lunes, 17 de diciembre de 2018

Oído en Scala Coeli: Reflexión sobre el Tercer Domingo de Adviento



Decíamos el Domingo 1º de Adviento, que en este tiempo litúrgico la Iglesia celebra el misterio del amor salvador de Dios en Jesucristo. Que este tiempo de Adviento  nos vuelve a poner ante el núcleo de la fe y la experiencia cristiana: Dios viene a salvarnos.  Se  nos ofrece una nueva oportunidad para que nos veamos por dentro y ver cómo somos, cómo vivimos, qué decimos y qué hacemos.

   Es verdad que Cristo ya vino en su primera venida, y es lo que celebramos en la Navidad. Pero es que Cristo no deja de venir a cada uno de nosotros en todo instante, en cada momento, en las alegrías y contratiempos. Pero es preciso que veamos si Cristo estará cómodo en nuestro interior o pasará de largo.

   Este Domingo 3º de Adviento, ha sido llamado, Domingo “gaudete”, domingo de la “alegría”, porque estamos ya a medio camino de experimentar, con motivo de la Navidad, que en todo momento Dios viene a nosotros y nos trae la salvación.

   Y la primer sugerencia, pues, de las lecturas de hoy, es la alegría. ¿Pero es posible estar alegres con todo lo que estamos viviendo en estos momentos en el mundo y en nuestra sociedad? Jesús también vivía los problemas sociales y religiosos  de su tiempo. ¿Y cuál era su alegría? Lo hemos escuchado en el evangelio de hoy: la alegría que nace al ver que los demás están alegres porque la vida se les ha hecho menos pesada.

   ¿Y cuál es nuestra alegría? ¿Hemos colaborado en la alegría de los demás? Ya sabemos que la alegría  si es compartida, es de más calidad. Y será totalmente injusto pasarlo bien a costa de maltratar a alguien o de maltratarnos a nosotros.

     En segundo lugar, El Reino de Dios, que nos trae Jesús, lo tenemos al alcance de la mano. Está ahí, donde Él está; ahí donde Él nos está esperando. Y la salvación está cada vez que hacemos esas obras liberadoras.

   Cuando Juan Bautista envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si es él el Mesías, la respuesta de Jesús, no fue un discurso ni religioso ni político, fue la respuesta de los hechos, no de las palabras. Porque Jesús ponía por delante los hechos. Y las palabras que seguían eran siempre coherentes con los hechos.

   Nosotros, ¿podemos decir lo mismo? Si nos vinieran a preguntar si somos nosotros los seguidores de Jesús o tienen que esperar a otros, ¿que respuesta daríamos? ¿Podríamos decir, como les dijo Jesús, que mirasen alrededor? ¿Verían enfermos curados, pobres ayudados, personas solas que son acompañadas, gestos de solidaridad, de fraternidad, de reconciliación?
Solo si abrimos nuestros ojos y oídos a aquellos que nos necesitan,  tendremos la alegría compartida que Jesús vivió.

      Cuando Jesús da testimonio de Juan Bautista, al decir que es el más grande nacido de mujer, agrega: pero más grande aún es quien pertenece al Reino de los cielos. Pero, ¿Quiénes son los que pertenecen a ese Reino? También es Jesús  quien nos lo clara. Son aquellos que reconocen su ceguera y se dejan restablecer para ver la luz del Señor; los que reconociendo su sordera, se dejan curar para oír , para escuchar las palabras del Señor; los inválidos que se dejan enderezar para seguir los caminos del Señor; los mudos, que se visten de valor para cantar las alabanzas del Señor. Todos pues, serán liberados de todas esas ataduras que  los esclavizaban y tenían presos.

   Esto sí puede ser el Adviento y una buena manera de celebrar la Navidad: Dios con nosotros.

                                                                                                                                                
                                                                                                                                                 P. Mariano del Prado, O.P.