viernes, 16 de noviembre de 2018

A propósito de la festividad de San Alberto Magno (I)


(Primera parte de la Conferencia pronunciada
ante los miembros de la Fraternidad Laical Dominicana de
Sto. Domingo de Scala Coeli y P. Posadas, de Córdoba)



 


SAN ALBERTO MAGNO
(1206 - 1280)
CIENTÍFICO Y SANTO



                                                                                   Manuel Antonio Navío Perales, O.P.

   
                                                                                   Fraternidad Laical Dominicana de

                                                                                     Sto. Domingo y P. Posadas - Córdoba



1. Introducción.

Celebramos hoy la fiesta en memoria de una de las figuras más insignes de la primera generación de la Orden de Predicadores, a quien la tradición histórica y teológica designa –con razón–, con el calificativo “Magnus”(grande), en atención desu gran sabiduría, sus muchos y variados escritos y porque supo conciliar de modo admirable la ciencia divina con la sabiduría humana, estableciendo las bases del desarrollo de la Filosofía y la Teología a lo largo del S.XIII. La extensión y profundidad de su doctrina asociada a la santidad de vida, le hicieron acreedor de la admiración de sus contemporáneos que le atribuyeron títulos excelentes. Su discípulo Ulrico de Estrasburgo, lo definió como:«asombro y milagro de nuestra época».

Si san Buenaventura es llamado «doctor seráfico» y santo Tomás de Aquino «doctor angélico», san Alberto ha sido llamado el «doctor universal», epíteto que indica el carácter enciclopédico de su obra, que abarcó toda la realidad de su tiempo en aras de la verdad y del equilibrio del saber humano.

2. Su Vida.

Nació alrededor de 1206 en Lauingen, pequeña ciudad asentada a orillas del Danubio, en la Diócesis de Augsburgo (Baviera), donde su familia (Bollstaedt) de tradición militar al servicio del Emperador del Sacro Imperio, tenía su solar en un castillo en las inmediaciones de la población. Allí transcurrió su infancia, iniciando su educación en la escuela de la catedral al tiempo que afianzaba su corazón en la piedad.Pero la vida del joven ansiaba horizontes más amplios. No le llamaba la milicia. Desea cursar la carrera de Leyes por lo que sus padres le envían primero a Bolonia, famosa en los estudios jurídicos; pasa más adelante a Venecia, y después a Padua, en cuya Universidad se impartían las llamadas “artes liberales” del Trívium (Gramática, Dialéctica, Retórica) y Quatrívium (Aritmética, Geometría, Astronomía, Música), por las que sentía junto a la observación de la naturaleza un especial interés; aunque ésta no era su única vocación. Sentía pareja la llamada a la santidad. Por eso frecuenta la iglesia de unos frailes de reciente fundación de los que se decía habían roto los moldes del monaquismo tradicional y que acompasaban la institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época. Su fundador era un español, Domingo de Guzmán, quien quiso que sus religiosos fueran predicadores y doctores y que, un año antes (1221) había muerto, dejando la institución en manos de un compatriota de Alberto: Jordán de Sajonia. Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y convencer a los universitarios, convirtiéndolo en un extraordinario “pescador de vocaciones” en el caladero de la Universidad. Más de mil vistieron el hábito durante su gobierno, salidos de las aulas de Nápoles, Bolonia, Padua, París, Oxford y Colonia. No siendo infrecuente que, al frente de los estudiantes y capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor. Este escribió en 1222 a la Beata Diana D’Andalo anunciándole que había admitido en la Orden a diez postulantes, “dos de ellos hijos de condes alemanes”. Uno de ellos era Alberto.

La relación intensa con Dios y un sueño en el que la Virgen le invitaba a hacerse religioso, unido al ejemplo de santidad de los frailes dominicos, la escucha de los sermones del beato Jordán y su dirección espiritual, fueron los factores decisivos en el discernimiento vocacional que le ayudaron a superar toda duda y a vencer también,las fuertes resistencias familiares. Alberto “cayó en las redes de Jordán”, recibiendo de sus manos en 1223 el hábito de la Orden de Predicadores.

La profesión religiosa no le supuso el abandono de los estudios universitarios. Domingo quería sabios a sus frailes; sólo que a la sabiduría clásica debían añadir el conocimiento profundo de las verdades reveladas. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los nuevos maestros. El “Chronicon de Helsford”resume su vida de estos años diciendo que era «humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios». Por otra parte la “Leyenda de Rodolfo”lo describe como «un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban “el filósofo” ».

Tras ordenarse sacerdote, vuelve a Alemania, donde iniciará su actividad docente y la carrera de escritor, ocupaciones en las que consumirá su vida. En 1228, como Lector en Teología, enseña en el Convento de Colonia, principal escuelade la Orden. Después pasó a regentar Cátedra en Hildesheim, Friburgo, Estrasburgo, y de nuevo en Colonia, a la que regresó gozando ya de fama en toda la provincia alemana. Siendo París, el centro intelectual de Europa Occidental, sus superiores lo envían allí para que obtenga el grado de Maestro en Teología, que alcanza en 1244; allí continuará la docencia y distinguirá a su más aventajado discípulo, Tomás de Aquino. La concurrencia de estudiantes a sus clases era tal que tuvo que enseñar en la plaza pública, que desde entonces lleva su nombre: la Plaza Maubert (por deformación de“MagnusAlbertus”). Simultaneando la labor de cátedra con la de escritor, comentó los libros de Aristóteles, los del Maestro de las Sentencias y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió elogiando la obra de Alberto: “Ilustraste a todos; fuiste preclaro por tus escritos; iluminaste al mundo al escribir de todo cuanto se podía saber”.

