lunes, 7 de octubre de 2024

Fin de la Novena y Festividad de la Virgen del Rosario: María es esperanza

Virgen del Rosario. Santuario de Santo Domingo de Scala Coeli - Dominicos Córdoba


María: Madre de esperanza


    “Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”, se recita en una gran diversidad de lenguas, con las cuentas del Rosario y en los momentos de necesidad, ante una imagen sagrada o por la calle. A esta invocación, la Madre de Dios siempre responde, escucha nuestras peticiones, nos bendice con su Hijo entre los brazos, nos trae la ternura de Dios hecho carne. Nos da, en una palabra, esperanza

    María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que muchas veces no comprende todo aquello que sucede a su alrededor, pero que medita cada palabra y cada suceso en su corazón.

    María no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha: no olvidemos que hay siempre una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha, que acoge la existencia así como esta se nos presenta, con sus días felices, pero también con sus tragedias, que jamás quisiéramos haber encontrado.

    Tras la primera parte de los Evangelios, María está casi desaparecida, reapareciendo nuevamente justo en el momento crucial: cuando buena parte de los amigos de Jesús han desaparecido a causa del miedo. Las madres no traicionan y, en aquel instante, a los pies de la cruz, ninguno de nosotros puede decir cuál fue la pasión más cruel: si aquella de un hombre inocente, que muere en el patíbulo de la cruz, o la agonía de una madre, que acompaña los últimos instantes de la vida de su hijo. Los Evangelios son lacónicos, y extremamente discretos. Dejan constancia con un simple verbo de la presencia de la Madre: ella “estaba” (Juan 19,25). Ella estaba. No dicen nada de su reacción: si lloraba, si no lloraba… nada; ni siquiera una pincelada para describir su dolor: sobre estos detalles se ha disparado luego la imaginación de los poetas y de los pintores regalándonos imágenes que han entrado en la historia del arte y de la literatura. Pero los Evangelios solo dicen: ella “estaba”. En el momento más feo, en el momento cruel, y sufría con su hijo. “Estaba”.

    Estaba ahí nuevamente la joven mujer de Nazaret, ya con los cabellos canosos por el pasar de los años, todavía luchando con un Dios que debe ser solo abrazado, y con una vida que ha llegado al umbral de la oscuridad más densa. María “estaba” en la oscuridad más densa. No se había ido. María está ahí, fielmente presente, cada vez que hay que tener una vela encendida en un lugar de neblina y tinieblas. Ni siquiera ella conoce el destino de resurrección que su Hijo estaba en aquel instante abriendo para todos nosotros, los hombres: está ahí por fidelidad al plan de Dios.

    La reencontraremos de nuevo en el primer día de la Iglesia. Ella, Madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había negado, muchos habían huido, todos habían tenido miedo (Cfr. Hechos 1,14). Pero ella, simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera del todo natural: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también por las vacilaciones de los primeros pasos que debía dar en el mundo.

     Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo: es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la esperanza, incluso cuando parece que nada tiene sentido: ella siempre confiando en el misterio de Dios, incluso cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. En los momentos de dificultad, ahí está María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, para que pueda siempre sostener nuestros pasos, para que pueda siempre decirnos al corazón: “Levántate. Mira adelante. Mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza.


Francisco: Audiencia General (10 de mayo de 2017)
Homilía Santa Misa Solemnidad María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)


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Recemos hoy a la Madre de modo especial por los hijos que sufren y ya no tienen fuerzas para rezar, y por tantos hermanos y hermanas afectados por las guerras en muchas partes de mundo, que viven en la oscuridad y a la intemperie, en la miseria y con miedo, sumergidos en la violencia y en la indiferencia.



Santísima Virgen del Rosario:



María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros!

Enséñanos a proclamar al Dios vivo;

ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador.



Haznos serviciales con el prójimo,

acogedores de los pobres,

artífices de justicia,

constructores apasionados de un mundo más justo.



Intercede por nosotros que actuamos en la historia

convencidos de que el designio del Padre se cumplirá.



