domingo, 14 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (16)

 



Alegría

    “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino” (cf. Mal 3,1). Esta promesa antigua, pronunciada por el profeta Malaquías, resuena con fuerza en el tiempo de Adviento. Es mucho más que una frase del pasado: es una clave para comprender lo que Dios sigue haciendo hoy en la historia humana y en la vida de cada persona. Dios no llega de improviso ni con violencia, sino que, con paciencia y ternura, envía un mensajero que prepara el corazón, despierta la conciencia y abre el camino a la esperanza.

    En el Nuevo Testamento, la Iglesia reconoce en Juan el Bautista el cumplimiento de esta promesa. Él es el mensajero que precede al Mesías, la voz que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”. Su figura se levanta en medio del Adviento como una llamada urgente y, al mismo tiempo, como una invitación llena de esperanza. Juan no anuncia castigo, sino conversión; no anuncia miedo, sino cercanía; no anuncia un final, sino un comienzo.

    Hablar de Adviento es hablar de esperanza, pero también de alegría. Una alegría que no nace del consumismo ni de las fiestas superficiales, sino de la certeza de que Dios viene a nuestro encuentro. La alegría cristiana no es ignorar los problemas del mundo, ni cerrar los ojos ante el sufrimiento. Es, más bien, una confianza profunda en que Dios está actuando incluso en medio de la oscuridad. Juan el Bautista encarna esta alegría austera, sobria, firme. No se deja deslumbrar por el poder ni por las apariencias, porque sabe que lo verdaderamente importante está a punto de llegar: el mismo Dios que se hace cercano y camina con su pueblo.

    Esperamos a una Persona viva, a Jesucristo, que quiere nacer nuevamente en nuestro corazón y en nuestro mundo. Juan el Bautista nos ayuda a comprender cómo debe ser esta espera: con humildad, con sinceridad, con valentía para reconocer lo que debe cambiar en nuestra vida.

    Juan no se presenta como el protagonista. De hecho, su grandeza está precisamente en no querer ocupar el lugar que no le corresponde. Él entiende que su misión es señalar, no ser señalado; es preparar, no ocupar; es iluminar el camino, no convertirse en la meta.    

    En una cultura que nos invita a sobresalir, a competir, a ser vistos y reconocidos, Juan el Bautista nos ofrece un camino completamente distinto: el camino de la gratuidad y de la humildad. Él anuncia sin buscar recompensa, corrige sin condenar, invita sin imponer. Su vida es testimonio de que se puede ser feliz sirviendo a un propósito más grande que uno mismo. Esa es la auténtica alegría del Adviento: sabernos parte del plan de Dios, incluso en nuestra pequeñez.

    “Preparen el camino del Señor”. Estas palabras no han perdido fuerza con el paso de los siglos. Siguen siendo una llamada actual. ¿Qué significa hoy preparar el camino? Significa abrir espacios de justicia donde hay desigualdad, de perdón donde hay rencor, de luz donde hay oscuridad. Significa revisar nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestras decisiones. Significa, en definitiva, convertirnos. La conversión no es solo cambiar algunas acciones; es cambiar la dirección del corazón. Es volver a mirar hacia Dios y confiar nuevamente en su promesa.

    La esperanza cristiana, que se manifiesta con especial intensidad en el Adviento, no es ingenua. No niega el dolor del mundo. Pero lo mira desde la certeza de que Dios tiene la última palabra. Juan el Bautista, incluso sabiendo que su camino lo llevaría al sufrimiento y a la muerte, no dejó de anunciar la verdad. Él confió hasta el final en aquel a quien preparaba el camino. Y esa confianza se transforma en modelo para nosotros: creer incluso cuando no entendemos todo, esperar incluso cuando parece que nada cambia.

    El mensaje que Juan nos deja en el Adviento es claro: Dios ya está cerca. Aunque no siempre lo sintamos, Él viene. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en el hermano que sufre, en la alegría sencilla, en la paz que nace del perdón. Viene para salvar, no para condenar; viene para sanar, no para herir; viene para reconciliar, no para dividir.

    El Adviento, entonces, se convierte en una escuela de esperanza. Y esa esperanza se traduce en alegría. No una alegría pasajera, sino una alegría que brota de lo profundo del alma. La alegría de saberse amado por Dios, esperado por Dios, buscado por Dios. La alegría de saber que nuestra historia, con sus luces y sombras, tiene sentido en sus manos.


