De mística tarea
Entiendo que la duda es un necesario ingrediente
de la fe; ignoro si esta noche oscura (agradecida alusión a San Juan de la Cruz
a quien evocamos el pasado 14 de este mes) se acostumbra a convivir con la luz,
porque a los creyentes no nos queda más remedio que afrontar la existencia del
misterio en estas tareas nuestras de buscar el rostro de Dios. Los entendidos
en estos avatares religiosos establecen unas comparaciones que, si no se
matizan, suenan atrevidas.
Dicen que la reflexión bíblica y teológica es a la
narrativa o al ensayo lo que la mística es al lenguaje poético. En lo que tenga
de válido esta similitud, parece indicar que en el decir bíblico y teológico
prima la adhesión a un Credo, aceptación de un catecismo, mientras que en lenguaje
místico predomina la relación personal con Dios Padre y la oración. Orantes y
creyentes, Juan de la Cruz y Tomás de Aquino, Álvaro de Córdoba y Francisco de
Posadas, místicos y profetas.
Que siga el debate. Sin embargo, no hay que perder de vista que, entre
unos y otros está el que plantó su tienda, el Emmanuel, un puente para ser
transitado: es necesario constatar la unión del misterio de amor derramado y la
existencia de una humanidad caminante, con sed de plenitud. A este
Dios-con-nosotros no se le caen los anillos por embarrarse en nuestra condición
y en nuestro caminar, pero sí se le cae el corazón para que los humanos no le
hagamos perder el latido que, en el misterio de la luz, nos ofrece su Navidad,
que es caminar Dios y el hombre al mismo compás, porque la luz de la esperanza ya está
madura, y el corazón del hombre con levadura.
Fr. Jesús Duque OP.