Con fraternal alegría nos hacemos eco de la beatificación el pasado sábado, 19 de Septiembre, del dominico Fr. Pío Alberto del Corona, que tuvo lugar en la
pequeña ciudad de San Miniato, a mitad de camino entre Florencia y Pisa.
Nació
el nuevo Beato en la importante ciudad portuaria de Livorno, distante unos 30
km. de Pisa, el 5 de julio de 1837.
Todavía
adolescente, se inscribió en las Conferencias de San Vicente de Paúl, para
ayudar a las familias pobres y enseñar el catecismo. En Livorno se relacionó Pío
Alberto con los dominicos, que regentaban por entonces la parroquia de
Santa Catalina de Siena, mientras él estudiaba en un colegio de religiosos
barnabitas. El 4 de diciembre de 1854 tomó el camino de Florencia para pedir el
ingreso en la Orden dominicana. Vistió, en efecto, el hábito y comenzó su noviciado
en el convento de San Marcos, el 1º de febrero de 1855. A su término
emprendió los estudios de filosofía y teología.
Permaneció
en el convento de San Marcos y se dedicó a la enseñanza y al ejercicio pastoral
en su iglesia, que alberga la tumba de San Antonino de Florencia. Pronto
consiguió una importante fama de predicador, confesor y profesor de filosofía y
teología dogmática, también en el Seminario diocesano de la archidiócesis de
Florencia. El 8 de junio de 1872 lo eligieron prior conventual.
Por entonces había presentado ya al Maestro de la Orden, Padre Vicente Alejandro Jandel, un proyecto fundacional, inspirado en otra institución que realizó San Jerónimo en la colina romana del Aventino. En este caso se trataba de una fundación dominicana de hermanas terciarias regulares, dedicadas al estudio de la Sagrada Escritura y a la educación gratuita de las clases populares. Son las hermanas de la Congregación «Suore Domenicane dello Spirito Santo». A la cabeza de la empresa estuvo desde el comienzo Elena Buonaguidi, persona de especial virtud y formación. Los dos hablaron personalmente con el Maestro de la Orden en Roma y, a continuación, con el Papa, Beato Pío IX. La obra dio comienzo en la diócesis de Fiésole el 11 de noviembre de 1872.
Por entonces había presentado ya al Maestro de la Orden, Padre Vicente Alejandro Jandel, un proyecto fundacional, inspirado en otra institución que realizó San Jerónimo en la colina romana del Aventino. En este caso se trataba de una fundación dominicana de hermanas terciarias regulares, dedicadas al estudio de la Sagrada Escritura y a la educación gratuita de las clases populares. Son las hermanas de la Congregación «Suore Domenicane dello Spirito Santo». A la cabeza de la empresa estuvo desde el comienzo Elena Buonaguidi, persona de especial virtud y formación. Los dos hablaron personalmente con el Maestro de la Orden en Roma y, a continuación, con el Papa, Beato Pío IX. La obra dio comienzo en la diócesis de Fiésole el 11 de noviembre de 1872.
Visitaba las parroquias, se dedicaba en especial a la predicación, a veces en forma de «misiones populares», y a la administración de los sacramentos de la confirmación y penitencia, sin descuidar la visita a enfermos, en los hospitales y en sus hogares, y asimismo a los encarcelados. «¡Yo soy para los pobres, por lo mismo debo estar entre los pobres!», exclamaba. —A sus predicaciones acudía de ordinario un numeroso auditorio que llenaba las iglesias. Decía que encontraba fuerzas ante el Sagrario y que allí, en ocasiones, «gritaba con fervor», a la vez que ofrecía a Cristo un sacrificio perenne. Hallaba consuelo en la Eucaristía. Estaba seguro que Dios bendecía sus obras amasadas en el sufrimiento.
Ejercitó
también el ministerio mediante la palabra escrita, ocupación que inició ya en
el mencionado convento de San Marcos. Sus publicaciones tuvieron forma de
cartas pastorales, de comentarios teológicos inspirados en la doctrina de Santo
Tomás de Aquino, como por ejemplo, los que dedicó a los misterios de Cristo,
las virtudes cardinales, la teología de San Pablo, la pequeña Suma teológica,
la edición de la Catena Aurea. También escribió sobre la Eucaristía e historias
y doctrinas evangélicas. Con suma sencillez manifestaba en una ocasión: «He
terminado de redactar una meditación sobre el costado de Cristo abierto (por la
lanza del soldado en la cruz). Lo he terminado llorando».