jueves, 7 de marzo de 2019

Homilía Eucaristía Miércoles de Ceniza


Todos sabemos que hemos de ser digno de la vocación a la cual hemos sido llamados. Hace un par de domingos, nos invitaba Jesús, a nosotros los creyentes,  a vivir no como todo el mundo.   El hecho de tener fe y de querer seguir a Jesús, nos ha de mover a dar un paso más: a amar a los enemigos, a perdonar, a ser misericordiosos, a ser generosos, a estar dispuestos en cada momento a cambiar lo torcido que haya dentro.

Y hoy tenemos una oportunidad  más para poner todo en su sitio, en orden. Y se nos vuelve a invitar a la conversión.

 Es cierto que cualquier tiempo es apto para revisarnos cómo vivimos, qué hacemos, qué decimos.   Pero este tiempo de Cuaresma que hoy comenzamos con la imposición de la ceniza, nos presenta una oportunidad excepcional: darnos cuenta que mientras no dejemos caer de nuestro corazón la crítica, el rencor, la rabia, la violencia, la venganza, el querer ser más que los demás, no podemos ser lo que todo el mundo desea, ser felices. Y esto será tarea, no de una, sino de muchas cuaresmas.

Por eso, con el símbolo de la ceniza, se quiere resaltar la necesidad de la conversión, para fortalecer nuestra identidad cristiana y la pertenencia a la Iglesia. De esta manera el creyente se prepara para celebrar la Vigilia Pascual con espíritu de renovación y de reconciliación despojándose de lo que no es auténtico y que no forma parte de la verdad que hay en nuestro interior. Es preciso quitarnos la máscara que a veces llevamos puesta, como en los carnavales, aparentando lo que no somos, y decirnos quienes somos en realidad y qué queremos ser realmente.

No se trata de cambiar nuestra personalidad. Somos un don de Dios tal como somos. Lo que sí Él espera de nosotros, es precisamente lo que hicieron los apóstoles: cambiar el rumbo de su vida sin dejar de ser lo que eran.   

El reto de la Cuaresma es seguir a Jesús. Él nos guía y nos hace descubrir de qué nos tenemos que liberar. Y nos mira con una mirada nueva, una mirada de misericordia, de querer nuestro bien. “Es compasivo y misericordioso”, rico en amor, se nos acaba de decir. Y digamos con el Salmo: “Crea en mí un corazón puro”. Haz conocer en mí  aquellas capacidades que están como adormecidas o que se han oxidado por el hecho de no ejercitarlas. Líbrame, Señor de las rutinas y de la tentación de la mediocridad de ir viviendo  sin poner la energía y el coraje del que soy capaz. Así el gesto de la imposición de la ceniza y las palabras “conviértete y cree en el Evangelio”, expresarán mi disposición a aceptar, con humildad,  que pueden rebrotar en mí nuevas actitudes y nuevos cambios que quizá no veía posibles. Y pidamos al Señor: “Afianzame con espíritu generoso”, de fortaleza, de generosidad, de comprensión.

                                                                                              P. Mariano del Prado, O.P.
                                                                                 Santo Domingo de Scala Coeli - Córdoba