Son muchos los que en estos días disfrutan de unas merecidas vacaciones. Deseamos ansiosamente que llegue ese momento. ¡Necesitamos la paz, el descanso, el sosiego que nos dan estos días! Otros muchos –tal vez la mayoría de la gente- no puede permitirse siquiera salir de la angustia de su vida cotidiana: ¡aunque la televisión no los enfoque en ninguna playa, también existen! Desafortunadamente, además, los problemas, propios y ajenos, nunca toman vacaciones…
Jesús descansaba, y seguro que el suyo era un descanso bien merecido. Pero en medio de su paz resonaban los gritos de las gentes: Hambrientos los más numerosos; enfermos otros. Rotos, decepcionados y desesperanzados todos. “Y Jesús sintió compasión”. Sí, una pasión interior que le empujaba al encuentro. No eran voces ajenas; resonaban en su adentro. Y las hizo suyas. “Pasión por los demás”. Apasionado era Juan Bautista, recién asesinado por Herodes: La pasión no es amiga del miedo. Movido por compasión Jesús salía cada día al encuentro de la gente. ¡Ellos eran su pasión!
Demasiadas voces perturban nuestra ansiada paz. Las más ni siquiera las escuchamos, ¡vamos perdiendo oído! Otras, dejamos que resuenen, pensando que no van dirigidas a nosotros. Hay profesionales que se encargan de recordarnos (como los discípulos impacientes) “ese no es tu problema, tienen quien se encargue de ellos, que se busquen la vida, que se salve quien pueda…”. Las voces más atroces son aquellas que ponen el punto final a todo: “yo no puedo hacer nada”. “Dadles vosotros de comer” es el grito profundo de Jesús, que aún debiera desconcertarnos a nosotros. Los problemas de los demás no dejan de ser nuestros, por más cómodos que estemos. Lo importante no es qué tengo que hacer, sino espabilarme, estar a la escucha, disponerme a hacer algo, prestar atención a quien llama a mi puerta. Y qué casualidad: cuando el hombre comparte en lo pequeño, Dios multiplica a lo grande.
Con Jesús siempre hay abundancia. Apostar por Él, por su Proyecto es apostar por lo seguro. Con Él nadie queda desamparado. El corazón compasivo, profundamente apasionado, no descansa nunca. Escucha, acoge y vence cualquier miedo para ponerse en camino.
Jesús descansaba, y seguro que el suyo era un descanso bien merecido. Pero en medio de su paz resonaban los gritos de las gentes: Hambrientos los más numerosos; enfermos otros. Rotos, decepcionados y desesperanzados todos. “Y Jesús sintió compasión”. Sí, una pasión interior que le empujaba al encuentro. No eran voces ajenas; resonaban en su adentro. Y las hizo suyas. “Pasión por los demás”. Apasionado era Juan Bautista, recién asesinado por Herodes: La pasión no es amiga del miedo. Movido por compasión Jesús salía cada día al encuentro de la gente. ¡Ellos eran su pasión!
Demasiadas voces perturban nuestra ansiada paz. Las más ni siquiera las escuchamos, ¡vamos perdiendo oído! Otras, dejamos que resuenen, pensando que no van dirigidas a nosotros. Hay profesionales que se encargan de recordarnos (como los discípulos impacientes) “ese no es tu problema, tienen quien se encargue de ellos, que se busquen la vida, que se salve quien pueda…”. Las voces más atroces son aquellas que ponen el punto final a todo: “yo no puedo hacer nada”. “Dadles vosotros de comer” es el grito profundo de Jesús, que aún debiera desconcertarnos a nosotros. Los problemas de los demás no dejan de ser nuestros, por más cómodos que estemos. Lo importante no es qué tengo que hacer, sino espabilarme, estar a la escucha, disponerme a hacer algo, prestar atención a quien llama a mi puerta. Y qué casualidad: cuando el hombre comparte en lo pequeño, Dios multiplica a lo grande.
Con Jesús siempre hay abundancia. Apostar por Él, por su Proyecto es apostar por lo seguro. Con Él nadie queda desamparado. El corazón compasivo, profundamente apasionado, no descansa nunca. Escucha, acoge y vence cualquier miedo para ponerse en camino.
Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Is 55, 1-3
Sal 144
Rom 8, 35-39
Mt 14, 13-21
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