Aurora de un mundo nuevo,

muéstrate Madre de la esperanza

y vela por nosotros y por la Iglesia:



que sea trasparencia del Evangelio;

que sea auténtico lugar de comunión;

que viva su misión de anunciar, celebrar y servir

el Evangelio de la esperanza

para la paz y la alegría de todos.



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REZO DEL ROSARIO: Misterios Gozosos

domingo, 6 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (8): La misericordia de María

Virgen del Rosario. Monasterio de Santa Ana - MM. Dominicas Murcia

 

La misericordia de María
 

    María, como toda buena madre, busca reunir a la familia y nos dice al oído: “Busca a tu hermano”. Así nos abre la puerta a un nuevo amanecer, a una nueva aurora. Nos lleva hasta el umbral, como en la puerta del rico Epulón del Evangelio (cf. Lc 16,19-31). Porque es la caridad la llave que nos abre la puerta del cielo.

    María es Madre de la misericordia porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia divina, Jesús, el Esperado de todos los pueblos, el «Príncipe de la Paz» (Is 9,5). El Hijo de Dios, que se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.

    María es Madre de Dios que perdona, que da el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón. Esta palabra –«perdón»– tan poco comprendida por la mentalidad mundana, indica sin embargo el fruto propio y original de la fe cristiana. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad es capaz de llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama. En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente.

    La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza provocada por el rencor y por la venganza. El perdón nos abre a la alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos de muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y desgarran el corazón quitándole el reposo y la paz.

    Atravesemos, por tanto, la puerta santa de la misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos de par en par nuestro corazón a la alegría del perdón, conscientes de ver restituida la esperanza cierta, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.

    Que al contemplar y rezar los misterios del rosario le pidamos ser una comunidad que sabe anunciar a Cristo Jesús, nuestra esperanza, a fin de construir un mundo que sabe acoger a todos, que recibe de la Virgen Madre los dones del diálogo y la paciencia, de la cercanía y la acogida que ama, perdona y no condena.



Francisco: Homilía Apertura puerta santa Basilica Santa María la Mayor (1 de enero de 2016)

Visita Santuario “Mater Misericordiae”, en Vilna (Lituania) (22 de Septiembre de 2018)



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Santísima Virgen del Rosario:


Que tu bondadosa mirada de Madre

guíe el camino interior que debemos recorrer;

que tus benditas manos bendigan

la misión que debemos cumplir;

que tu corazón nos una

al Corazón Glorificado de Cristo

y que nada nos separe de Ti.



Oh Madre, ayuda a los miserables,

fortalece a los desanimados,

consuela a los afligidos,

reza por tu gente.



Que todos los que te veneran

sientan tu ayuda y tu protección.

María, madre de misericordia,

cuida de todos para que no sea inútil la cruz de Cristo,

para que el hombre no pierda el camino del bien,

crezca en la esperanza en Dios,

haga libremente las obras que él le asignó,

y, de esta manera, toda su vida sea un himno a su gloria.



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REZO DEL ROSARIO: Misterios Gloriosos


sábado, 5 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (7): El dolor de María

Virgen del Rosario. Iglesia de Guadalupe (antiguo convento de los dominicos). Baena (Córdoba)


El dolor de María


    La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los “siete dolores”. El primero, sólo 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que traspasará su corazón. El segundo dolor se refiere a la huida a Egipto para salvar la vida de su hijo. El tercer dolor, esos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando Nuestra Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario. El quinto dolor de Nuestra Señora es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo. El sexto dolor, el descenso de Jesús de la cruz, muerto, y lo toma en sus manos como lo había tomado en sus manos más de treinta años antes en Belén. El séptimo dolor es el entierro de Jesús.

    Nos hará bien detenernos un poco y pensar en el dolor y las penas de Nuestra Señora. Ella es nuestra Madre. Y cómo los ha llevado, cómo los ha llevado bien, con fuerza, con llanto: no era un llanto falso, era su corazón destrozado por el dolor. Nos hará bien detenernos un poco y decirle a Nuestra Señora: “Gracias por haber aceptado ser Madre cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser Madre cuando Jesús te lo dijo”.