Oración

Señor Dios,
tú no abandonas a tu pueblo en la oscuridad,
sino que, lleno de amor y fidelidad,
envías siempre un mensajero delante de Ti
para preparar tu camino en los corazones.

Hoy, en este tiempo santo de Adviento,
reconocemos en Juan el Bautista a ese mensajero
que gritó en el desierto con valentía y esperanza,
anunciando que la luz ya estaba cerca,
que la promesa comenzaba a cumplirse,
que el Reino de Dios estaba a las puertas.

Juan no trajo riquezas ni seguridades humanas,
no buscó honores ni reconocimiento;
trajo una sola cosa: la verdad que libera
y la alegría de quien sabe que Tú vienes.

Su voz fue llamada a despertar conciencias,
a derribar la soberbia,
a enderezar los caminos torcidos del corazón,
para que el Mesías pudiera entrar sin barreras,
sin muros, sin orgullos que lo rechazaran.

Señor Jesús, hoy te pido:
regálame la alegría del Adviento,
no una alegría superficial que pasa,
sino la alegría profunda de quien confía,
de quien espera,
de quien sabe que Tú cumples tus promesas.

Haz de mi vida un camino abierto para Ti.
Que mis palabras lleven esperanza,
que mis gestos preparen tu llegada,
que mi mirada anuncie tu amor.

Amén.

sábado, 13 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (15)

 


Gratuidad

    El Adviento es un tiempo de espera que toca lo más profundo del corazón humano. No se trata solo de contar los días que faltan para la Navidad o de preparar adornos y celebraciones, sino de disponer el alma para un encuentro que transforma la vida. En este tiempo resuena con fuerza la figura de Juan el Bautista, un hombre que encarna como pocos el sentido auténtico del Adviento: preparar el camino del Señor, señalar su presencia y, cuando llega el momento, hacerse a un lado para que Él crezca.

    Juan el Bautista aparece como una voz valiente en medio del desierto. No grita para llamar la atención sobre sí mismo, sino para dirigir la mirada hacia Otro. Su misión no consiste en ocupar el centro, sino en despejarlo.

    Hacerse a un lado es un acto de humildad, pero también de libertad y de amor. Significa reconocer que no somos el centro del mundo ni de la historia, y que hay Alguien más grande que viene a traer la luz verdadera.

    En una sociedad que constantemente invita a destacar, a acumular reconocimiento, a hablar más alto que los demás y a imponer la propia voluntad, la actitud de Juan resulta contracultural. Él no busca aplausos, no persigue fama, no se aferra a su influencia. Sabe que su misión es preparatoria, que su palabra es transitoria y que su papel es desaparecer cuando la Luz verdadera se manifieste. Este gesto de hacerse a un lado revela una profunda gratuidad interior. Juan sirve sin esperar recompensa, da su vida sin buscar beneficios personales. Todo en él es entrega, disponibilidad y verdad.

    Cuando Juan invita al pueblo a la conversión, lo hace no para obtener algo a cambio, sino para preparar los corazones a recibir ese don inmenso que es Cristo. Su vida es un reflejo de la gratuidad de Dios: entrega sin condiciones, servicio sin cálculo, misión sin deseo de recompensa.

    El Adviento, iluminado por la figura de Juan el Bautista, se convierte así en un tiempo de purificación interior. Preparar el camino del Señor significa desocupar el trono del propio ego para que Dios pueda ocuparlo. Significa renunciar a la soberbia, a la búsqueda constante de reconocimiento, al deseo de tener siempre la razón. Hacerse a un lado no es desaparecer sin valor, sino reconocer el verdadero lugar en el plan de Dios. Es comprender que nuestra grandeza está precisamente en servir, en amar, en colaborar humildemente en una obra que nos trasciende.

    Esta actitud abre la puerta a la esperanza. La esperanza nace cuando dejamos de apoyarnos únicamente en nuestras propias fuerzas y comenzamos a confiar en la acción de Dios. Juan sabe que él no es el Salvador. Y, justamente por eso, espera con alegría la llegada de quien sí lo es. Su esperanza no está en sí mismo, sino en Cristo. Vive con la certeza de que viene uno más fuerte, más grande, más lleno del Espíritu, y esa certeza lo llen  a de sentido.

