"Señor Dios, he pasado la vida buscándote. He preguntado tu nombre y dirección. Quiero saber dónde vives. Deseo encontrarte y hablar contigo. Pero me han dado nombre y direcciones, que me he perdido. Dios mío: ¿dónde habitas?
Algunos me indican grandes templos, grandes iglesias. Decían: «Su nombre es Dios, el Altísimo». Fui a aquellos lugares, pero no te encontré. Solo hallé hermosas piedras, y personas que afirmaban saberlo todo acerca de ti. Sin embargo, por más que yo lo deseaba, no he logrado creer. El corazón me decía: ¡Dios no es así! No encontré en medio de ellos ni justicia ni amor.
Otros me señalaban los grupos insumisos que viven en la sombra. Decían: «Su nombre es Dios Vengador y justiciero». Me acerqué a ellos y me quedé en la duda. Encontré gente estupenda, pero no hallé ni humildad ni la libertad de la que tanto hablan.
He proseguido la búsqueda de tu morada, de tu presencia. Cansado y sudoroso de tanto caminar, me he detenido ante la casa de un pobre. Estaba sentado en la acera, frente a su casucha, para disfrutar el aire fresco del atardecer. Le pregunté tu nombre y dirección. El me respondió: «Amigo, perdona mi ignorancia. Me llamo Severino. No sé darte ninguna información. Pero entra conmigo y descansa un poco. Tienes aspecto de andar dando vueltas, cansado. Quédate aquí conmigo: ¡estás en tu casa!». Entré y me quedé. ¡Aún estoy allí!
Ignoro si tú habitas en la casa de Severino. El me ha dicho que no te conoce. Pero junto a él he hallado paz y humildad, participación y perdón, solidaridad y lucha por la justicia. He dado con la libertad verdadera. Dime, Señor: ¿Es en la casa de este pobre donde te escondes?
No puede ser de otro modo. En efecto, él no se presenta como un profesor y, sin embargo, ¡cuántas cosas me ha enseñado!
No posee nada, pero me ha dado todo aquello que necesitaba.
Dice que es un ignorante, aunque sabe mucho más que yo.
Es débil y carece de medios, con todo, en su lucha por la justicia,
nadie hasta ahora ha conseguido derrotarlo.
nadie hasta ahora ha conseguido derrotarlo.
Vive lleno de sufrimientos, pero ¡nunca he contemplado tanta alegría!
Vive luchando y, sin embargo, no hace más que contagiar su paz.
Si no fuese ésta tu morada, Señor, ya no sabría dónde más buscarla.
Aquí encuentro y recibo lo que andaba buscando.
Y aquí permanezco lleno de gratitud, hasta que me indiques otra dirección mejor.
Espero sólo que un día me reveles tu nombre. Amén
Carlos Mesters, Flor sin defensa.
Carlos Mesters, Flor sin defensa.
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