martes, 8 de abril de 2025

CUARESMA 2025: 40 hitos en el camino de la Esperanza (35)

 


«EL QUE ME ENVIÓ ESTÁ CONMIGO; NO ME HA DEJADO SOLO»


    Los versículos del libro de los Números que leemos este martes son sorprendentes: tras una larga marcha del pueblo de Israel por el desierto, el pueblo se harta y vuelve a quejarse a Moisés e incluso a Dios: «No hay pan, no hay agua, y ya está bien de tanto maná... «Estábamos mejor en Egipto»... Nos habéis traído a este desierto para matarnos.

    Semejante actitud de rebeldía provoca que el Señor envíe serpientes venenosas contra su pueblo. No olvidemos que, según la mentalidad judía de la época, Dios castigaba y premiaba en función de las acciones humanas. Recordemos también que, en la antigüedad, la serpiente tenía un simbolismo ambivalente. Era por un lado signo del mal y de la muerte; por otro, simbolizaba la vida y la curación.

    Esta ambivalencia en el simbolismo de la serpiente, que oscila entre la muerte y la vida, no es muy diferente de la imagen de la cruz. Además de ser un signo de tormento, sufrimiento y muerte, la cruz es también un signo de esperanza y de triunfo de la vida sobre la muerte. Esta es sin duda la razón por la que Jesús, al anunciar, o más bien evocar, su muerte en la cruz, tomó como ejemplo la serpiente de bronce erigida por Moisés en el desierto, para que los revoltosos israelitas que la miraran después de ser mordidos permanecieran vivos, se salvaran del veneno mortal.

    La historia del pueblo judío es también nuestra historia. Como ellos, los cristianos, miembros del pueblo de la Nueva Alianza, pasamos por etapas de desierto, de espera de que las promesas de Dios se cumplan en nuestras vidas. A veces esta espera es larga, y a veces tenemos la impresión de que el Señor se ha olvidado de nosotros, que se ha olvidado de nuestro trabajo, de nuestra familia, de la resolución de nuestros conflictos... de la sanación que esperamos de Él. En esos momentos, también nosotros nos quejamos, murmuramos y olvidamos que el Señor está-con-nosotros y que no nos abandona.

    En el Evangelio de Juan, Jesús anuncia su elevación: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”». En la teología de Juan, la Pasión no significa descenso, sino la elevación al cielo del Hijo de Dios, que bajó del cielo para que el Verbo se hiciera carne. La ascensión es la revelación del Padre a los hombres. Y aunque implique la muerte, la ascensión da la vida porque revela a Jesús como Salvador.

    La serpiente y la cruz, más que un signo de vida, se convierten en signos de salvación. La serpiente sanadora del desierto permitió a los israelitas convertirse o reconvertirse, redescubrir una relación con Dios. Les trajo la esperanza de la salvación para su pueblo, una salida del desierto y la verdadera liberación. Del mismo modo, la cruz se convierte en signo y promesa de salvación para los seres humanos. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna».

    La Cuaresma es una oportunidad para redescubrir la presencia de Dios en nuestras vidas. Que las dificultades cotidianas, en lugar de alejarnos del Señor, sean oportunidades para fortalecer nuestra relación con Él y de reafirmar con Jesús: «El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo».


Fr. Jesús Nguema Ndong

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