    En el mundo actual, muchas personas viven cargadas de angustia porque creen que todo depende de ellas: su éxito, su futuro, su felicidad, la solución de los problemas del mundo. Esta carga resulta demasiado pesada. La figura de Juan el Bautista nos recuerda que no estamos llamados a salvar al mundo, sino a preparar el corazón para que Dios lo salve. Y eso es profundamente liberador. Nos quita un peso de encima y nos abre a una esperanza más grande que nosotros mismos.

    Juan el Bautista también nos muestra que hacerse a un lado no significa volverse pasivo o indiferente. Él es activo, valiente, comprometido. Denuncia la injusticia, llama a la conversión, promueve un cambio real de vida. Pero lo hace siempre desde la conciencia de que él es solo un instrumento. Su protagonismo es paradójico: brilla en la medida en que señala a Otro.

    Esa es la verdadera gratuidad: actuar con toda el alma, pero sin apropiarse de los frutos; trabajar con pasión, pero sin adueñarse del resultado; amar con intensidad, pero sin buscar reconocimiento. Este tipo de gratuidad es fuente de verdadera esperanza, porque libera de la frustración y permite confiar en que Dios actúa más allá de lo que se ve.

    Durante el Adviento, estamos llamados a vivir gestos concretos que expresen esta actitud de Juan: ofrecer ayuda sin esperar nada, escuchar a alguien sin querer cambiarlo, perdonar sin pedir explicaciones, dar tiempo sin mirar el reloj, amar sin condiciones. Cada uno de estos gestos es una manera de “hacerse a un lado” para que Dios se manifieste en el amor compartido.

    En este Adviento, la figura de Juan el Bautista nos invita a un ejercicio profundo de humildad y de esperanza. Nos llama a revisar nuestras motivaciones, nuestros deseos de protagonismo, nuestras búsquedas egoístas de reconocimiento. Y nos propone un camino distinto: el camino de la gratuidad, del servicio silencioso, de la espera confiada.


Oración

Señor Dios,

en este tiempo de Adviento quiero aprender
a preparar tu camino como lo hizo Juan el Bautista:
con un corazón humilde, libre y disponible.

Enséñame a hacerme a un lado
para que Tú seas el centro de mi vida.
Arranca de mí el deseo de protagonismo,
la necesidad de aplauso y de recompensa,
y lléname de la alegría sencilla
de servir por amor, sin esperar nada a cambio.

Como Juan en el desierto,
quiero ser voz que anuncia tu luz,
sin buscar mi propia gloria,
sin adueñarme de tus obras,
sin importar que no me vean,
si Tú estás presente.

Que cada gesto de mi vida
prepare tu llegada al mundo.
Que cada acto sencillo
sea un espacio abierto a tu gracia.

Amén.

viernes, 12 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (14)



Tristeza


    El Adviento es un tiempo de espera, pero también un tiempo de despertar. La Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir a Jesús con la misma frescura, inocencia y esperanza que un niño. Sin embargo, en medio de esta invitación, el papa Francisco ha advertido muchas veces sobre un riesgo espiritual que afecta a muchos creyentes: ser cristianos tristes, cristianos sin alegría, cristianos que viven la fe como un peso en lugar de un regalo.

    El Adviento nos confronta precisamente con esa realidad. ¿Cómo preparar la venida de Jesús si el corazón está apagado? ¿Cómo anunciar al Emmanuel—Dios con nosotros—si vivimos como si Él no estuviera?

    El papa Francisco insiste en que la tristeza interior, cuando no es fruto del dolor o la prueba, sino del desánimo espiritual, puede convertirse en un obstáculo para la fe. Es la tristeza del alma que ha perdido la capacidad de maravillarse, de agradecer, de esperar.

    El Adviento nos invita, entonces, a mirar la tristeza de los cristianos como la falta de esperanza. Jesús viene para devolvernos lo que hemos ido dejando: la alegría sencilla, la mirada limpia, el corazón capaz de soñar. Un cristiano que vive el Adviento con espíritu de niño, con asombro y humildad, se convierte en signo vivo de la presencia de Dios.

    Recuperar la alegría no significa ignorar los problemas. El papa lo dice con claridad: la verdadera alegría no es superficial, no es entretenimiento pasajero, sino una certeza interior: Dios viene, Dios está, Dios acompaña. Y quien cree esto, aun en medio de lágrimas, sostiene una luz.

