sábado, 5 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (7): El dolor de María

Virgen del Rosario. Iglesia de Guadalupe (antiguo convento de los dominicos). Baena (Córdoba)


El dolor de María


    La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los “siete dolores”. El primero, sólo 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que traspasará su corazón. El segundo dolor se refiere a la huida a Egipto para salvar la vida de su hijo. El tercer dolor, esos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando Nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario. El quinto dolor de Nuestra Señora es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo. El sexto dolor, el descenso de Jesús de la cruz, muerto, y lo toma en sus manos como lo había tomado en sus manos más de treinta años antes en Belén. El séptimo dolor es el entierro de Jesús.

    Nos hará bien detenernos un poco y pensar en el dolor y las penas de Nuestra Señora. Ella es nuestra Madre. Y cómo los ha llevado, cómo los ha llevado bien, con fuerza, con llanto: no era un llanto falso, era su corazón destrozado por el dolor. Nos hará bien detenernos un poco y decirle a Nuestra Señora: “Gracias por haber aceptado ser Madre cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser Madre cuando Jesús te lo dijo”.

    María comparte la compasión de su Hijo por los pecadores. Como afirma san Bernardo, la Madre de Cristo entró en la Pasión de su Hijo por su compasión. Al pie de la Cruz se cumple la profecía de Simeón de que su corazón de madre sería traspasado por el suplicio infligido al Inocente, nacido de su carne. Igual que Jesús lloró, también María ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo. Sin embargo, su discreción nos impide medir el abismo y hondura de su dolor. Se puede decir, como de Jesús, que este sufrimiento la ha guiado también a Ella a la perfección, para hacerla capaz de asumir la nueva misión espiritual que su Hijo le encomienda poco antes de expirar: convertirse en la Madre de Cristo en sus miembros. En esta hora, a través de la figura del discípulo a quien amaba, Jesús presenta a cada uno de sus discípulos a su Madre, diciéndole: “Ahí tienes a tu hijo”.

   Sabemos que, por desgracia, la enfermedad, el sufrimiento padecido, rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo “no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros” (Hb 4,15). Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María!

    María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.


Benedicto XVI: Homilía Misa Basílica de Ntra. Sra. del Rosario, Lourdes (15 de septiembre de 2008)

Francisco: Homilía Misa Capilla Casa Santa Marta (3 de abril de 2020)


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Santísima Virgen del Rosario:


Te presentamos todas nuestras necesidades,

angustias, tristezas, miserias y sufrimientos.

Tú, que estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús;

y ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo;

permanece con nosotros y danos tu auxilio,

para que podamos convertir las luchas en victorias,

y los dolores en alegrías.

Ruega por nosotros, oh Madre,

porque no eres sólo la Madre de los dolores,

sino también la Señora de todas las gracias.

Madre, fortalécenos en los sufrimientos de la vida.


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