Todos sabemos que hemos de ser digno de la
vocación a la cual hemos sido llamados. Hace un par de domingos, nos invitaba
Jesús, a nosotros los creyentes, a vivir
no como todo el mundo. El hecho de
tener fe y de querer seguir a Jesús, nos ha de mover a dar un paso más: a amar
a los enemigos, a perdonar, a ser misericordiosos, a ser generosos, a estar
dispuestos en cada momento a cambiar lo torcido que haya dentro.
Y hoy tenemos una oportunidad más para poner todo en su sitio, en orden. Y
se nos vuelve a invitar a la conversión.
Es cierto que cualquier tiempo es apto para
revisarnos cómo vivimos, qué hacemos, qué decimos. Pero este tiempo de Cuaresma que hoy
comenzamos con la imposición de la ceniza, nos presenta una oportunidad
excepcional: darnos cuenta que mientras no dejemos caer de nuestro corazón la
crítica, el rencor, la rabia, la violencia, la venganza, el querer ser más que
los demás, no podemos ser lo que todo el mundo desea, ser felices.
Y esto será tarea, no de una, sino de muchas cuaresmas.
Por eso, con el símbolo de la ceniza, se quiere
resaltar la necesidad de la conversión, para fortalecer nuestra identidad
cristiana y la pertenencia a la Iglesia. De esta manera el creyente se prepara
para celebrar la Vigilia Pascual con espíritu de renovación y de reconciliación
despojándose de lo que no es auténtico y que no forma parte de la verdad que
hay en nuestro interior. Es preciso quitarnos la máscara que a veces llevamos
puesta, como en los carnavales, aparentando lo que no somos, y decirnos quienes
somos en realidad y qué queremos ser realmente.
No se trata de cambiar nuestra personalidad.
Somos un don de Dios tal como somos. Lo que sí Él espera de nosotros, es
precisamente lo que hicieron los apóstoles: cambiar el rumbo de su vida sin
dejar de ser lo que eran.
El reto de la Cuaresma es seguir a Jesús. Él
nos guía y nos hace descubrir de qué nos tenemos que liberar. Y nos mira con
una mirada nueva, una mirada de misericordia, de querer nuestro bien. “Es
compasivo y misericordioso”, rico en amor, se nos acaba de decir. Y digamos con
el Salmo: “Crea en mí un corazón puro”. Haz conocer en mí aquellas capacidades que están como
adormecidas o que se han oxidado por el hecho de no ejercitarlas. Líbrame,
Señor de las rutinas y de la tentación de la mediocridad de ir viviendo sin poner la energía y el coraje del que soy
capaz. Así el gesto de la imposición de la ceniza y las palabras “conviértete y
cree en el Evangelio”, expresarán mi disposición a aceptar, con humildad, que pueden rebrotar en mí nuevas actitudes y
nuevos cambios que quizá no veía posibles. Y pidamos al Señor: “Afianzame con
espíritu generoso”, de fortaleza, de generosidad, de comprensión.
P. Mariano del Prado,
O.P.
Santo Domingo de Scala Coeli - Córdoba