    María comparte la compasión de su Hijo por los pecadores. Como afirma san Bernardo, la Madre de Cristo entró en la Pasión de su Hijo por su compasión. Al pie de la Cruz se cumple la profecía de Simeón de que su corazón de madre sería traspasado por el suplicio infligido al Inocente, nacido de su carne. Igual que Jesús lloró, también María ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo. Sin embargo, su discreción nos impide medir el abismo y hondura de su dolor. Se puede decir, como de Jesús, que este sufrimiento la ha guiado también a Ella a la perfección, para hacerla capaz de asumir la nueva misión espiritual que su Hijo le encomienda poco antes de expirar: convertirse en la Madre de Cristo en sus miembros. En esta hora, a través de la figura del discípulo a quien amaba, Jesús presenta a cada uno de sus discípulos a su Madre, diciéndole: “Ahí tienes a tu hijo”.

   Sabemos que, por desgracia, la enfermedad, el sufrimiento padecido, rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo “no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros” (Hb 4,15). Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María!

    María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.


Benedicto XVI: Homilía Misa Basílica de Ntra. Sra. del Rosario, Lourdes (15 de septiembre de 2008)

Francisco: Homilía Misa Capilla Casa Santa Marta (3 de abril de 2020)


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Santísima Virgen del Rosario:


Te presentamos todas nuestras necesidades,

angustias, tristezas, miserias y sufrimientos.

Tú, que estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús;

y ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo;

permanece con nosotros y danos tu auxilio,

para que podamos convertir las luchas en victorias,

y los dolores en alegrías.

Ruega por nosotros, oh Madre,

porque no eres sólo la Madre de los dolores,

sino también la Señora de todas las gracias.

Madre, fortalécenos en los sufrimientos de la vida.


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REZO DEL ROSARIO: Misterios Gozosos

viernes, 4 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (6): El silencio de María

 

Virgen del Rosario. Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad. MM. Dominicas Torredonjimeno (Jaén)


El silencio de María


    La grandeza de María no consiste en realizar algún hecho extraordinario, sino que, mientras los pastores se apresuran a Belén tras haber recibido el anuncio de los ángeles, ella permanece en silencio. El silencio de la Madre es un rasgo hermoso. No es una simple ausencia de palabras, sino un silencio lleno de asombro y de adoración por las maravillas que Dios realiza.

    San Lucas observa que “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (2,19). De este modo, hace un lugar en su interior para Aquel que ha nacido; en silencio y adoración pone a Jesús en el centro y da testimonio de Él como Salvador.

    María, la Madre del silencio; María, la Madre de la adoración. Así, es Madre no sólo porque llevó a Jesús en su seno y lo dio a luz, sino porque lo da a luz, sin ocupar su lugar. Ella permanecerá en silencio incluso bajo la cruz, en la hora más oscura, y seguirá haciéndole un lugar y engendrándolo para nosotros.

    Un religioso y poeta del siglo XX escribió: “Virgen, catedral del silencio / … tú llevas nuestra carne al paraíso / y a Dios en la carne “ (D.M. Turoldo, Laudario alla Vergine, Bolonia 1985). “Catedral del silencio” es una bella imagen. Con su silencio y humildad, María es la primera “catedral” de Dios, el lugar donde Él y el hombre pueden encontrarse.

    Miremos a María y, con corazón agradecido, pensemos y miremos también a las madres, para aprender ese amor que se cultiva sobre todo en el silencio, que sabe dar espacio a los demás, respetando su dignidad, dejándolos libres para expresarse, rechazando toda forma de posesión, opresión y violencia.

    Hoy tenemos tanta necesidad de esto, ¡tanta! ¡Tanta necesidad de silencio para escucharnos!.

Francisco: Alocución rezo del Angelus (1 de enero 2024)


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Santísima Virgen del Rosario:


Silencio de Nazaret,

enséñanos el recogimiento, la interioridad,

la aptitud de prestar oídos

a las buenas inspiraciones y palabras

de los verdaderos maestros;

enséñanos la necesidad y el valor de la preparación,

del estudio, de la meditación, de la vida personal e interior,

de la oración que Dios sólo ve secretamente.


