Excesos
Como institución social, la religión viene a ser
un todo normativo que orienta la conducta en aras de buscar el significado
profundo de las cosas o, lo que es lo mismo, dar con el quid de las grandes
cuestiones: la vida, la muerte, el mal, la enfermedad, los cataclismos… Como si
la palabra se diera por derrotada y la humanidad se dispusiera a escuchar otra
palabra que la libere de sus límites e ignorancias.
Las religiones han surgido con el fin de dar forma
al impulso a crear y reconocer lo sagrado. Los entendidos no estudian a los
dioses como hacedores del mundo y de los hombres, sino a los hombres en tanto
creadores del mundo y sus cosmovisiones. Se acota lo sagrado y como tal se
respeta, se teme y queda exento de crítica: así los lugares de culto, los
símbolos –cruz, imágenes, media luna…-, los altos de los montes, el
tabernáculo… Acotado lo sagrado, se establecen ceremonias que propician los
patrones de conducta con lo sacro; estandarizadas las ceremonias surgen los
rituales que mantienen la sacralidad al centrar la atención en imágenes,
objetos y símbolos sagrados. Y llegados aquí, cobra relevancia el culto u
homenaje externo de respeto y amor que se tributa a Dios, a María, a los
ángeles, a los santos y a los beatos (si hablamos de nuestra opción religiosa).
Pero ¿dónde radica el límite de las formas cultuales para no incurrir en
patentes excesos y sobreactuaciones de formas barrocas, desfile procesional por
irrelevantes pretextos, incontables velas, pedrería sin cuento, muestrario de
bordados, por no aludir a dudosos estilos manieristas con abundante tono
pastel?
Vistas así las cosas, aún estamos lejos de adorar
a Dios en espíritu y verdad, al Dios que se deja encontrar dentro de cada ser
humano.
Fr. Jesús Duque OP.