“…TODO EL PUEBLO ACUDÍA A ÉL, Y, SENTÁNDOSE, LES ENSEÑABA… EL QUE ESTÉ SIN PECADO, QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA”
Estamos en el 5º Domingo de Cuaresma. Mañana da comienzo lo que tradicionalmente se conoce como la semana de Pasión. Este es, por tanto, el último de los domingos previos al Domingo de Ramos. La liturgia nos ofrece para reflexionar el pasaje del Evangelio según San Juan, capítulo 8 versículos 1 al 11. Jesús ante la inmediatez de su final, sigue enseñando en el Templo. Jesús enseña porque su vida, su persona, es enseñanza al ser humano para que vuelva a Dios. Todos sabemos que en él mensaje y mensajero se confunden porque se identifican. Nosotros, que no queremos aceptar ese mensaje de “Salvación” identifiquémonos con los escribas y fariseos que le querían poner una trampa. ¿En cuántas ocasiones buscamos justificaciones para hacer lo que nos conviene y no lo que sabemos que está más acorde con el sueño de Dios para nosotros? Cuando así lo hacemos, empieza doliéndonos, como no podemos con el dolor lo justificamos, y después perseguimos a quien hace lo mismo que nosotros: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Tenemos que ser conscientes de nuestra realidad y, desde ese conocimiento, relacionarnos con los demás sin valorar, ni juzgar y mucho menos condenarlo.
Dios, Jesús, ni siquiera mira a la pecadora, dibuja en el suelo.. ¿Qué dibujaría? Probablemente escribiría la palabra Abba (Padre, אבא). Él y su padre son uno. Siempre recurría a su Padre. Ni condena ni perdona: “Mujer ¿dónde están tus acusadores?; ¿Ninguno te ha condenado?; yo tampoco”. Es el diálogo que mantiene con ella. Ella le reconoce como “Señor”: “Ninguno Señor”. Lo único que Él le pide es que use su libertad para el bien. Que sea consciente de lo que es y que no haga el mal. “Anda y en adelante no peques más”.
En este año jubilar “Peregrinos de la Esperanza” comencemos siendo Misericordiosos: misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás). Poner nuestro corazón en la miseria de los demás. El itinerario es simple: Seamos conscientes de lo que somos, seamos auténticos. Pongamos los buenos sentimientos que anidan en nuestro corazón en aquellos desfavorecidos, perseguidos, marginados, condenados, maltratados, débiles, olvidados, sin recursos, ninguneados. Seremos misericordiosos y crearemos Esperanza, que nos transformará en primer lugar a nosotros mismos.
Nuestra Esperanza, en quince días. La vida sin fin, en plenitud, eterna. Una Cruz por el medio. El monumento más grande al AMOR que ha conocido la historia. No nos bajemos de ella.
Fr. Luis A. García Matamoros, O.P.
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