LA PROMESA DE VIDA ETERNA EN LA CUARESMA: UN LLAMADO A LA CONVERSION Y A LA APERTURA AL RESUCITADO
La Cuaresma es un tiempo de preparación, de reflexión y de esperanza en la promesa de vida eterna que Jesucristo nos ofrece. En el Evangelio de Juan, encontramos una afirmación profunda que ilumina nuestro camino espiritual:
“En verdad, en verdad os digo que si alguno guarda mi palabra, no verá jamás la muerte” (Juan 8:51).
Esta declaración no es solo una promesa para el futuro, sino una invitación a vivir desde ahora la vida nueva que Cristo nos ofrece. Es un llamado a renovar nuestra fe y nuestro compromiso con la transformación del mundo.
Guardar la Palabra: Un Camino de Conversión y Servicio
En este tiempo de Cuaresma, “guardar la palabra” significa abrir nuestro corazón a la conversión, dejándonos moldear por el Evangelio. No se trata solo de cumplir con prácticas externas como la oración, el ayuno y la caridad, sino de vivirlas con autenticidad, como herramientas para crecer en justicia, solidaridad y compasión. Es un tiempo para examinar nuestras actitudes, cuestionar las estructuras de pecado que nos rodean y encarnar el amor de Dios en nuestro día a día. Guardar su palabra nos lleva a ser agentes de cambio, a mirar más allá de nosotros mismos y a comprometernos con quienes más lo necesitan.
La Victoria sobre la Muerte: Camino hacia la Pascua
Cuando Jesús habla de la vida eterna, nos invita a vivir desde ahora en la plenitud de su amor. Su entrega en la cruz es la expresión más profunda del amor redentor, una victoria sobre toda forma de sufrimiento y muerte. En la Cuaresma, nos unimos a su sacrificio, preparando nuestro corazón para la alegría de la resurrección. La Pascua nos recuerda que la última palabra no la tiene el dolor ni la injusticia, sino la luz del Resucitado, que renueva todas las cosas.
Una Esperanza que Transforma la Historia
La Cuaresma no es un tiempo de espera pasiva, sino un llamado a la acción concreta. Guardar la palabra de Cristo significa comprometernos con la construcción del Reino de Dios en nuestro presente, llevando esperanza a quienes sufren, promoviendo la paz y defendiendo la dignidad de cada persona. Cuando nos abrimos a Cristo, nos convertimos en testigos de su resurrección en medio de nuestro mundo. Nuestro testimonio se refleja en cada acto de amor, en cada gesto de justicia y en cada esfuerzo por hacer de esta tierra un reflejo del Reino de Dios.
Conclusión
La Cuaresma nos invita a vivir con profundidad la promesa de vida eterna que Cristo nos ofrece. Guardar su palabra es más que escucharla; es dejarse transformar por ella. Es permitir que su amor nos impulse a la acción solidaria y al compromiso con los más necesitados.
La muerte no tiene la última palabra cuando vivimos con los ojos puestos en el Resucitado, fuente de nuestra esperanza y plenitud. En este camino cuaresmal, que nuestra fe se traduzca en gestos concretos de amor, para que la luz de Cristo brille en cada rincón del mundo.
Fr. Celio de Padua García, O.P.