miércoles, 27 de febrero de 2013

Convertirse: poder ser distinto y mejor

La llamada con la que Jesús comienza su predicación: “convertíos” (Mc 1,15) presupone una antropología, un concepto del ser humano no solamente “cristiano”, sino humano sin más. Este es un ejemplo de cómo en Cristo se ilumina el misterio del hombre (como decía el Concilio Vaticano II), lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Si esto es así, entonces el Evangelio (y más concretamente la persona de Cristo) es algo que debería interesar a todos, porque ahí todos encuentran una luz que les ayuda a comprenderse mejor. Es tarea de la Iglesia y de los cristianos saber decirlo de forma comprensible, sin aditivos confesionales.
 
Pedir conversión supone que el ser humano no está irremediablemente atado a lo que ha sido. Tampoco se define por su situación presente. Invitar a la conversión es exhortar al ser humano a tomar la vida en sus manos, orientándola hacia el bien. Es decirle que no hay cadenas que no pueda romper, que no hay ninguna fuerza que pueda cerrar su vida; es decirle que puede ser distinto y mejor. El ser humano siempre es una posibilidad abierta. Es, por tanto, injusto clasificarlo por su pasado, o por sus debilidades, porque es capaz de abrirse a nuevas oportunidades. El futuro es elemento constitutivo de la vida humana. Para el cristiano este futuro está siempre en buenas manos, en las manos de Dios. Por eso no podemos condenar a nadie, ni considerar su vida un fracaso.
 
Si Dios nos pide conversión es porque espera algo de nosotros. Porque se fía de nosotros. Seguramente se fía más de nosotros de lo que nos fiamos nosotros mismos. Porque él nos valora y considera más de lo que nos valoramos nosotros. El conoce nuestra capacidad y sabe bien que es una capacidad infinita. No vale, por tanto, decir: “soy como soy” o “no tengo remedio”. No vale pensar que porque el mal nos ha acosado mil veces, va a seguir acosándonos una vez más. Esta es la esperanza que se deriva de la llamada a la conversión. Evidentemente, esto no quita que podamos y debamos buscar todas las ayudas necesarias, humanas y divinas, para activar nuestras posibilidades de futuro. En este sentido, la llamada a la conversión significa estar abierto a la ayuda que puede venir de fuera de nosotros y estar atento a toda palabra que pueda orientarnos hacia el bien.


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