lunes, 19 de mayo de 2025

SEMANA DOMINICANA Mayo-2025: (algunos) Modos de Predicación dominicana (01)



PREDICACION MEDIANTE LA PALABRA HABLADA


¿PREDICADORES O PREDICADOS?

    La imagen que nos surge espontánea al hablar del predicador es la de alguien que habla delante de un auditorio que lo escucha reverente. Pero la realidad profunda es muy distinta: el verdadero predicador, como ya decían los dominicos en el siglo XIII, es el primer y principal predicado por la misma Palabra que pronuncia. Es ante todo un escuchador, un oyente vitalmente interesado.

    Todos los elementos que componen nuestro carisma como dominicos y dominicas, religiosos, seglares o sacerdotes seculares dominicos, son una escuela y una práctica del escuchar en un contexto siempre comunitario, eclesial y social. Una escucha siempre personal, pero nunca individualista.

    En primer lugar, por la Palabra misma de Dios: comunicación de Dios mismo. La Escritura nació y creció en las celebraciones del Pueblo de Israel y en la comunidad cristiana primitiva. Palabra recibida, escuchada, celebrada, llevada a la vida, estudiada y transmitida misionalmente. Liturgia, oración personal, estudio, evangelización compartidos, nos obligan a ser “comunidades escuchantes” si queremos ser “comunidades predicadoras”.

    En segundo lugar, por el mundo, la sociedad, con su complejidad, con sus problemáticas, anhelos, sueños, dolores, alegrías y lágrimas, esperanzas y desesperanzas. Él es también, en los signos de los tiempos, Palabra viva de Dios que hay que escuchar juntos.

    Los votos que profesamos los religiosos o las promesas de los seglares dominicos son, en su realidad más profunda, una conversión y una pedagogía de la escucha: obediencia (ob-audire) es vivir a la escucha de Dios al servicio del Reino; pobreza es vivir en disponibilidad e itinerancia para seguir a Cristo y a su programa de salvación; castidad, bien celibataria, matrimonial o en la soltería y viudez, es centrar el corazón en Dios y aprender a amar como Jesús.

    Los antiguos dominicos decían también: “el silencio es el padre de los predicadores”. No un silencio de mutismo del que no tiene nada que decir o no quiere decirlo, sino el silencio de la escucha, de la receptividad, de la puesta en crisis de nuestras ideas o prejuicios, de la disponibilidad para ser cambiados por el Espíritu.

    Así fue Nuestro Padre Domingo: el escuchante de Cristo a través de las necesidades de su tiempo. Así nuestros santos: fueron los primeros y siempre predicados, destinatarios de la predicación, para poder ser predicadores.

    En mi actual misión en el Paraguay, este aspecto se me ha hecho más claro y evidente: un nuevo país, una nueva cultura, una tierra de gran sensibilidad religiosa, con un sentido de Dios que hemos embotado en nuestra Europa secularizada, con enormes pobrezas, violencias estructurales, injusticias, con una predicación que tiene como reto principal lo que expresaba nuestro hermano Gustavo Gutiérrez: “¿Cómo hablar del amor de Dios a los pobres?”, con una solidaridad de humildes con los humildes para poder afrontar los retos de la vida cotidiana. Una Iglesia que lucha por oír y responder al Evangelio. Entonces: ¿quién predica a quién?

    Por ello, el predicador y la predicadora, para ser tales, han de ser los primeros y siempre predicados.


Fr. Francisco José Rodríguez Fassio, OP




SANTO DOMINGO NOS CUENTA SU VIDA

    La posada a las afueras de Toulouse no era demasiado grande, pero tenía sitio para todos ellos. La atendía un posadero de unos cuarenta años, siempre envuelto en su mandil, y siempre de aquí para allá atendiendo a los huéspedes. Cocinando, sirviendo, preparando las habitaciones, cuidando de que los caballos y las mulas en las que viajaban estuviesen bien atendidas. Era un hombre agradable, amable, se le veía buena persona, atento y con ganas de hablar con sus huéspedes.

    Siendo así tan extrovertido y simpático, Domingo se sorprendió mucho, al hablar con él un rato tras la cena, al descubrir que era miembro de esa religión tan extraña. El posadero era un cátaro.

    Lo cierto es que a Domingo le pudo la curiosidad y comenzaron a hablar largo y tendido. El posadero iba contándole su vida, y como había acabado siendo cátaro. Domingo iba preguntándole por las cosas en las que creía e iba diciendo las que la Iglesia y el Evangelio decían de lo que esa extraña religión pensaba. Su necesidad de saber iba también hacia aquellos que pensaban cosas distintas, y así poco a poco, se fueron enfrascando en una larga, muy larga, conversación en la que cada uno iba contándole al otro en lo que creía, lo que pensaba, con la particularidad de que el posadero cada vez iba teniendo menos argumentos e iba dándose cuenta de que muchas de las cosas que decía Domingo tenían bastante más sentido y parecían más lógicas que las que los cátaros decían.

    La conversación duró casi toda la noche, y a la mañana, poco antes de que Domingo con Diego y su séquito volvieran al camino, el posadero se le acercó y le dijo:

    —La conversación de anoche me ha hecho ver muchas cosas —comenzó a decir con un tono de voz profundamente serio, hondo—; creo que no volveré con los cátaros. No tiene sentido. Cada cosa que te iba diciendo que creía, tú me la rebatías con tus argumentos que eran bastante mejores. Gracias.

    Domingo se quedó sin saber qué decir. Pero las palabras del posadero se quedaron resonando en su mente, y los caminos hacia el norte, hacia Dinamarca, no hicieron sino ayudarle a seguir pensando en lo que esa noche había pasado. Había ayudado a una persona a dejar la religión aquella tan extraña y que solo tristeza causaba, para que tuviera una vida mejor volviendo a la fe de la Iglesia, del Evangelio y de Jesús.

Del libro "Santo Domingo de Guzmán nos cuenta su vida"
Autor: Fr. Vicente Niño Orti, OP
Edit. Laude (Grupo Editorial Luis Vives 2020)



ORACION


Dios del perdón y de la fidelidad, 
que nos diste a santo Domingo a imagen de tu Hijo
 “manso y humilde de corazón”;
 te rogamos nos concedas con su ejemplo 
y por su intercesión
 que “conservemos la humildad 
y con alegría vivamos en pobreza voluntaria”.

Por Jesucristo nuestro Señor.





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