Entonces me volvía a mi ventana y gozaba abriendo y cerrando los ojos.Cuando los abría, daba gracias al cielo por los colores. Cuando los cerraba, daba gracias a Dios por el silencio.Y así, casi sin darme cuenta, entre las sonrisas de Joaquín y Ana, como un suspiro pasó mi infancia.
..Era como si hubiera estado siempre allí dentro, cuando correteaba por el campo o miraba ponerse el sol como un anuncio de la noche desde la loma y observaba a la gente sentarse en la plaza del mediodía.Desde entonces aprendí una lección que guardaría siempre como mi mejor secreto para toda la vida: basta con mirar y callar parar que alumbre el milagro.
Las palabras calladas. Pedro M. Lamet
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