En
tus labios estén las palabras de Dios;
día
y noche medita en ellas,
cuida
hacer todo lo que dicen,
así
tu vida tendrá sentido y valor.
(Jos.
1,8)
La importancia de la
Palabra en San Jerónimo y en Santo Domingo
San
Jerónimo (nacido en 347), es considerado como un Padre de la Iglesia que puso
la Biblia en el centro de su vida: la tradujo al latín, la comentó en sus
obras, y sobre todo se esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia
terrena.
En
Belén, donde se retiró y vivió sus últimos años, desarrolló una intensa
actividad: comentó la palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con
vigor a varias herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó
cultura clásica y cristiana a jóvenes alumnos; acogió con espíritu pastoral a los
peregrinos que visitaban Tierra Santa.
Por
su parte Santo Domingo, es tenido –según le atribuyeron los primeros biógrafos-
como un varón evangélico. Varón moldeado por el evangelio. Como un evangelio
viviente. O sea como alguien que entendió lo de seguir a Jesús de Nazaret, ser
imitadores de él y lo llevó a la práctica.
Tanto
San Jerónimo como Santo Domingo se enfrentaron con energía y vigor a los
herejes que no aceptaban la tradición y la fe de la Iglesia.
Como
menciona Benedicto XVI, en las audiencias generales dedicadas a San Jerónimo,
en noviembre de 2007, “¿qué podemos aprender nosotros de san Jerónimo? Sobre
todo podemos aprender a amar la palabra de Dios en la sagrada Escritura. Dice
san Jerónimo: "Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo". Por eso
es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la
palabra de Dios, que se nos entrega en la sagrada Escritura. Este diálogo con
ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, debe ser un
diálogo realmente personal, porque Dios habla con cada uno de nosotros a través
de la sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno.
No
debemos leer la sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como
palabra de Dios que se dirige también a nosotros, y tratar de entender lo que
nos quiere decir el Señor. Pero, para no caer en el individualismo, debemos
tener presente que la palabra de Dios se nos da precisamente para construir
comunión, para unirnos en la verdad a lo largo de nuestro camino hacia Dios.
Por tanto, aun siendo siempre una palabra personal, es también una palabra que
construye a la comunidad, que construye a la Iglesia.
En
realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en cierto sentido presencia del
cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo
al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues "ignorar la
Escritura es ignorar a Cristo". Es suya esta famosa frase, citada por el
concilio Vaticano II en la constitución Dei
Verbum (n. 25). “
En
Santo Domingo se aprecia muy claramente todo lo anterior. Noches en oración,
liturgia con sus frailes; leer y rumiar el evangelio de san Mateo o las cartas
de san Pablo: contacto continuo con la Palabra de Dios y con el mismo Dios que
nos ha dado su Palabra. Quería que en las comunidades se generara un
ambiente adecuado para la contemplación. El fraile que quebrantara
habitualmente el silencio debería ser corregido con penas graves. El silencio
será para los dominicos, el "pater praedicatorum" y hablarán
de la "sanctisima silentii lex", en expresión que manifiesta que, sin silencio, no hay
predicación porque no hay contemplación. No hay oración, reflexión, estudio.
Domingo,
estudiando día y noche la Palabra del Evangelio y permaneciendo próximo a la
humanidad doliente, aprende la lección suprema de la caridad cristiana, se
reviste de entrañas de compasión y ve crecer en él el ansia del martirio. La
compasión de Domingo está sin duda asociada a su espiritualidad de encarnación,
traducida en gestos de compasión a imitación de la vida de Cristo
Así,
tanto San Jerónimo como Santo Domingo, son unos verdaderos "enamorados"
de la Palabra de Dios. En palabras del primero, leer la Escritura es conversar
con Dios: "Si oras —escribe a una joven noble de Roma— hablas con el
Esposo; si lees, es él quien te habla" (Ep. 22, 25). El estudio y
la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (cf. In Eph.,
prólogo). Ciertamente, para penetrar de una manera cada vez más profunda en la
palabra de Dios hace falta una aplicación constante y progresiva. Por eso, san
Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: "Lee con mucha frecuencia las
divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos.
Aprende en él lo que tienes que enseñar" (Ep. 52, 7).
Al
igual que Domingo, Jerónimo también sufriría con Cristo y en Cristo por quienes
vivían alejados de Cristo. De ahí el deseo de anunciar a todos la Palabra de
Dios como prolongación del ministerio de Jesús.