domingo, 10 de junio de 2018

La mesa de la Palabra: Quod recipitur ...

Quod recipitur…

Tomás de Aquino emplea en varios pasajes de sus escritos un recurso explicativo que le es muy útil para ilustrar no pocos de sus reflexiones. Tal principio reza así: Quod recipitur, ad modum recipientis recipitur. No es un juego de palabras impropio del Aquinate. Indica que lo que uno recibe y admite, se acomoda al modo habitual de percibir  las cosas que uno tiene. Sin abusar de comparaciones, viene a ser como el agua que adopta la forma de la jarra en la que es contenida. Lo que percibimos lo asimilamos e incorporamos a nuestro patrimonio personal y se conforma a nuestro modo de mirar, a nuestras prenociones, filias y fobias, motivaciones y prejuicios, vivencias y sentimientos. No es para plantear ahora sesudas cuestiones sobre la objetividad y subjetividad del conocimiento humano. Sí, por el contrario, para que, a la hora del ministerio de la santa Predicación como vehículo evangelizador, el mensaje en cuanto tal, el proyecto del Reino de los Cielos que nos dejó el Señor, ha de ser elaborado no tanto desde la transparencia y verdad del mensaje en sí, o de la fuerza luminosa que por sí misma contiene, sino, y sobre todo, del paisaje de intereses, capacidades, anchuras y estrecheces de los que reciben el recado predicador. El evangelizador no es un doctor que desde la cátedra imparte doctrina sino aquel que se deja llevar por la fuerza del Espíritu y sirve el evangelio como ayuda para la vida, como luz para el que busca, como inquietud para el perplejo, como nueva pregunta para el que duda, como atractivo horizonte de luz para el que se encierra en el dolor, como misericordia para el que se ve despreciable, como mano tendida por el Dios de Jesús para el que le sobran motivos de ni mirarse a la cara... y como notario en sus actos de lo que predica.

Hará bien el predicador en desarrollar su servicio eclesial en perenne docilidad al Espíritu de Jesús; como, asimismo, en poner siempre como objetivo de su tarea el incondicional servicio al Pueblo de Dios, a sus hermanos, y nunca su nombre y prestigio. Si es así, el Espíritu se encargará, y bien que lo hace, en que cada uno escuche las maravillas de Dios en su propio contexto, en su personal situación.

Fr. Jesús Duque OP.