El Capítulo General de la Orden, reunido en París en 1248, decreta la creación del “Studium generale” (Universidad) en Colonia, designándole su primer Rector, por lo que regresará a su ciudad de adopción, en compañía de Tomás de Aquino. Inaugura así, una etapa en la que será depositario de prestigiosas tareas. En 1254 es elegido Provincial de la Provincia “Teutoniae” (teutónica), distinguiéndose por el celo con que ejerció su ministerio, recorrió la región a pie, mendigando por el camino el alimento y el hospedaje, para visitar sus comunidades y recordar a sus hermanos la fidelidad a las enseñanzas y el ejemplo de santo Domingo.

Para entonces, ya se le llamaba “el doctor universal” y su prestigio había provocado en los profesores laicos,encabezados por Guillermo de Saint-Amour, la envidia y el rechazo contra los dominicos, demorando la obtención del doctorado a los mendicantes, entre ellos a su patrocinado, santo Tomás de Aquino y el franciscano san Buenaventura. Para defender ante el Papa el derecho de las Órdenes Mendicantes al ejercicio de la docencia universitaria, va a Roma en 1256. Su presencia no pasa inadvertida al Papa Alejandro IV, que le nombra Maestro del Sacro Palacio, es decir, su teólogo y canonista personal. Vuelto a Colonia, en 1260 lo consagró Obispo de Ratisbona, importante diócesis, que atravesaba una situación caótica tanto en lo espiritual como en lo material. Aceptó el cargo a pesar de la oposición del Maestro de la Orden, el Beato Humberto de Romans, quien al enterarse de su ordenación le dirigió una dura carta, en la que le decía entre otras cosas, que hubiera preferido verlo en el féretro que encumbrado al episcopado. Recorrió la diócesis dando testimonio de humildad y pobreza, renunciando al uso del caballo –que por su dignidad le correspondía– como medio de transporte, siendo reconocido por el pueblo como el “obispo con botas”.Tras dos años de gobierno, llevando paz y concordia a la diócesis, reorganizando parroquias y conventos e impulsando las actividades caritativas, fue aceptada su renuncia por el Papa Urbano IV, para gozo del Maestro Humberto y suyo propio, pues se consideraba mucho más apto para la enseñanza de la filosofía y la teología que para la administración de una diócesis.Con el regreso a la vida conventual y la docencia, acepta también de Urbano IV el encargo de predicar la Cruzada en tierras de Alemania y Bohemia (1263-64), volviendo a Colonia para retomar su misión de profesor, investigador y escritor.

Al ser hombre de oración, de ciencia y de caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones en asuntos varios, tanto de iglesia como de la sociedad de la época; fue sobre todo hombre de reconciliación y de paz en Wurzburgo, donde el arzobispo había entrado en dura confrontación con las instituciones ciudadanas. En 1274, es convocado al II Concilio de Lyon. En vísperas de su partida se enteró –según se dice por revelación divina–, de la muerte de su querido discípulo santo Tomás de Aquino. A pesar de la impresión y de su avanzada edad, san Alberto tomó parte muy activa en el Concilio, y junto con el Beato Pedro de Tarantaise (futuro Inocencio V, primer Papa de la Orden) trabajó ardientemente para favorecer la unión entre las Iglesias latina y griega, separadas tras el gran Cisma de Oriente de 1054, apoyando con toda su influencia la causa de la paz y la reconciliación.

Probablemente, su última aparición pública tuvo lugar tres años más tarde (1277), cuando el obispo de París, Esteban Tempier, y otros personajes, atacaron violentamente ciertos escritos de santo Tomás. San Alberto, ya anciano, partió apresuradamente a París para defender de manera eficaz y decisiva la doctrina de su difunto discípulo.De modo que, tanto la Iglesia como el mundo somos deudores no solo de su obra, sino en parte, también de la de santo Tomas de Aquino.

Agotado, volvió a Colonia en 1278. Allí, cuando dictaba una clase, le falló súbitamente su prodigiosa memoria. Según la leyenda, el santo contó a sus oyentes que, cuando era joven en la vida religiosa, el desaliento le había hecho pensar en volver al mundo, pero la Santísima Virgen se le apareció en sueños y le prometió que, si perseveraba, Ella le alcanzaría la gracia necesaria para llevar a cabo sus estudios. También le vaticinó que, en su ancianidad, volvería nuevamente a desfallecer su inteligencia y que ésa sería la señal de que su muerte estaba próxima. Como quiera que fuese, tras una etapa de obnubilación y debilitamiento físico, le sobrevino la muerte apaciblemente, cuando se hallaba sentado conversando con sus hermanos en Colonia. Era el 15 de noviembre de 1280.