Cristo Jesús,
Tú eres el que me ama
hasta la vida que no se
acaba.
Esperas de mí, no algunas
migas,
sino toda mi vida.
Eres el que, día y
noche, ora en mí.
Mis balbuceos son
oración:
pronunciar tu solo
Nombre, Jesús,
colma de comunión.
Eres el que cada mañana
pone en mi dedo
el anillo de pródigo,
anillo de fiesta.
¿Habré cambiado el
resplandor de Dios
por un fulgor
cualquiera?
¿Habré abandonado
la fuente del agua de
vida
para construirme aljibes
agrietados
que no retienen el agua?
Tú, Cristo, me buscaste
incansablemente.
¿Por qué he vacilado pidiendo
que se me diera tiempo
para ocuparme de mis
asuntos?
¿Por qué he mirado hacia
atrás
cuando mi mano estaba ya
en el arado?
Sin embargo, sin haberte
visto te amaba,
tal vez como no lo hubiera
querido,
pero te amaba.
Cristo Jesús, Tú me
sugerías:
vive lo poco que hayas
comprendido del Evangelio,
anuncia mi vida entre
los hombres, ven y sígueme...
Y un día, de vuelta a la
fuente,
lo comprendí: me
llamabas
a una resolución sin
retorno
Roger Schutz
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