Bienaventurada
Virgen María, “Madre de la Iglesia”
El año 2018 el Papa Francisco decretaba que el lunes
después de Pentecostés se celebre la Fiesta de María, Madre de la
Iglesia. Y lo explicaba así: La gozosa veneración otorgada a la Madre de
Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el
misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de
aquella Mujer (Gal 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y a la
vez Madre de la Iglesia. Por eso, es necesario hacer memoria de la
bienaventurada Virgen María, como Madre de la Iglesia, a quien Cristo encomendó
sus discípulos para que, perseverando en la oración al Espíritu Santo, cooperen
en el anuncio del Evangelio.
La reflexión y la Oración en esta Fiesta, nos
ayuda a incrementar el sentido materno de la Iglesia, en los Pastores, en los Religiosos y en
los Fieles, para mejorar la
genuina espiritualidad mariana. En Fátima, el 13 de mayo de 2018, Francisco decía con pasión: Queridos
peregrinos, ¡tenemos una Madre, tenemos una Madre! Aferrándonos a ella como
hijos, vivamos, de la esperanza que se apoya en Jesús, porque los que reciben a
raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida, gracias a uno sólo, Jesucristo. Cuando Jesús
subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad- nuestra humanidad-
que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un
ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la
derecha del Padre.
Al terminar el mes de mayo, en el que hemos
ido profundizando en la vida y misión de
María, en la Predicación del Evangelio y en la construcción de la Iglesia,
queremos acoger el fruto del trabajo espiritual de este mes. ¡María es
Madre!. Pero ¿qué alcance puede tener esto en nuestra fe y en nuestra
misión?. La Iglesia, los Papas,
especialmente después del Concilio Vaticano II, ha permitido que la relación
con María haya ido madurando en comprensión de su presencia en el misterio de
Cristo y de la Iglesia, con su Maternidad espiritual. En concreto, Pablo VI y
Juan Pablo II, y ahora el Papa Francisco,
han profundizado en este misterio de María, que desde la espera del
Espíritu en Pentecostés (Hch 1,14) no ha dejado jamás de cuidar maternalmente
de la Iglesia, peregrina en el tiempo. Pablo VI afirmó en la clausura de la
tercera sesión del Vaticano II que es imposible comprender el misterio de la
Iglesia en su esencia más profunda, que es la unión íntima de los hombres con
Cristo, sin María, porque ella es la que mejor realizó en si misma a esa
comunión.
Este título de María Madre de la Iglesia,
habla de una presencia activa, una acción positiva de María sobre la Iglesia
tanto en su creación como en su conservación.
a) En su creación. Al aceptar la palabra
del ángel y dar a luz a Cristo, estaba alumbrando los comienzos de la Iglesia.
María, aceptando con el corazón inmaculado la Palabra, mereció engendrarla en
su seno virginal y al dar a luz al creador, fomentó los comienzos de la
Iglesia. Si la Iglesia tiene de alguna manera su origen en la Encarnación,
María con su Sí, coopera activamente en su nacimiento.
b) En su conservación. La presencia de
María junto a la cruz ha de ser comprendida desde el Sí de la anunciación. María
en la Anunciación se compromete, en la penumbra de la fe, con una llamada
misteriosa de Dios. Todos los actos de su vida son el desarrollo de ese sí en
una peregrinación de la fe.
c) En cuanto a nosotros, la Maternidad de
María, garantiza el cuidado y providencia que Dios quiere tener sobre cada uno
de sus hijos. Asunta a los cielos, María no sólo no ha dejado esta misión
maternal, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones
de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su
Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros de ansiedad hasta que sean
conducidos a la patria bienaventurada (LG 62). Por eso, se ha llegado a
darle el nombre de Omnipotencia suplicante. Por su condición de Madre de
Dios, ora por los hermanos de su Hijo,
que también son sus hijos.
“Esperamos que la celebración de este día, y ya cada lunes después de Pentecostés,
recuerde a todos los discípulos de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos
del amor de Dios, es necesario fundamentar nuestra vida en tres realidades: la
Cruz, la Hostia, ofrenda de Cristo en el Banquete eucarístico y la Virgen
oferente, Madre del Redentor y de los redimidos. Tres misterios que Dios ha
dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida interior y para
conducirnos hacia Jesucristo.
Fr. José Antonio Segovia, OP
Oración a María,
madre de la Iglesia
y madre de nuestra fe
¡Madre,
ayuda nuestra fe!
Abre
nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva
en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando
en su promesa.
Ayúdanos
a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos
a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de
tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra
en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos
que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos
a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y
que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día
sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Francisco.