De Dios amigos
En la
reciente carta pascual del P. Provincial de Hispania en la que hace una bella
glosa de los discípulos de Emaús en camino, evoca el rótulo de amigos
de Dios con el que algunos frailes mayores llamaban a los predicadores. Puede
que a algunos les suene a pretencioso el que este reducido grupo de servidores
del Proyecto del Señor pretendan acaparar tal título, cuando es un regalo del
que disfrutamos todos los hijos de Dios; pero ¡es tan hermoso sentirse
partícipe del ámbito afectivo de nuestro mejor Amigo cuando se sirve con todos
los pobres medios al alcance del predicador la mesa de la Palabra! ¡Da tanta
fuerza al servidor de la Palabra que ofrece sobrada energía para superar las
servidumbres personales a la hora de decir la alegría y el consuelo del Evangelio!
El
predicador ya tiene sobrado realce por su marchamo bautismal en el Pueblo de
Dios. Ahora, sintiéndose amigo del mismo y discípulo del Maestro, ve cómo su
modesto servicio de la Palabra, e incluso la pobre condición personal que ostenta,
expresa la Gracia de la Predicación tan necesaria para acoger el sufrir de
nuestro tiempo y la ilusión de los que necesitan levantar la cabeza. Pura gracia
la de la predicación que invita a vivir el prodigioso sueño de la experiencia
de Dios en la clave de cercanía afectiva (mitad de mi alma llama el poeta al
amigo, dimidium animae meae), o el inmerecido
regalo de dos almas en una (Maestro y discípulo), o el tremendo reto de saber
que con tal amigo se piensa y habla siempre en la voz alta de la esperanza. ¡Noble,
por bella y servicial, la condición del predicador!
Fr. Jesús Duque OP.