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REZO DEL ROSARIO: Misterios Dolorosos


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Lectura recomendada:

"EL SILENCIO DE MARIA" de Ignacio Larrañaga Orbegozo

Editorial San Pablo

jueves, 3 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (5): La luz de María

 

Virgen del Rosario. Monasterio Sta. María de Gracia. MM. Dominicas Córdoba


La luz de María


    «La Virgen Maria bajó del cielo para recordarnos verdades del evangelio». Ella aparece en la Biblia, en Lucas y en Juan, relativamente tarde, pero entonces con una gran luminosidad, y en tal sentido ha formado siempre parte de la vida cristiana. En las Iglesias orientales ha adquirido de manera muy temprana una importancia esencial. Si se piensa, por ejemplo, en el Concilio de Éfeso, del año 431. Y siempre de nuevo Dios la ha utilizado a través de la historia como la luz a través de la cual Él nos conduce hacia sí mismo. En América Latina, México, por ejemplo, se volvió cristiano en el momento en que se mostró la Virgen de Guadalupe. En ese momento los hombres comprendieron: sí, ésta es nuestra fe, con ella llegamos realmente a Dios; la Madre nos lo muestra; en ella está transformada y asumida toda la riqueza de nuestras religiones.

    Hay que destacar la entrada cada vez más fuerte de la Santísima Virgen en el mundo como orientación para el camino, como luz de Dios, como la Madre por la que después podemos conocer también al Hijo y al Padre. De ese modo, Dios nos ha dado signos, justamente en el siglo XX. En nuestro racionalismo y frente al poder de las dictaduras emergentes, se nos muestra la humildad de la Madre, que se aparece a niños pequeños y les dice lo esencial: fe, esperanza, amor, penitencia. De ese modo también los hombres encuentren, por así decirlo, ventanas. Una de ellas es Fátima: a través de lo que María comunicó a unos niños pequeños, muchas personas recuperan en cierto modo en este mundo, con todos sus obstáculos y cerrazones, la visión abierta hacia Dios.

    Asimismo, en virtud de su vínculo particular con María, la mujer, a lo largo de la historia, ha representado a menudo la cercanía de Dios a las expectativas de bondad y ternura de la humanidad herida por el odio y el pecado, sembrando en el mundo las semillas de una civilización que sabe responder a la violencia con el amor.

    La presencia de María estimula en las mujeres los sentimientos de misericordia y solidaridad con respecto a las situaciones humanas dolorosas, y suscita el deseo de aliviar las penas de quienes sufren: los pobres, los enfermos y cuantos necesitan ayuda.

    A cuantos en nuestra época proponen modelos egoístas para la afirmación de la personalidad femenina, la figura luminosa y santa de la Madre del Señor les muestra que sólo a través de la entrega y del olvido de sí por los demás se puede lograr la realización auténtica del proyecto divino sobre la propia vida.



S. Juan Pablo II. Audiencia General (6 de diciembre de 1995)
Benedicto XVI: Libro “Luz del Mundo” (Una conversación con Peter Seewald). Ed. Herder (2010)

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Santísima Virgen del Rosario:



Madre y señora, tú eres luz que disipas la sombra del engaño;

tú eres la dulzura que deleita al corazón

y eres la poderosa madre en quien esperamos y confiamos.

María, mujer de la decisión,

ilumina nuestra mente y nuestro corazón,

para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús,

sin titubeos;

dónanos el coraje de la decisión,

de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

Haz que en todas nuestras acciones

te llamemos madre de la luz;

alúmbranos, compadécete de nuestros errores.


Que tu "suave luz" nos libre de todo mal

y disipe la oscuridad de este mundo

atormentado por las guerras.


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REZO DEL ROSARIO: Misterios Luminosos


miércoles, 2 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (4): María y la paz

 

Virgen del Rosario y Sto. Domingo - Convento Ntra. Sra. del Rosario (Montevideo)
 - PP. Dominicos Uruguay -


María y la paz


     Con palabras del S. Pablo VI, ¿acaso no hay relación entre la Maternidad divina de María y la paz, una relación que no es accidental, sino que extrae su realidad y fruto de todo el patrimonio dogmático, patrístico, teológico y místico de la Iglesia de Cristo?

