La llamada con la que Jesús comienza su predicación:
“convertíos” (Mc 1,15) presupone una antropología, un concepto del ser humano
no solamente “cristiano”, sino humano sin más. Este es un ejemplo de cómo en
Cristo se ilumina el misterio del hombre (como decía el Concilio Vaticano II),
lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Si esto es así, entonces el
Evangelio (y más concretamente la persona de Cristo) es algo que debería
interesar a todos, porque ahí todos encuentran una luz que les ayuda a comprenderse
mejor. Es tarea de la Iglesia
y de los cristianos saber decirlo de forma comprensible, sin aditivos
confesionales.
Pedir conversión supone que el ser humano no está
irremediablemente atado a lo que ha sido. Tampoco se define por su situación
presente. Invitar a la conversión es exhortar al ser humano a tomar la vida en
sus manos, orientándola hacia el bien. Es decirle que no hay cadenas que no
pueda romper, que no hay ninguna fuerza que pueda cerrar su vida; es decirle
que puede ser distinto y mejor. El ser humano siempre es una posibilidad
abierta. Es, por tanto, injusto clasificarlo por su pasado, o por sus
debilidades, porque es capaz de abrirse a nuevas oportunidades. El futuro es
elemento constitutivo de la vida humana. Para el cristiano este futuro está
siempre en buenas manos, en las manos de Dios. Por eso no podemos condenar a
nadie, ni considerar su vida un fracaso.
Si Dios nos pide conversión es porque espera algo de
nosotros. Porque se fía de nosotros. Seguramente se fía más de nosotros de lo
que nos fiamos nosotros mismos. Porque él nos valora y considera más de lo que
nos valoramos nosotros. El conoce nuestra capacidad y sabe bien que es una
capacidad infinita. No vale, por tanto, decir: “soy como soy” o “no tengo
remedio”. No vale pensar que porque el mal nos ha acosado mil veces, va a
seguir acosándonos una vez más. Esta es la esperanza que se deriva de la
llamada a la conversión. Evidentemente, esto no quita que podamos y debamos
buscar todas las ayudas necesarias, humanas y divinas, para activar nuestras
posibilidades de futuro. En este sentido, la llamada a la conversión significa
estar abierto a la ayuda que puede venir de fuera de nosotros y estar atento a
toda palabra que pueda orientarnos hacia el bien.
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