    Para vivir un Adviento auténtico, necesitamos dejarnos tocar por esa luz. Necesitamos dejar que el Evangelio nos sorprenda de nuevo, que la Palabra despierte nuestras preguntas y nuestras ganas de vivir el bien.

    En este Adviento, pidamos la gracia de no ser cristianos tristes, sino creyentes llenos de esperanza. Que el Niño que viene nos enseñe a sonreír nuevamente, a vivir con alma de niño y corazón de discípulo. Que su venida renueve en nosotros la alegría verdadera: aquella que nadie puede quitarnos.



Oración

Señor Jesús,
en este Adviento quiero abrir mi corazón a tu venida,
a tu luz que disipa toda tristeza y toda oscuridad.

Te pido, Jesús, que en este tiempo nos devuelvas
la llama de la esperanza que nace de tu presencia.
Que no vivamos la fe como un peso,
sino como un encuentro que renueva y transforma.

En este camino que estamos recorriendo en el Jubileo de la Esperanza,
derrama sobre nosotros la gracia de creer nuevamente
que Tú haces nuevas todas las cosas.
Que tu venida despierte lo que está dormido,
sane lo que está herido
y encienda lo que se ha apagado dentro de nosotros.
Que cada día de Adviento sea un paso hacia la alegría verdadera,
esa que nadie puede quitarnos porque está anclada en Ti.

Ven, Señor Jesús.
Despierta nuestra esperanza,
ilumina nuestra tristeza,
y haz de nosotros testigos alegres de tu venida.
Amén.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (13)

 



Misericordia

    El ser humano vive constantemente en espera. Espera momentos mejores, respuestas, justicia, sanación, paz y sentido. La vida se compone de esperas grandes y pequeñas, algunas llenas de alegría, otras cargadas de incertidumbre. En medio de esta realidad, el Adviento aparece como una respuesta espiritual profunda: no es solo una espera cualquiera, sino una espera llena de significado, una espera orientada hacia el amor más grande que el mundo ha conocido: la venida de Jesucristo, Dios hecho hombre.

    En este tiempo litúrgico, la Iglesia invita a detenerse, a mirar con sinceridad el propio corazón y a preparar el camino para recibir al Señor. El hilo conductor que une este camino es la misericordia, una misericordia que Dios ofrece gratuitamente y que transforma la vida de quien la recibe. Junto a esta misericordia, surge con fuerza la figura de Juan el Bautista, el profeta del desierto, la voz que no se apaga, el mensajero que anuncia y prepara. Él se convierte en la imagen de la llamada a la conversión y al cambio de vida. Y, finalmente, todo este proceso se llena de esperanza, una esperanza que no defrauda, que sostiene, que renueva y que abre un horizonte nuevo a la humanidad.

    El Adviento, entonces, no es solo una espera alegre por un niño en un pesebre. Es la espera del Dios misericordioso que viene al encuentro del ser humano para salvarlo, no para condenarlo. Es un tiempo en el que la misericordia se convierte en invitación a cambiar el corazón, a perdonar, a reconciliarse, a amar más y mejor.

    Juan el Bautista es una figura central del Adviento. Su vida, su mensaje y su actitud encarnan el espíritu de este tiempo. Él aparece como un hombre austero, que no busca ser el protagonista. No se presenta como el Mesías. Al contrario, insiste una y otra vez en que él no es digno de desatar las sandalias de aquel que viene detrás de él. Su misión es preparar, allanar, señalar, despertar. Su vida entera está orientada a Cristo.

    El mensaje de Juan es fuerte, claro, directo. Habla de arrepentimiento, de justicia, de verdad. No tiene miedo de enfrentar el pecado, la hipocresía o la indiferencia. Pero su mensaje no es de condena, sino de oportunidad. Él anuncia que la conversión es posible, que una vida nueva puede comenzar, que Dios no rechaza al pecador que vuelve a Él con un corazón sincero.

    Su figura encarna la voz de la conciencia, la llamada a la verdad, la invitación a no conformarse con una vida superficial. En el Adviento, su persona se vuelve actual: sigue siendo la voz que clama en los desiertos modernos —desiertos de sentido, de injusticia, de violencia, de soledad— y que nos invita a preparar el camino del Señor entre nosotros.

    Juan el Bautista fue un hombre profundamente esperanzado. Su esperanza no estaba puesta en el poder, en la riqueza o en la fama, sino en la fidelidad de Dios. Vivía en el desierto, pero su corazón estaba lleno de certeza: el Mesías vendría, y con Él, un mundo nuevo.