     Las palabras de Cristo en la cruz, "Mujer, he ahí a tu hijo, Hijo, he ahí a vuestra madre", nos muestran una madre que nos ama, una madre a la que amar, una madre situada en el vértice de una sociedad del amor. Es decir, Madre de Dios y del Redentor (Lumen gentium, 53), del nuevo Adán en el que y por el que todos los hombres son hermanos (cf. Rom 8, 29), María, nueva Eva (cf. Lumen gentium, 63), se transforma de este modo en la madre de todos los vivientes (cf. ib., 56), nuestra madre amantísima (ib., 53). Se nos presenta una nueva visión que es el reflejo de la Virgen en la Iglesia, como dice San Agustín: “María refleja en sí la figura misma de la Iglesia".

     Madre de Cristo Rey, Príncipe de la Paz (Is 9, 6). María se transforma por esto mismo en Reina y Madre de la paz. El Concilio Vaticano II, al enumerar los títulos de María, jamás la separa de la Iglesia.

    Así la Iglesia, toda la Iglesia, a ejemplo de María debe vivir también ella cada vez con mayor intensidad la propia maternidad universal (cf. Lumen gentium, 64), respecto de toda la familia humana actualmente deshumanizada porque está desacralizada.

    Nadie piense que la paz, de la que María es portadora, se pueda confundir con la debilidad o la insensibilidad de los tímidos o de los viles; recordemos el himno más bello de la liturgia mariana, el Magnificat, en el que la voz sonora y valiente de María resuena para dar fortaleza y valor a los promotores de la paz: "Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes" (Lc 51-52).

    A la Madre de Cristo suelen los fieles entretejer con las oraciones del rosario místicas guirnaldas durante el mes de octubre. Al crecer los males es conveniente que crezca la piedad del pueblo de Dios; por eso es más conveniente durante el mes de octubre el rezo piadoso del rosario a María, clementísima Madre. Es muy acomodada esta forma de oración al sentido del pueblo de Dios, muy agradable a la Madre de Dios y muy eficaz para impetrar los dones celestiales. El Concilio Ecuménico Vaticano II, aun cuando no con expresas palabras, pero sí con suficiente claridad, inculcó esta oración del rosario en los ánimos de todos los hijos de la Iglesia en estos términos: «Estimen en mucho las prácticas y ejercicios piadosos dirigidos a Ella (María), recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio» (Const.dogm. De Ecclesia, 67).

    Redóblense por tanto durante el mes de octubre, dedicado a Nuestra Señora del Rosario, las preces; auméntense las súplicas, a fin de que por su intercesión brille para los hombres la aurora de la verdadera paz, aun en lo que se refiere a la religión, que no pueden profesar hoy libremente todos.

    Pablo VI exhortó en su día –y también nos puede servir para estos nuestros días- que cada cual procure aportar su contribución práctica, generosa y auténtica a la paz del mundo, eliminando del corazón en primer lugar toda forma de violencia, todo sentimiento de avasallamiento del hermano. Actuando así os encontraréis ya en el sendero de la paz universal que se funda en la paz efectiva de cada uno.

    Si queréis conseguir que la paz reine en todo el mundo, hacedla reinar primero en vuestro corazón, en vuestra familia, en vuestra casa, en vuestro barrio, en vuestra ciudad, en vuestra región, en vuestra nación:

    De este modo los demás sentirán incluso el encanto y el gozo de poder vivir en serenidad y de esforzarse para que este inmenso bien sea aspiración, exigencia y patrimonio de todos.

    Reforzad vuestra convicción de paz en la oración personal y comunitaria: en el dialogo y la meditación en los que os esforzáis por conocer cada vez más profundamente a Cristo y por comprender su mensaje con todas sus exigencias: en los sacramentos, y sobre todo en el sacramento de la Eucaristía, en el que el mismo Cristo os da la fe, la esperanza y, ante todo, la caridad; en fin, reforzadla en la devoción filial a la Virgen María.


S. Pablo VI: Carta Encíclica “Chisti Matri” (15 de septiembre de 1966)
Homilía en la Misa de la Paz (1 de enero de 1978).



