Tristeza
El Adviento es un tiempo de espera, pero también un tiempo de despertar. La Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir a Jesús con la misma frescura, inocencia y esperanza que un niño. Sin embargo, en medio de esta invitación, el papa Francisco ha advertido muchas veces sobre un riesgo espiritual que afecta a muchos creyentes: ser cristianos tristes, cristianos sin alegría, cristianos que viven la fe como un peso en lugar de un regalo.
El Adviento nos confronta precisamente con esa realidad. ¿Cómo preparar la venida de Jesús si el corazón está apagado? ¿Cómo anunciar al Emmanuel—Dios con nosotros—si vivimos como si Él no estuviera?
El papa Francisco insiste en que la tristeza interior, cuando no es fruto del dolor o la prueba, sino del desánimo espiritual, puede convertirse en un obstáculo para la fe. Es la tristeza del alma que ha perdido la capacidad de maravillarse, de agradecer, de esperar.
El Adviento nos invita, entonces, a mirar la tristeza de los cristianos como la falta de esperanza. Jesús viene para devolvernos lo que hemos ido dejando: la alegría sencilla, la mirada limpia, el corazón capaz de soñar. Un cristiano que vive el Adviento con espíritu de niño, con asombro y humildad, se convierte en signo vivo de la presencia de Dios.
Recuperar la alegría no significa ignorar los problemas. El papa lo dice con claridad: la verdadera alegría no es superficial, no es entretenimiento pasajero, sino una certeza interior: Dios viene, Dios está, Dios acompaña. Y quien cree esto, aun en medio de lágrimas, sostiene una luz.
Para vivir un Adviento auténtico, necesitamos dejarnos tocar por esa luz. Necesitamos dejar que el Evangelio nos sorprenda de nuevo, que la Palabra despierte nuestras preguntas y nuestras ganas de vivir el bien.
En este Adviento, pidamos la gracia de no ser cristianos tristes, sino creyentes llenos de esperanza. Que el Niño que viene nos enseñe a sonreír nuevamente, a vivir con alma de niño y corazón de discípulo. Que su venida renueve en nosotros la alegría verdadera: aquella que nadie puede quitarnos.
Oración
Señor Jesús,
en este Adviento quiero abrir mi corazón a tu venida,
a tu luz que disipa toda tristeza y toda oscuridad.
Te pido, Jesús, que en este tiempo nos devuelvas
la llama de la esperanza que nace de tu presencia.
Que no vivamos la fe como un peso,
sino como un encuentro que renueva y transforma.
En este camino que estamos recorriendo en el Jubileo de la Esperanza,
derrama sobre nosotros la gracia de creer nuevamente
que Tú haces nuevas todas las cosas.
Que tu venida despierte lo que está dormido,
sane lo que está herido
y encienda lo que se ha apagado dentro de nosotros.
Que cada día de Adviento sea un paso hacia la alegría verdadera,
esa que nadie puede quitarnos porque está anclada en Ti.
Ven, Señor Jesús.
Despierta nuestra esperanza,
ilumina nuestra tristeza,
y haz de nosotros testigos alegres de tu venida.
Amén.

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