    Hoy, en un mundo muchas veces marcado por el desaliento, el miedo, la incertidumbre y la pérdida de sentido, la esperanza que nace del Adviento impulsa a vivir de manera diferente: a no responder al mal con más mal, a construir la paz, a trabajar por la justicia, a defender la vida, a cuidar a los más frágiles.

    Juan el Bautista nos enseña que cada uno tiene una misión: preparar el camino del Señor. Hoy, ese camino se prepara con gestos de solidaridad, con palabras de verdad, con acciones justas, con compromiso por un mundo mejor. Así, la llegada de Cristo no queda en un recuerdo del pasado, sino que se vuelve una realidad presente y futura.



Oración

Señor Dios,
en este tiempo de Adviento vengo ante Ti
con un corazón que espera,
con un alma que necesita tu misericordia
y con una vida que anhela renovarse.

Como Juan el Bautista que clama en el desierto,
despierta en mí el deseo de conversión,
enséñame a reconocer mis errores
y dame la fuerza para cambiar.

Que tu misericordia, Señor,
limpie mi corazón de todo egoísmo,
de todo rencor y de toda indiferencia.

Aviva en mí la esperanza
cuando el camino se haga oscuro,
cuando falten las fuerzas
o cuando la fe parezca débil.
Recuérdame que tu promesa se cumple
y que tu luz siempre vence a la oscuridad.

Hazme escuchar, Señor,
la voz de Juan el Bautista en mi interior
y responder con un corazón disponible,
para que Tú puedas nacer en mi vida
y yo pueda ser signo de tu esperanza en el mundo.

Amén.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (12)

 



Consuelo

    El tiempo de Adviento es una invitación a preparar el corazón y a renovar la esperanza. En medio de un mundo lleno de preocupaciones, prisas, conflictos y dolores, Dios no nos deja solos. Él se acerca con ternura para ofrecernos su consuelo. El Adviento nos recuerda que Aquel que viene no es un rey poderoso según los criterios humanos, sino un Dios cercano, humilde y compasivo que viene a compartir nuestras cargas.

    Muchas veces vivimos agobiados por nuestros propios yugos: el miedo al futuro, la culpa por los errores cometidos, la tristeza por las pérdidas, la presión de las responsabilidades o el peso de la soledad. Sin embargo, Jesús nos hace una promesa llena de amor: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Nos ofrece la paz que nace de confiar en Él, la alegría que brota del perdón, y la esperanza que no se apaga incluso en medio de la oscuridad.

    En este tiempo de Adviento, reconocer nuestras debilidades no es signo de derrota, sino de humildad. Cuando le entregamos a Dios nuestras cargas, Él las transforma en esperanza. Su llegada es luz en medio de la oscuridad, paz en medio del caos y consuelo para los corazones heridos. Cada vela encendida en la corona de Adviento simboliza esa esperanza que se mantiene viva, incluso cuando todo parece incierto.

    Aceptar el yugo de Cristo es confiar en que Él camina con nosotros, que nunca nos abandona y que su amor es más fuerte que cualquier sufrimiento. Así, el Adviento se convierte en un tiempo de sanación interior, donde aprendemos que no estamos solos, y que el verdadero consuelo viene del Dios que se hace Niño para salvarnos.

    En los momentos de prueba y aflicción, volvamos nuestros ojos a Belén, donde nace el verdadero consuelo para nuestras almas atribuladas. La esperanza en su venida nos da fuerza y serenidad. Seamos también instrumentos de consuelo para los que sufren, llevando palabras de aliento y esperanza a quienes han perdido el rumbo.



Oración

Señor Jesús,
en este tiempo de Adviento venimos a Ti con corazones abiertos y humildes. Muchos de nosotros estamos cansados y agobiados por las cargas de la vida: el trabajo, las preocupaciones, los errores del pasado y los temores del futuro. Te pedimos que nos consueles con tu presencia, que alivies nuestro peso y nos des paz interior.

Que en este Adviento nuestro corazón se llene de esperanza y alegría al prepararnos para tu venida. Enséñanos a mirar a nuestro alrededor y llevar consuelo a quienes también sufren, a ser manos que alivian cargas y palabras que levantan el ánimo.