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Santísima Virgen del Rosario:



Mira con maternal clemencia,

Beatísima Virgen, a todos tus hijos.

Atiende a la ansiedad de los sagrados pastores

que temen que la grey a ellos confiada

se vea lanzada en la horrible tempestad de los males;

atiende a las angustias de tantos hombres y mujeres,

padres y madres de familia que se ven atormentados

por acerbos cuidados, solícitos por su suerte y la de los suyos. 

Mitiga las mentes de los que luchan

y dales «pensamientos de paz»;

haz que Dios, vengador de las injurias, movido a misericordia, 

restituya las gentes a la tranquilidad deseada

y los conduzca a una verdadera y perdurable prosperidad.


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REZO DEL ROSARIO: Misterios Gloriosos

martes, 1 de octubre de 2024

Novena a la Virgen del Rosario (3): La alegría de María

 

Virgen del Rosario - Iglesia Sto.Cristo del Olivar - PP. Dominicos Madrid


La alegría de María



    El papa Francisco señala que María entona las maravillas que el Señor realizó en su humilde esclava con el gran canto de esperanza para aquellos que ya no pueden cantar porque han perdido la voz. El Magnificat es un “canto de esperanza que también nos quiere despertar e invitarnos a entonar hoy por medio de tres maravillosos elementos que nacen de la contemplación de la primera discípula: María camina, María encuentra, María se alegra”. Camina, encuentra y se alegra porque llevó algo más grande que ella misma: fue portadora de una bendición. Es por ello por lo que el Papa nos anima a anunciar el Evangelio con alegría y sin miedo. “Como ella, tampoco nosotros tengamos miedo a ser los portadores de la bendición, de ser los promotores de una cultura del encuentro que desmienta la indiferencia y la división y permita cantar con fuerza las misericordias del Señor”.

    El secreto del cristiano y de la alegría de la Virgen María es que Dios está en medio de nosotros como un salvador poderoso. Esta certeza, como a María, nos permite cantar y exultar de alegría. María se alegra porque es la portadora del Emmanuel, del Dios con nosotros. Sin alegría permanecemos paralizados, esclavos de nuestras tristezas.

    Para Francisco, a menudo el problema de la fe no es tanto la falta de medios y de estructuras, de cantidad, tampoco la presencia de quien no nos acepta, sino que el problema de la fe es la falta de alegría. La fe vacila cuando se cae en la tristeza y el desánimo. Cuando vivimos en la desconfianza, cerrados en nosotros mismos, contradecimos la fe, porque, en vez de sentirnos hijos por los que Dios ha hecho cosas grandes, empequeñecemos todo a la medida de nuestros problemas y nos olvidamos que no somos huérfanos: tenemos un Padre en medio de nosotros, salvador y poderoso. María viene en ayuda nuestra, porque más que empequeñecer, magnifica, es decir, ‘engrandece’ al Señor, alaba su grandeza.

     “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una gran tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en ser personas resentidas, quejosas y sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo” (Evangelii Gaudium, 2).

    María nos muestra el camino de la alegría, aún más, es Maestra y modelo de gozo y alegría. “María, trayendo a Jesús, nos trae también una nueva alegría, llena de significado; que trae una nueva capacidad de superar con fe los momentos más dolorosos y difíciles; esto nos trae la capacidad de misericordia, de perdonarnos, de comprendernos, de sostenernos unos a otros”



FRANCISCO: Audiencia general (16 de agosto de 2017)
Celebración Eucarística Catedral S. José – Bucarest (31 de mayo de 2019)



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Santísima Virgen del Rosario:



Qué bueno es estar alegre. ¡Gracias, Señora! Fue tu regalo.

Qué maravilloso tener un alma ligera, razón de ser de toda alegría.

Mira mi audacia: en la sencillez de mi oración, te doy mi alegría.

Te pido que me ayudes a saber sonreír
en toda circunstancia de la vida,
en la fiesta, en la tormenta, en mi prójimo.

Cuando sufro tengo tu alivio,
y cuando estoy feliz, compartes mi gozo.

Te doy gracias María porque sé
que estás a mi lado en todos los momentos.


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REZO DEL ROSARIO: Misterios Dolorosos