Persona vs. masa
Quedan muy
distantes en el tiempo las reflexiones que nos dejaron, entre otros, Gustave Le
Bon y José Ortega y Gasset, sobre la cultura de masas y su incidencia en el
acontecer de las personas. La sociedad moderna la adopta desde hace más de un
siglo como una de sus señas de identidad, hasta el punto de ser el telón de
fondo de la vida de los ciudadanos en sus usos y consumos, gustos y rechazos,
opiniones e ideas.
También en
la vida eclesial se han aceptado los dictados de la cultura de masas para
destacar presencias y mensajes cristianos; se usa y abusa de convocatorias masivas
que dan pie a conclusiones las más de las veces desenfocadas. Parece que no se
han tenido en cuenta de forma efectiva los inevitables peajes que se cobra la
cultura de masas a la hora de producir respuestas personales de fe; entre
otros, la marcada despersonalización con la que todo fenómeno de masas se
presenta, donde lo importante es el número total (la consabida guerra de cifras
de las manifestaciones) y no la calidad de sus integrantes ni los matices
personales de sus demandas; una persona es perfectamente sustituible e
intercambiable por otra sin que el fenómeno masivo se resienta. Pero, además,
estar en el interior de la masa no supone que se convive o se comunica con los
demás, y más cuando entendemos la fe como respuesta personal e implicación
fraterna con la comunidad. El individuo, inserto en contexto masivo, se expone
a la manipulación y pérdida de calidad de los mensajes intercambiados, amén de
la fuerza sugestiva inherente a todo fenómeno de este tipo.
La fe es
encuentro personal con uno mismo, con el misterio que nos trasciende, con la
Palabra, con la provocación de Jesús el Señor que nos empuja a mirar en nuestro
interior; la creencia nos empuja a buscar nuestro propio punto de luz donde
Dios y el hombre nos encontramos. Pero en el silencio interior, en el desierto
personal, en la escucha serena de la Palabra, en la paradójica serenidad de la
búsqueda, en una banda sonora callada que nos hace gustar los sones de la
confianza en aquel que sabe llenar el vacío de nuestra personal e
intransferible inquietud.
Fr. Jesús Duque OP.