Gracias, Jesús, por buscarnos y consolarnos cuando estamos perdidos. Haz que nuestro corazón siempre confíe en Ti y encuentre descanso en tu yugo, suave y lleno de amor.

Amén.

martes, 9 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (11)

 



Testimonio

    Durante el tiempo de Adviento, la Iglesia nos invita a prepararnos con esperanza y alegría para la venida de Jesús. No es simplemente contar los días para la Navidad, sino abrir el corazón para que Cristo renazca en nosotros y transforme nuestra vida, y ser testimonio, vivir de tal manera que los demás puedan reconocer en nosotros el amor de Dios. Ser manifestación externa de nuestra fe interna.

    El Adviento es un tiempo de espera llena de esperanza. Esperamos la llegada del Salvador que viene a rescatarnos, como el buen pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la que se ha perdido. Muchas veces, nosotros mismos somos esa oveja descarriada, alejados de Dios por nuestros errores, preocupaciones o el ritmo del mundo. Sin embargo, Dios nunca se cansa de buscarnos. Él nos llama con ternura y nos ofrece una nueva oportunidad para volver a su camino.

    Cuando permitimos que Dios nos encuentre y nos abrace con su misericordia, nuestro corazón se llena de una profunda alegría. Esa alegría nace del perdón, del amor recibido y de la certeza de que somos importantes para Él. Entonces, estamos llamados a compartir esa experiencia con los demás. Ser testimonio en Adviento es llevar un mensaje de esperanza a quienes se sienten perdidos, tristes o solos, recordándoles que Jesús también los busca y los ama.

    A través de pequeños gestos de bondad, palabras de ánimo, actos de perdón y momentos de oración, podemos ayudar a otros a reencontrarse con Dios. Así, nuestro testimonio se convierte en una luz que guía a las ovejas descarriadas de regreso al redil, y nuestro Adviento se llena de sentido, esperanza y alegría verdadera.



Oración

Señor Jesús,
en este tiempo de Adviento vengo ante Ti con un corazón humilde y agradecido. Tú, buen Pastor, nunca dejaste de buscarme. Con paciencia y amor me llamaste una y otra vez, hasta que escuché tu voz y sentí tu abrazo misericordioso.

Mi esperanza ha renacido porque Tú me encontraste y me devolviste al redil. Mi corazón se llena de alegría al saber que soy importante para Ti, que no me juzgas por mis caídas, sino que me levantas con ternura y me das una nueva oportunidad.

En este tiempo de espera y preparación para tu venida, quiero abrirte mi corazón para que nazcas en él cada día. Que mi vida, mis palabras y mis acciones sean un reflejo de tu luz, y que a través de mí otras ovejas descarriadas puedan encontrarte a Ti.

Fortalece mi fe, aumenta mi esperanza y llena mi vida de tu alegría. Que este Adviento sea un camino de conversión, de servicio y de amor verdadero.

Amén.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (10)

 



Inmaculada Concepción


    En el Adviento, período de espera, esperanza, conversión interior y escucha de la Palabra de Dios, María aparece como el modelo perfecto: ella espera, confía, se abre al plan de Dios y pronuncia su “sí” con plena libertad.

    La celebración de la Inmaculada en pleno Adviento subraya que Dios actúa en la historia con anticipación, preparando a una persona concreta para llevar a cabo su promesa de salvación. María representa a la humanidad renovada, pura y disponible, que recibe al Salvador. Así, su fiesta ilumina el sentido profundo del Adviento: una espera que transforma el corazón y lo dispone para la llegada de Cristo.

    “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” es el anuncio del ángel a María y una de las frases más profundas del tiempo de Adviento. Dios entra en la historia humana, no de manera simbólica, sino real, tomando carne en el seno de una mujer sencilla de Nazaret. El Adviento, tiempo de espera y preparación, se ilumina con este anuncio que une promesa y cumplimiento.

    María no comprende del todo cómo sucederá, pero confía. Su "sí" incondicional a Dios (el Fiat) hizo posible la Encarnación y refleja la actitud de esperanza y obediencia que los cristianos debemos adoptar durante el Adviento. Su actitud de apertura y disponibilidad se convierte en el modelo para todo creyente durante el Adviento.

    El anuncio a María nos invita a preparar el corazón, a acoger a Cristo que quiere nacer hoy en nuestra vida. Así como María recibió la Palabra, cada uno de nosotros es llamado a escuchar, creer y dejar que Dios actúe en nuestro interior, para que Cristo sea luz, esperanza y salvación en medio del mundo.

