Virgen del Rosario. Santuario de Santo Domingo de Scala Coeli - Dominicos Córdoba |
María: Madre de esperanza
“Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”, se recita en una gran diversidad de lenguas, con las cuentas del Rosario y en los momentos de necesidad, ante una imagen sagrada o por la calle. A esta invocación, la Madre de Dios siempre responde, escucha nuestras peticiones, nos bendice con su Hijo entre los brazos, nos trae la ternura de Dios hecho carne. Nos da, en una palabra, esperanza
María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que muchas veces no comprende todo aquello que sucede a su alrededor, pero que medita cada palabra y cada suceso en su corazón.
María no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha: no olvidemos que hay siempre una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha, que acoge la existencia así como esta se nos presenta, con sus días felices, pero también con sus tragedias, que jamás quisiéramos haber encontrado.
Tras la primera parte de los Evangelios, María está casi desaparecida, reapareciendo nuevamente justo en el momento crucial: cuando buena parte de los amigos de Jesús han desaparecido a causa del miedo. Las madres no traicionan y, en aquel instante, a los pies de la cruz, ninguno de nosotros puede decir cuál fue la pasión más cruel: si aquella de un hombre inocente, que muere en el patíbulo de la cruz, o la agonía de una madre, que acompaña los últimos instantes de la vida de su hijo. Los Evangelios son lacónicos, y extremamente discretos. Dejan constancia con un simple verbo de la presencia de la Madre: ella “estaba” (Juan 19,25). Ella estaba. No dicen nada de su reacción: si lloraba, si no lloraba… nada; ni siquiera una pincelada para describir su dolor: sobre estos detalles se ha disparado luego la imaginación de los poetas y de los pintores regalándonos imágenes que han entrado en la historia del arte y de la literatura. Pero los Evangelios solo dicen: ella “estaba”. En el momento más feo, en el momento cruel, y sufría con su hijo. “Estaba”.
Estaba ahí nuevamente la joven mujer de Nazaret, ya con los cabellos canosos por el pasar de los años, todavía luchando con un Dios que debe ser solo abrazado, y con una vida que ha llegado al umbral de la oscuridad más densa. María “estaba” en la oscuridad más densa. No se había ido. María está ahí, fielmente presente, cada vez que hay que tener una vela encendida en un lugar de neblina y tinieblas. Ni siquiera ella conoce el destino de resurrección que su Hijo estaba en aquel instante abriendo para todos nosotros, los hombres: está ahí por fidelidad al plan de Dios.
La reencontraremos de nuevo en el primer día de la Iglesia. Ella, Madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había negado, muchos habían huido, todos habían tenido miedo (Cfr. Hechos 1,14). Pero ella, simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera del todo natural: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también por las vacilaciones de los primeros pasos que debía dar en el mundo.
Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo: es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la esperanza, incluso cuando parece que nada tiene sentido: ella siempre confiando en el misterio de Dios, incluso cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. En los momentos de dificultad, ahí está María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, para que pueda siempre sostener nuestros pasos, para que pueda siempre decirnos al corazón: “Levántate. Mira adelante. Mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza.
Francisco: Audiencia General (10 de mayo de 2017)
Homilía Santa Misa Solemnidad María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)
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Recemos hoy a la Madre de modo especial por los hijos que sufren y ya no tienen fuerzas para rezar, y por tantos hermanos y hermanas afectados por las guerras en muchas partes de mundo, que viven en la oscuridad y a la intemperie, en la miseria y con miedo, sumergidos en la violencia y en la indiferencia.
Santísima Virgen del Rosario:
María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador.
Haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres,
artífices de justicia,
constructores apasionados de un mundo más justo.
Intercede por nosotros que actuamos en la historia
convencidos de que el designio del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
muéstrate Madre de la esperanza
y vela por nosotros y por la Iglesia:
que sea trasparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.
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REZO DEL ROSARIO: Misterios Gozosos