Colonia, en 1260 lo consagró Obispo de Ratisbona,
importante diócesis, que atravesaba una situación caótica tanto en lo
espiritual como en lo material. Aceptó el cargo a pesar de la oposición del
Maestro de la Orden, el Beato Humberto de Romans, quien al enterarse de su
ordenación le dirigió una dura carta, en la que le decía entre otras cosas, que
hubiera preferido verlo en el féretro que encumbrado al episcopado. Recorrió la
diócesis dando testimonio de humildad y pobreza, renunciando al uso del caballo
–que por su dignidad le correspondía– como medio de transporte, siendo
reconocido por el pueblo como el “obispo con botas”.Tras dos años de gobierno,
llevando paz y concordia a la diócesis, reorganizando parroquias y conventos e
impulsando las actividades caritativas, fue aceptada su renuncia por el Papa
Urbano IV, para gozo del Maestro Humberto y suyo propio, pues se consideraba
mucho más apto para la enseñanza de la filosofía y la teología que para la
administración de una diócesis.Con el regreso a la vida conventual y la
docencia, acepta también de Urbano IV el encargo de predicar la Cruzada en
tierras de Alemania y Bohemia (1263-64), volviendo a Colonia para retomar su
misión de profesor, investigador y escritor.
Al ser hombre de oración, de ciencia y de
caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones en asuntos varios,
tanto de iglesia como de la sociedad de la época; fue sobre todo hombre de
reconciliación y de paz en Wurzburgo, donde el arzobispo había entrado en dura
confrontación con las instituciones ciudadanas. En 1274, es convocado al II Concilio
de Lyon. En vísperas de su partida se enteró –según se dice por revelación
divina–, de la muerte de su querido discípulo santo Tomás de Aquino. A pesar de
la impresión y de su avanzada edad, san Alberto tomó parte muy activa en el
Concilio, y junto con el Beato Pedro de Tarantaise (futuro Inocencio V, primer
Papa de la Orden) trabajó ardientemente para favorecer la unión entre las
Iglesias latina y griega, separadas tras el gran Cisma de Oriente de 1054,
apoyando con toda su influencia la causa de la paz y la reconciliación.
Probablemente, su última aparición pública tuvo
lugar tres años más tarde (1277), cuando el obispo de París, Esteban Tempier, y
otros personajes, atacaron violentamente ciertos escritos de santo Tomás. San
Alberto, ya anciano, partió apresuradamente a París para defender de manera
eficaz y decisiva la doctrina de su difunto discípulo.De modo que, tanto la Iglesia
como el mundo somos deudores no solo de su obra, sino en parte, también de la
de santo Tomas de Aquino.
Agotado, volvió a Colonia en 1278. Allí, cuando
dictaba una clase, le falló súbitamente su prodigiosa memoria. Según la
leyenda, el santo contó a sus oyentes que, cuando era joven en la vida
religiosa, el desaliento le había hecho pensar en volver al mundo, pero la
Santísima Virgen se le apareció en sueños y le prometió que, si perseveraba, Ella
le alcanzaría la gracia necesaria para llevar a cabo sus estudios. También le
vaticinó que, en su ancianidad, volvería nuevamente a desfallecer su
inteligencia y que ésa sería la señal de que su muerte estaba próxima. Como
quiera que fuese, tras una etapa de obnubilación y debilitamiento físico, le
sobrevino la muerte apaciblemente, cuando se hallaba sentado conversando con
sus hermanos en Colonia. Era el 15 de noviembre de 1280.