    Ella es la primera en creer, la primera en seguir a Jesús, mostrando el modo, el modelo de esa nueva humanidad que está abierta, que recibe la gracia de Dios. 

    La Virgen María, al acoger a Cristo en su seno y ser representante de todos nosotros, nos está hablando de un Dios que también quiere ser acogido por ti, que también quiere que tú lo pares, lo alumbres en el mundo en el que te ha tocado vivir. 

    María es una mujer, pero es nuestra representante, la representante de la Iglesia, de la nueva humanidad que acoge a su salvador. Ella nos recuerda que nuestra vocación no es solo la santidad personal, no solo "mi" felicidad y "mi" plenitud personal en Dios, sino que es también  una vocación a la santidad "común". Que nuestra misión es la de alumbrar a Cristo para los demás, para que todos seamos uno en la santidad y en la plenitud de Dios. 

    María es el puente, la puerta a través de la cual lo divino entra en lo humano. María es el primer sagrario, el primer cavernáculo. Y decimos el primero, porque detrás vamos todos nosotros. María nos recuerda la dignidad, la enorme dignidad con la que Dios nos reviste.



Oración


Santa María, Virgen Inmaculada,
tú que fuiste elegida desde toda la eternidad
para ser la Madre del Salvador,
mira nuestro caminar en este tiempo de Adviento.

Tú que esperaste a Jesús con un corazón puro,
enséñanos a esperar con fe, humildad y esperanza.
Limpia nuestro corazón de todo egoísmo y pecado,
y prepáralo como una cuna digna
donde tu Hijo pueda nacer.

Que tu ejemplo de obediencia y confianza
nos ayude a decir, como tú:
“hágase en mí según tu palabra”.

Acompáñanos en este tiempo de preparación,
ilumina nuestras decisiones,
fortalece nuestra fe
y guíanos siempre hacia tu Hijo Jesús,
luz que viene al mundo.




domingo, 7 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (9)

 


Conversión

    La conversión es uno de las grandes llamadas del Adviento, especialmente en la predicación de Juan Bautista: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. La conversión no es moralismo rígido, sino apertura del corazón al Dios que viene. Es permitir que Dios transforme nuestra vida desde dentro. Supone un cambio continuo de mentalidad, afectos y acciones. El Evangelio llama a revisar actitudes, sanar heridas y renunciar a egoísmos. La conversión abre espacio para la alegría profunda que Cristo ofrece.

    En el Jubileo de la Esperanza, esta llamada adquiere un tono pastoral: convertirnos es recuperar la confianza, soltar lo que nos encierra y permitir que la gracia regenere lo cansado.

    Por su parte, la Exhortación Apostólica "Dilexi te" recuerda que Cristo nos amó primero; por eso, la conversión cristiana no nace del miedo, sino de la respuesta agradecida a ese amor previo. Convertirse es dejarse amar.

    En tiempos marcados por tensiones, polarización y heridas sociales, el Adviento invita a una conversión que sane nuestras relaciones: menos juicio, más escucha; menos dureza, más misericordia. Implica decisiones concretas: reconciliarnos con alguien, cambiar hábitos que dañan, reenfocar prioridades, volver a la oración. No es una acción puntual, sino un camino continuo.

    En un mundo complejo y a menudo cínico, la conversión nos recuerda que la verdadera esperanza requiere humildad para ver la obra de Dios y la voluntad de transformar nuestras vidas para reflejar Su amor.


Oración

Señor, prepáranos el camino. 
Inspira en nosotros una conversión profunda,
para acoger tu presencia redentora.

Despierta nuestra conciencia,
muéstranos todo lo que necesita ser cambiado, sanado y purificado.
Derriba en nosotros los montes del orgullo,
rellena los valles de la indiferencia,
endereza los senderos torcidos de nuestras decisiones
y suaviza las asperezas de nuestro egoísmo.

Como Juan, haznos testigos de la luz,
preparadores de tu venida,
voz que anuncia esperanza
y vida nueva para todos.



sábado, 6 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (8)

 



Envío


    «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el Reino de los cielos». Estas palabras de Jesús resuenan con fuerza particular en el contexto del Jubileo de la Esperanza y del tiempo de Adviento. Ambos nos invitan a salir de la indiferencia, a levantar la mirada más allá de nuestras seguridades y a ponernos en camino hacia quienes se han alejado, perdido o sienten que ya no tienen lugar. Esta entrega total es el camino que nos asemeja a Cristo.

