Decíamos el Domingo 1º de Adviento,
que en este tiempo litúrgico la Iglesia celebra el misterio del amor salvador
de Dios en Jesucristo. Que este tiempo de Adviento nos vuelve a poner ante el núcleo de la fe y
la experiencia cristiana: Dios viene a salvarnos. Se nos
ofrece una nueva oportunidad para que nos veamos por dentro y ver cómo somos,
cómo vivimos, qué decimos y qué hacemos.
Es verdad que Cristo ya vino en su primera venida, y es lo que
celebramos en la Navidad. Pero es que Cristo no deja de venir a cada uno de
nosotros en todo instante, en cada momento, en las alegrías y contratiempos.
Pero es preciso que veamos si Cristo estará cómodo en nuestro interior o pasará
de largo.
Este Domingo 3º de Adviento, ha sido llamado, Domingo “gaudete”, domingo
de la “alegría”, porque estamos ya a medio camino de experimentar, con motivo
de la Navidad, que en todo momento Dios viene a nosotros y nos trae la
salvación.
Y la primer sugerencia, pues, de las lecturas de hoy, es la alegría.
¿Pero es posible estar alegres con todo lo que estamos viviendo en estos
momentos en el mundo y en nuestra sociedad? Jesús también vivía los problemas
sociales y religiosos de su tiempo. ¿Y
cuál era su alegría? Lo hemos escuchado en el evangelio de hoy: la alegría que
nace al ver que los demás están alegres porque la vida se les ha hecho menos
pesada.
¿Y cuál es nuestra alegría? ¿Hemos colaborado en la alegría de los
demás? Ya sabemos que la alegría si es
compartida, es de más calidad. Y será totalmente injusto pasarlo bien a costa
de maltratar a alguien o de maltratarnos a nosotros.
En segundo lugar, El Reino de Dios, que nos trae Jesús, lo
tenemos al alcance de la mano. Está ahí, donde Él está; ahí donde Él nos está
esperando. Y la salvación está cada vez que hacemos esas obras liberadoras.
Cuando Juan Bautista envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si es él
el Mesías, la respuesta de Jesús, no fue un discurso ni religioso ni político,
fue la respuesta de los hechos, no de las palabras. Porque Jesús ponía por
delante los hechos. Y las palabras que seguían eran siempre coherentes con los
hechos.
Nosotros, ¿podemos decir lo mismo? Si nos vinieran a preguntar si somos
nosotros los seguidores de Jesús o tienen que esperar a otros, ¿que respuesta
daríamos? ¿Podríamos decir, como les dijo Jesús, que mirasen alrededor? ¿Verían
enfermos curados, pobres ayudados, personas solas que son acompañadas, gestos
de solidaridad, de fraternidad, de reconciliación?
Solo si abrimos nuestros ojos y
oídos a aquellos que nos necesitan,
tendremos la alegría compartida que Jesús vivió.
Cuando Jesús da testimonio de Juan Bautista, al decir que es el más
grande nacido de mujer, agrega: pero más grande aún es quien pertenece al Reino
de los cielos. Pero, ¿Quiénes son los que pertenecen a ese Reino? También es
Jesús quien nos lo clara. Son aquellos
que reconocen su ceguera y se dejan restablecer para ver la luz del Señor; los
que reconociendo su sordera, se dejan curar para oír , para escuchar las
palabras del Señor; los inválidos que se dejan enderezar para seguir los
caminos del Señor; los mudos, que se visten de valor para cantar las alabanzas
del Señor. Todos pues, serán liberados de todas esas ataduras que los esclavizaban y tenían presos.
Esto sí puede ser el Adviento y una buena manera de celebrar la Navidad:
Dios con nosotros.
P. Mariano del Prado, O.P.