sábado, 10 de junio de 2017

La mesa de la Palabra: Y Dios…



Y Dios…

Que los teólogos, esos peculiares médicos de Dios, busquen el rostro de Dios Padre, que tal aporte de salud lo necesitan el Pueblo de Dios y el mundo, aunque éste haga gala de que no lo necesita (¡ignorancia más que atrevida!). Los creyentes de a pie seguiremos enhebrando el hilo de nuestra existencia en la aguja del Evangelio y de la vida. Lo que no es renunciar a la impresionante experiencia de compartir con otros creyentes todo lo que en la caja que llamamos Dios ponemos y renovamos. Es el milagro de la semiología vital, según el cual, cada uno dirá de Dios lo que vive y sueña en su personal biografía. Y lo que espera y perdona.

Que no es recitar un párrafo catequético, sino un abrirse a trazar un perfil tan original que responda a la mejor plantilla de nuestra personal creación y singular vocación. Porque puede que no todos los hombres queramos estar en Dios, pero sí que Él está en todos nosotros. Y esto los creyentes no lo olvidamos. Bien que nos empuja hacia la línea de flotación de nuestra existencia el saber que somos domicilio de lo que denominamos Dios, aunque no silenciamos que el mal se apresura siempre a levantar una capilla al lado de nuestro corazón.

Coetáneos nuestros nos dicen que los creyentes damos mucha paliza con el tema de Dios (Dios nunca es un tema para el cristiano, sino la vida), y que por más que les hablamos de Él, nunca terminamos de convencerlos. Es que no se trata de convencerlos, dejémoslo claro. Y cuando le decimos que si no saben o pueden ver a Dios con sus ojos, que intenten verlo en los sencillos y en los pobres, su rechazo disfrazado de perplejidad es patente. Pero es ahí donde con más frecuencia y gusto suele residir, porque, aquí entre nosotros, si Dios no es amor, no vale la pena que exista.


Fr. Jesús Duque OP.