    Mientras aguardamos su llegada, somos enviados a anunciar que el Reino ya está entre nosotros. Ese anuncio no se hace solo con palabras, sino con gestos concretos de amor, perdón, justicia y solidaridad. El Jubileo, por su parte, nos recuerda la misericordia de Dios, que renueva la vida y abre siempre la posibilidad de un nuevo comienzo.

    Esperar al Señor que viene implica abrir caminos de esperanza en medio del dolor, tocar las heridas del mundo con gestos concretos de misericordia y devolver la dignidad a quienes han sido marginados. Curar, limpiar, liberar… son imágenes de todo lo que el amor de Dios puede hacer cuando encuentra corazones disponibles.

    Proclamar que ha llegado el Reino es ser mensajeros de esperanza en medio de un mundo herido por el miedo y la desesperanza. Es recordar que Dios no abandona a sus hijos y que siempre hay un camino de regreso.

    Por último, la frase “Gratis habéis recibido, dad gratis” orienta nuestra misión: lo que ofrecemos no nace del orgullo ni del interés, sino de la gratuidad con la que Dios nos ha amado primero. En Adviento, el envío se vuelve llamada urgente a vivir y anunciar una esperanza que ya ha comenzado en Cristo.



Oración

Señor Jesús,
que nos envías a las ovejas descarriadas
y nos mandas proclamar que ha llegado el Reino de los cielos,
haz de este Adviento un tiempo de verdadero despertar para nuestro corazón.

Muéstranos los caminos por donde caminan los cansados,
los que han perdido la fe,
los que se sienten solos, confundidos o lejos de Ti.
Danos tu mirada compasiva y tu palabra llena de esperanza
para anunciar con gestos y obras que Tu Reino ya está cerca.

viernes, 5 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (7)

 



Compasión

    En el relato de este día, los dos ciegos representan a la humanidad que, consciente de su oscuridad espiritual y limitaciones, busca la luz de Cristo. Su acción es seguir a Jesús y su clamor persistente: "Ten compasión de nosotros, hijo de David". Ellos, privados de la vista, son capaces de reconocer lo que muchos no ven: que Jesús es el Mesías esperado. No observan sus milagros ni contemplan su rostro, pero perciben su presencia y confían en su poder sanador. Su grito brota de la necesidad, pero también de la fe.

    La respuesta de Jesús es una llamada a la confianza personal. Al preguntarles: "¿Creen que puedo hacerlo?", Jesús les invita a un encuentro íntimo. Sus ojos se abren "conforme a su fe", demostrando que la fe es la llave que abre la puerta a la gracia de Dios.

    Para el Adviento, este pasaje es una invitación a despertar nuestra fe y a gritar con esperanza en medio de un mundo a menudo ciego al amor de Dios. Nos enseña que la salvación no es para los autosuficientes, sino para aquellos que reconocen su necesidad de misericordia y se acercan a Jesús con humildad y perseverancia. La ceguera, en este contexto, simboliza también las cegueras modernas: el materialismo, el orgullo o la distracción, que nos impiden ver los verdaderos valores del Reino.

   Adviento nos invita justamente a eso: a reconocer al Señor que pasa, incluso cuando nuestras propias cegueras —miedos, dudas, rutinas, cansancio— nos impiden verlo con claridad. Nos urge a pedir a Jesús que toque nuestros ojos y nos libere de estas ataduras, permitiéndonos ver su presencia salvadora.

    Aunque Jesús les pide silencio, ellos, llenos de gratitud, no pueden callar su experiencia. Su testimonio nos recuerda que un encuentro genuino con Cristo transforma y nos impulsa a compartir la buena noticia.



Oración

Señor Jesús, ten compasión de nosotros:
sana nuestras sombras,
despierta nuestra esperanza,
abre nuestros ojos para descubrir tu paso silencioso
en los pequeños gestos de amor de cada día.

Que este Adviento sea un tiempo de fe humilde y sincera,
donde aprendamos a clamar, a esperar y a creer.
Y cuando llegues a nosotros,
encuéntranos vigilantes, agradecidos y dispuestos a caminar contigo
con una mirada nueva.

Amén