Tradiciones
Se nos recuerda que no pocas
formas de celebrar los misterios de la fe cristiana están enriquecidas por los
añadidos que a lo largo del tiempo, y como expresión de realidades otrora
vigentes, han conformado el perfil actual de nuestras festividades. Lo que
ocurre es que hoy no se dan las mismas circunstancias de entonces, es evidente,
pero mantenemos las mismas formas celebrativas, con el añadido de su
singularidad folklórica, o de ser fiesta municipal o incluso la de ser una
manifestación de indudable arte.
Ciñéndome al Corpus, en el que hacemos memoria de que quien plantó su tienda
entre nosotros se ha hecho pan partido y compartido, y vino derramado para ser
bebido, la perplejidad puede ser ilimitada. Porque, además, se suman al cortejo
celebrativo no solo todos los mejores oropeles eclesiásticos, sino también
todas las vanidades de la localidad que, como si fuera su fiesta mayor, lucen
sus mejores preseas y distinciones. No nos equivoquemos: los que se convierten
y hacen esfuerzo por ser fieles al Evangelio del Señor Jesús no son las calles
ni los pueblos ni las ciudades y, ni mucho menos, sus representantes legítimos;
los que ejercen, o deben ejercer, de adoradores del misterio de Dios Padre-Madre
como regalo, del Hijo vaciado en su totalidad por nosotros, son los buscadores
del rostro de Dios, los creyentes que desde su pobre fe bien saben que el que
nos dijo Tomad y comed, tomad y bebed,
nos indicó que viviéramos a su estilo fraterno, aún con el bagaje de nuestra
poca fe, aún con la sed insaciable de su cierta misericordia.
A no olvidar que el verdadero Corpus tiene sabor a Jueves Santo, día
en el que se desentraña para siempre el misterio del Dios con nosotros y
víspera de la prueba definitiva de lo mucho que Dios nos quiere. Otra cosa
puede que sea desfile de vanidades.
Fr. Jesús Duque OP.